Ayer fue el primer día de clases y todos estamos entusiasmo por las expectativas que tenemos de este nuevo año escolar. Ni hablar de la emoción que sentimos nosotros los niños por saber que hoy, nuevamente, volveremos al colegio. Así pues que, horas antes de partir, formamos en la casa un gran torbellino debido a lo que hacemos mientras nos arreglamos. Ir al baño, regresar al cuarto, ponernos el uniforme, sentarnos, ponernos los zapatos, volvernos a parar, buscar el peine (que siempre se pierde), ir a la cocina, volver de nuevo al cuarto y así, sucesivamente. Hasta que oímos… ¡APÚRENSE O LLEGAREMOS TARDE! Frase que es como una gasolina y nos acelera el paso. Por lo que agarramos nuestro morral, el cual está lleno de útiles e ilusiones, y nos dirigimos rápidamente al punto de convergencia que es la puerta por donde saldremos. Y al traspasarla, el torbellino que habíamos creado comienza a disiparse a medida que vamos, camino a nuestra escuela.

Una vez entrado a nuestro colegio, y ante tantas personas, nuestros ojos se mueven de un lado a otro con la intención de adaptarnos al ambiente pero sobre todo de encontrar a nuestros compañeros mas apreciados, aquellos con los cuales nos sentimos más a gusto. Y al verlos, la escuela se transforma en un lugar muchísimo mas agradable de lo que pudimos imaginar y nuestra estadía allí se hace mas placentera. Y regocijados por tal encuentro y, luego de haber hecho la formación, pasamos a los salones guiados por nuestros docentes y allí seleccionamos nuestros asientos. Dentro del aula de clase, hurgamos nuestro bolso y al abrirlo percibimos una mezcla de olores de lápices, cuadernos, borradores y sacapuntas que es difícil describir pero que nos invitan a realizar las actividades que nos indica nuestra maestra. Y en ese proceso voy determinando como son mis compañeros. Donde hay unos que son muy aplicados al realizar sus actividades, otro que son rápidos sacando cuentas, unos que son pocos conversadores, otros que hablan mucho, algunos que son inquietos, otros alegres y estoy yo que me porto muy bien, bueno… A veces no tanto.

Cuando suena el timbre que indica el receso, salimos todos al patio. Y aunque es un tiempo que nos dan para descansar de las actividades del aula, lo menos que hacemos es eso, porque en ese tiempo es donde más comparto con mis compañeros. Bromeamos, caminamos de un lugar a otro, jugamos y corremos, corremos, corremos y, aunque los docentes dicen que no lo hagamos porque nos podemos caer, seguimos corriendo. Y es que pareciera que ellos no entiende que para nosotros el corre es algo casi inevitable. ¡Ah! Y también, durante el receso, algunos abrimos como si fuera una caja de sorpresa nuestras viandas o loncheras para ver que nos colocaron de merienda y luego de observarla, nos las comemos. Otros van a la cantina escolar y compran una empanada, un pastelito o una galleta y también, un jugo dulcito de melón o acidito de naranja.

Vuelve a sonar el timbre y regresamos al aula. Sacamos los útiles que vamos a necesitar. Cuaderno de una línea, doble línea, cuadriculado o de dibujo y por supuesto, el lápiz. ¡Epa! ¿Quien agarro mi lápiz? ¡Devuélvanmelo!…. Ah no, aquí está, lo encontré en mi bolso. Es que el lápiz pareciera que tuviera vida porque algunas veces se desaparece. Y en ese proceso de búsqueda, nos llaman. Que alegría y felicidad nos da cuando ella nos llama por nuestro nombre. Nos sentimos importantes, amados, y valorados por ese ser a quien admiramos tanto, quien es nuestro guía y modelo a seguir. La persona que nos cuidará y nos transmitirá los conocimientos que necesitamos adquirir dentro de la escuela. La maestra.

Nuevamente suena el timbre. Esta vez indica que es la hora de salida. Así pues que, recogemos todos nuestros útiles y avanzamos hacia la salida. Y antes de irnos nos despedirnos amorosamente de nuestra docente y a nuestros amigos le decimos, mañana nos vemos. Y nos vamos caminando con una sonrisa en los labios por haber disfrutado del día después del primer día.