Encontrar la razón de la existencia humana ha sido uno de los caminos más recorridos en la mente del hombre. Esta búsqueda ha hecho que más de uno pase su vida entre resbalones y caídas, tratando de encontrar “eso” que le haga sentirse pleno y le llene de certezas. Aunque se viva en estado sedentario la mente no se doblega y fantasea con la llegada de un tiempo donde no existan preocupaciones y la quietud se establezca. Paradójicamente este tiempo ya está marcado desde que se viene al mundo y es la muerte.

La vida no puede ser solo comer, dormir y trabajar como un burro es la queja que más he escuchado; y el deseo de hacer que las experiencias sean significativas ha hecho que mucha gente se distraiga de sus propias necesidades y expectativas y se deje llevar por promesas de cualquier tipo. Las religiones, sectas, drogas, y hasta deportes extremos, se convierten para muchos en las opciones de búsqueda que les lleven a aclarar su enturbiada personalidad.

Esa pesquisa de sentido y unidad en un mundo que no lo tiene, instala en los individuos una maleta de mal humor permanente: díscolos y apesadumbrados deambulan por la vida, con su carga de miserias, haciéndoles sentir a los demás el peso y la responsabilidad de las mismas. ¡Cuánto espécimen de esta naturaleza andan de su cuenta por allí!

No, definitivamente no, sin embargo, tanto la vida como la literatura están llenas de ejemplos: padres que sembraron en sus hijos todo tipo de cizañas y rencores y les corresponde a estos últimos deslastrarse de todo ese mugre para no repetir el mal ejemplo; parejas que lidian cada día con sus debilidades mentales e incrustan en la mente de sus hijos sus propios vacíos; servidores públicos maleados por la misma razón que propagan su estrechez mental en su entorno laboral; docentes que mutilan iniciativas de avance en sus aprendices que luego reproducen ese hacer, entre otros.