Un defecto en el habla había moldeado su conducta desde la infancia, la incapacidad de pronunciar correctamente ciertas palabras hacía de él, objeto de mofas que lograba evitar gracias al ostracismo voluntario que le llevó a la lectura, en un mundo donde estaba a salvo de los comentarios burlescos e hirientes tanto de compañeros de estudio y juego como de familiares.

No faltaron los esfuerzos de sus padres por remediar la condición, una mínima tira de carne evitaba la libertad de su lengua, pero el miedo al metal cortante evitó la cirugía liberadora.

Con el pasar del tiempo, los libros, fieles compañeros en la soledad, fueron ganando terreno en su vida, dándole datos y referencias que iluminaban y llevaban a lugares y tiempos inaccesibles en el plano físico pero no en el imaginativo. Contactar con las ideas de los grandes sabios y personajes ilustres del pasado, le incentivaban en sus ansias por saber, llevándole a ser autodidacta en varios campos.

Algunos admiraban el dominio que denotaba con pasión de ciertas ideas y en campos disímiles, el ego crecía con cada halago y comentario positivo, así que el problema de la pronunciación pasó paulatinamente a un segundo plano. Solía pensar en un aforismo trillado: en el mundo de los ciegos el tuerto es rey, él se consideraba, un gran tuerto.

Lo que empezó como un escudo pronto se convirtió en lanza en su verbo. Aquel impedimento físico lo había convertido en sabio entre los suyos. Él había mitigado el efecto de la barrera con mucho ejercicio y pausando su habla lograba que su atada lengua pronunciara aquellas palabras difíciles para él.

Ahora, pocos osaban en mofarse, las ideas cautivantes que prevalecía en su discurso, expresiones sincréticas de largos años de lecturas y estudios, hacia imperceptible su mala pronunciación. O por lo menos, eso creía.

El gran tuerto hablaba con seguridad y convencía al interlocutor promedio, a quien no le quedaba otra opción que asentir sin objeción. No faltó encuentros con otros tuertos, aspirantes a sabios al igual que él, con quienes libró acaloradas batallas dialécticas, el objetivo era simple, quien tenía la razón.

No obstante, su vida era bastante común, ejercer el rol para la sociedad, la misma que lo había formado sutilmente desde su tierna infancia. En tal sentido, los saberes que esgrimía con tanto tino, también era el resultado del sistema que lo había moldeado.

La realidad lo golpeaba duramente día tras día, los conocimientos solo satisfacían su propio ego y obnubilaban a pocos, al igual que la mayoría, tenía que ingeniársela para mantener su vida y la de los suyos.

En que había fallado, era muy bueno para memorizar datos y fechas, pero inútil para emanciparse de la miseria y la rutina. O acaso, nunca comprendió a los sabios, o equivocó sus lecturas, o peor aún, había sido engañado vilmente.

El frenesí del mundo fue abatiéndolo aumentando sus males físicos engendrados en sus propios saberes al servicio de una sociedad utilitarista. No tardó mucho tiempo en que la angustia, frustración y depresión se manifestarán. En un instante, cayó el parché de su ojo tuerto y poco a poco comprendió su gran ignorancia, al verse contrastado en la enfermedad.

Ciencia y religión fueron inútiles para sanar sus males, pero una fuerza inexplicable había desatado el nudo que asía el parche a su ojo tuerto, una fuerza obraba en él, quien inexplicablemente respondía a sus súplicas. Dejó de ser tuerto y un lento proceso sanador había empezado, ahora veía el camino con sus obstáculos con otros ojos y una certeza inundaba su ser que le obligaba voluntariamente a ser diligente.

De sabio tuerto e inútil, pasó a ser, un feliz aprendiz.