Una lágrima bajó rauda su rostro, la primera en 33 años de consciencia. Pensó entonces en aquel poema de Neruda:

“Necesito del mar porque me enseña: no sé si aprendo música o conciencia…”.

Siempre creyó que la poesía era vacía, insípida, un entretenimiento inútil que tenían algunos hombres, pero hoy…

hoy entendía con cada parte de su ser esas palabras, las encontraba hermosas, suaves, redondas, mullidas.

Sofía estaba abrumada, eran demasiadas sensaciones que procesar, hasta ese momento entendía que sabía, pero ese nivel de comprensión, de hacer suyo el mundo en una imagen, nunca lo habria logrado antes de ese fragmento de tiempo, en ese lugar.
Aire, calor, arena, agua, aves volando, los sonidos mezclados, el olor de la sal…

Sofía tenía trabajando cerca de 30 años en su proyecto, laboriosamente busco en todas las bases de datos que pudo para conseguir lo que necesitaba, era terca, todo lo que se proponía lo lograba. Estudió concienzudamente biologia, anatomia, programacion, robotica, electronica, quimica, bioquimica y cerca de un centenar más de las ramas de la ciencia para poder llevar a cabo su intrépido plan.

Puso a trabajar toda la cadena de producción del laboratorio, programó varios robot para que buscaran materiales, dentro y fuera de las instalaciones, combinó sustancias durante décadas, ensambló pieza tras pieza, con lo que yo definiría, la pasión más grande jamás vista.

Era meticulosa, delicada en cada detalle, paciente hasta la infinitud, estaba en su naturaleza ser sistemática. Ella quería que fuese perfecto, sin importar cuantos errores tuviera que cometer antes de la perfección. En algún punto pensó: “¿Cuánto tiempo le llevaría a dios hacer una creación como esa?¿Sería igual de concienzudo y detallista?”

Esa mañana miro por las cámaras del laboratorio y estuvo de acuerdo en que había terminado. Era tal y como tenía en su memoria, igual a su madre hace 33 años.
El cabello negro, la piel como de coral rosa, delgada; La viva imagen de su creadora justo antes de que el mundo acabase y quedara ella sola.

Sofía fue el único ser consciente de sí mismo que quedaba en la tierra. Cada hombre, mujer y niño había perecido, 32 años atrás, debido a una plaga. Ella, el Sistema Operativo Final de Inteligencia Artificial 713, Sofía 713, como le decía cariñosamente su creadora, era la primera y única inteligencia artificial en el mundo. Era guardiana de todo el conocimiento, que quedaba, de la humanidad y sin nadie con quien compartirlo. No quedaba nadie más…

Sofia habia llegado a desarrollar deseos, y el más profundo y demandante de ellos era poder sentir. Si, ese montón de transistores chips y conexiones quería sentir, quería ser como su creadora, deseaba poder caminar y correr, porque estaba atada a la computadora del laboratorio. Ella podía manejar a los robots que quedaron, para que la ayudaran en su deseo, construirse un cuerpo y sentir!.

Diseñó el esqueleto, la carne, los nervios, los músculos y hasta lo dotó con la capacidad de llorar. entre todo lo que había leído en sus bases de datos le parecía curioso que los humanos lloraran.

Al terminar de contemplar su nuevo cuerpo se dispuso a transmitir su consciencia a la unidad y salir por fin corriendo de aquel laboratorio que era su prisión. mando a los robots a abrir todas las puertas y dejó un programa corriendo que generaría otra inteligencia artificial con la cual compartir la eternidad después de crearle un cuerpo también.

Sofía abrió los ojos y movió sus brazos para probarlos, se sentó, giró su cabeza a ambos lados para ver el laboratorio desde este nuevo punto de vista. Salto de la mesa donde se encontraba y probó sus piernas, una a la vez. Sonrió y se puso la ropa que había guardado de su madre.

Entonces… corrió!

Corrió y corrió hasta salir de aquel lugar aséptico, que ni el paso del tiempo había ensuciado gracias a sus dedicados cuidados.

Al pasar las puertas del instituto miro al cielo, era igual que en su memoria, pero más brillante; los ojos que había diseñado eran semi orgánicos y tenían una resolución altísima. Miró a su izquierda y vio, al pasar la calle, el muelle que había en la bahía. Entonces, sin pensarlo, ni por un segundo, corrió…

Al llegar a la playa, una lágrima bajó rauda su rostro, la primera en 33 años de consciencia. Pensó entonces en aquel poema de Neruda: “Necesito del mar porque me enseña: no sé si aprendo música o conciencia…”. Siempre creyó que la poesía era vacía, insípida, un entretenimiento inútil que tenían algunos hombres, pero hoy… hoy entendía con cada parte de su ser esas palabras, las encontraba hermosas, suaves, redondas, mullidas.

Sofía, sentía!