El ático | Relato

Él estaba totalmente enamorado. Ella no sabía de su existencia. Él estaba ansioso por hablarle, pero a pesar de que han trabajado durante tres años en la misma oficina, nunca se habían dirigido la palabra.

Él era sumamente tímido, a veces ni él mismo se explicaba cómo llegó a tener un cargo en aquella compañía tan importante. Tomando en cuenta que estuvo sumamente nervioso el día de la entrevista. Tanto, que derramó su café en el escritorio de la persona que se encargaba de la misma. Fue un total desastre, pero igual consiguió el trabajo, algo completamente inexplicable y sin sentido, según él. Pero ahí estaba, sentado en su escritorio, mientras observaba disimuladamente a la hermosa pelirroja sentada en el escritorio justo frente al suyo.

Un día, sin previo aviso, ella le habló. Solo quería saber algo sobre unos papeles, o eso creo, pero él no reaccionó. Estaba tan nervioso y sorprendido que no pudo ni hablar. Ella estuvo extrañada al principio, pero su gesto le pareció tan tierno que solo alcanzó a sonreír, y empezó a sentirse interesada en ese chico tímido que no le hablaba.

Los días siguieron pasando con total normalidad. No volvieron a cruzar palabra, hasta que ella tomó la iniciativa y lo invitó a tomar un helado. Él, de nuevo sorprendido, esta vez alcanzó a decir una palabra: sí. Ese mismo día salieron juntos del trabajo, fueron a la heladería favorita de ella. Él pidió de ron con pasas, ella pidió de chocolate, su favorito de toda la vida (y aunque sus amigas le decían que engordaría, a ella no le importaba). Pasaron toda la tarde conversando, conociéndose, y poco a poco él se sintió en confianza con ella, perdió la timidez y se sentía cada vez más cómodo y menos nervioso estando con ella.

Las salidas se hacían cada vez más frecuentes. Tomaron las salidas por helado como una especie de ritual. A veces iban a cenar, otras veces al cine, pero el helado no podía faltar.

La ocasión más especial para ambos, fue el día que, después de comprar el helado, como siempre, se dirigieron a casa de él. Era una casa pequeña, pero bien organizada y con buena distribución, daba la sensación de ser más grande de lo que en verdad era. Incluso tenía un ático pequeño donde él acostumbraba a mirar sus películas en esos domingos solitarios. Pero fue en ese mismo ático, donde tuvo a su soledad como única compañera durante tanto tiempo, donde, de la mano de ella, conoció el amor por primera vez, mientras en algún rincón de ese pequeño ático, el helado se derretía.

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Fuente de las imágenes:
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