Los baño y los visto. Me aseguro de ponerles ropa combinada y bonita, me gusta vestirlos así. A las niñas con unos coquetos lazos les engalano sus negras cabelleras, y al más pequeñín lo visto con un lindo overol azul mar que le queda muy bonito. Luego de emperifollarlos y dejarlos listos, llega el momento de arreglarme. Debo apresurarme porque el tiempo se me ha pasado vistiendo a los niños. Llega su padre, y me ayuda con los últimos detalles de nuestros hijos, acomodar un lacito que se aflojó, amarrar las trenzas de algún zapato rebelde que se soltó, acomodar la pañalera del bebé y otras cositas más.

Termino por fin de acomodarme y me miro al espejo para retocar lo que haga falta, mientras me esperan impacientes mi esposo y mis hijos. Decido que así estoy bien, aunque en el fondo sé que me gustaría haber tenido más tiempo para maquillarme o peinarme más bonita. Chequeo mentalmente que no falte nada, el agua por si les da sed, pañales limpios y toallitas para el bebé, un pañuelo para las manos de las niñas (es que lo tocan todo) etc.

Ya estamos en el carro y ahora me aseguro de que las puertas traseras estén bien cerradas, porque allí van sentadas mis hijas y es que si se abre una puerta ¡Ay no!, que susto. Acomodo al bebé y voy pendiente de que no le dé el sol en la cara. Miro a mi esposo, va serio pero no está molesto, se pone serio cuando se concentra a manejar.

Mi hija mayor pide música, entonces su papá me mira y su rostro dibuja una sonrisa de complicidad, le respondo de la misma forma y me acomodo mejor en el asiento, porque se viene lo bueno.

¿Y qué es lo bueno? Lo bueno, lo fantástico es que empieza a sonar la música que está previamente seleccionada y empezamos a cantar al unísono mis hijas, mi esposo y yo. En ese mágico momento se me olvidan los apuros del día a día, mi energía se recarga, mi mente se distrae, la vida es más bella y mi familia feliz.

Cantamos una, dos, tres, cuatro y más canciones a todo pulmón, disfrutando de la brisa y el panorama variopinto que nos muestra la ciudad. Hace varios años los únicos artistas de concierto éramos mi esposo y yo, ahora el staff creció y somos más. A lo mejor sea domingo y las tiendas estén cerradas, tal vez la economía nos tenga con el cinturón apretado, pero esos momentos de mágicos conciertos en el carro con mi familia, no los cambio por nada. Por eso en cada paseo decimos ¡Que comience el show!