Devoción
No había luz. Después de una tarde de tormentosas lluvias, la electricidad del barrio había desaparecido sin dejar ninguna pista, nadie sabía por qué, pero María Alvarez prendió una vela en la oscuridad de su rosada habitación plagada de cortinas y cuadros con versículos bíblicos; la ventolera golpeaba con fuerza las ventanas y las hacía crujir, yo tenía miedo, pero ella me miró y con sus suaves manos arrugadas por la vejes vejez acarició mi cara.
María abrió la biblia y comenzó a leer algunos salmos, diciendo “amen” cada vez que finalizaba un texto, inmediatamente después cerraba sus ojos y comenzaba a orar. Ella primero bendecía a todos sus hijos, y hasta donde yo tenía conocimiento ellos sumaban una cantidad de seis, pero se me hacía curioso que al principio de la oración mencionara un nombre femenino que yo desconocía. Terminó la oración, lo cual era un alivio para mí, ya que ella pedía por el bienestar de todos y cada uno de sus familiares, amigos, vecinos, conocidos, hermanos de la iglesia, doctores, enfermeras y cuanta persona se le cruzara por la mente, y tardaba muchísimos minutos en mencionarlos, lo que para mí era como un siglo, y habiendo terminado la oración, abrí los ojos y la observé, cuando le pregunté quién era esa persona que mencionaba primero que todo el mundo, María me contestó: es un ángel.
Era mi primera hija, dijo ella, la primera a la que di a luz, entonces le pregunté: ¿era? y María respondió: sí, murió cuando era una bebé y ahora es un ángel y está con Dios, creo en Dios y sigo sus mandamientos para ir al cielo a reunirme con ella al fin. Pero cuando le pregunté cómo había muerto, María tristemente contestó: tenía lombrices, la iglesia a la que asistía antes no creía en los doctores ni en la medicina moderna, así que me recomendaron que tuviera fe y le rezara a Dios por su bienestar, Dios la iba a curar, y eso hice todo el tiempo durante su enfermedad, nunca la llevé al médico, luego con el tiempo las lombrices salieron por sus oídos, por su nariz y sus ojos y pronto murió. Tu abuelo, que también era un hombre devoto, se enojó tanto que culpó a la iglesia, culpó a los hermanos y nunca más volvió a ir a la iglesia, nunca más volvió a hablar con Dios. Entonces le pregunté ¿por qué tú aun lo sigues haciendo? y ella dijo: porque quiero volver a verla.
La lluvia había terminado, las ventanas dejaron de crujir, solo se escuchaba el cantar de un grillo y algunos sapos, y la electricidad, aunque tenue, volvía a nuestras casas. La historia me pareció muy aterradora, ya sea por la lluvia o por la falta de luz, o por mi imaginación de niña que tras escuchar un secreto tan fuerte, me haría casi imposible conciliar el sueño, así que le pedí a mi abuela que me cantara una canción, y ella me cantó al mismo tiempo que acariciaba mi cabello y lo peinaba hacia atrás, yo me quede dormida entre sus brazos, jugando con las arrugas de su piel y entre el calor de sus cobijas.
Se me hace incomprensible entender por qué mi abuela sigue creyendo en Dios cuando fue él quien le arrebató a su hija, hoy en día María vive metida en un médico para tratar sus eternas enfermedades, y eso me hace preguntarme ¿si quiere ver a su hija, por qué quiere alargar su vida con medicinas modernas? ¿Y si Dios le arrebató a su hija, por qué sigue teniendo fe en que la volverá a ver? Hoy en día mi abuela está tan enferma que se le olvida hacer esa oración antes de dormir, y aún más doloroso, olvidó el nombre de su niña.
Nunca entendí las religiones y nunca creeré en ellas, pero siempre admiraré la fortaleza, devoción e imaginación de mi dulce abuela.
Se nos pidió escribir sobre nuestro más grande temor, o nuestro más grande secreto, no debía ser nuestro, y tampoco debía ser cierto, pero yo quiero que sepan que este es muy cierto, mi abuela me lo confió a mí, una niña que para entonces tenía 8 o 9 años, y hoy quiero escribir sobre ello, porque no quiero que se pierda en el tiempo. En honor a mi abuela, María Alvarez y a su primogénita Angella.