Harald y Morgaine

En el Gran Salón se hallaba sentada en su trono de madera tallada una bella mujer de largos cabellos castaños oscuros, ojos azules como el mar y de finos ropajes. Encima llevaba puesto un abrigo de piel de lobo, pues había llegado la época del crudo invierno. Delante de ella, un hombre de cabello largo, rubio, de ojos azules, piel blanca como la nieve y de ropajes finos tenía la mirada puesta en la majestad del trono.

La mujer, cuya fama por su belleza y su sabiduría era conocida en toda Escandinavia, le saludó con la cortesía propia de un igual, pues aquél hombre se había decidido a convertirse en el rey no solo de toda Noruega, sino también de Escandinavia. El recién llegado, acorde a la tradición nórdica, le devolvió el saludo con los debidos respetos y añadió:

-Me siento honrado de ser recibido por la viuda del buen Ragnar Lodbrok, que, espero, esté en el Valhalla celebrando sus victorias sobre sus enemigos.

-Y yo de tener en mi casa al hombre que está uniendo a toda Noruega -replicó la mujer mientras que, con un gesto, le invitaba a sentarse a su lado.

Harald Hárfragi, a quienes muchos apodaban Cabellera Hermosa, se sentó de inmediato junto a su anfitriona. Ésta, mirándolo directamente a los ojos, le preguntó:

-¿Por qué estás aquí, Harald, hijo de Halfdan El Negro? 

El aludido, quien bebía un sorbo de hidromiel, le respondió:

-Vine aquí a proponer una alianza, reina Aslaug. Una que nos beneficiará a ambos.

-¿La cual es...?

-Mi ayuda para conquistar a los sajones.

-¿A cambio de qué? ¿Matrimonio?, ¿tierras?, ¿control sobre las tierras conquistadas?

-Veo que no se te escapa nada, hija de Myrdin Emrys Pendragon.

Aslaug sonrió y replicó:

-¿Cuánto tiempo ha pasado?, ¿tres siglos?

-Tres siglos y medio, para ser preciso. Debo confesar que no esperaba verte en estas tierras olvidadas por las divinidades. Viva, si te soy honesto. Digo, peleé contigo en la batalla de Camlann y recuerdo que estabas mal herida antes de que mi padre te matara.

-La mujer a quien viste en Camlann era mi abuela. Ella puso un somnífero en mi copa y me puso en un barco. La mujer que me acompañó tenía la instrucción de llevarme con mi tío Sigurd. Lo demás lo dejaré a tu criterio.

-Vaya... Un movimiento muy astuto. Propia de la vamphum fundadora de los Pendragon. Pero ahora, querida mía, los tiempos han cambiado. 

-Tienes razón. Los tiempos han cambiado... Pero tú no recibirás nada de mí, Harald. Ni ahora, ni nunca. Suecia y Dinamarca no serán de tu dominio. Noruega verá años gloriosos, pero con un alto costo, pues tu dinastía dividirá a la nación y la hundirá en medio de las guerras intestinas; tu reinado será recordado como aquél que impulsó la diáspora hacia los confines de las islas del este. Muchos te amarán, muchos te detestarán, pues tus tendencias tiránicas se extenderán hacia los distintos puntos del Yggdrassil.

Tu muerte la fingirás, permaneciendo en las sombras durante los próximos siglos. Eligiendo, controlando a cada gobernante de cualquier nación... Hasta que el Cuervo de Odín traspase tu yugular con Excalibur.

Harald llevó su mano hacia su garganta. La sangre salía copiosamente. Su voz la había perdido y su mirada, concentrada en aquél joven de cabellera oscura  y ojos verdes que sostenía una espada con la punta ensangrentada.

Sonrió.

Morgaine Le Fey una vez más le había atinado su destino: El hijo menor de aquella mujer había cumplido cabalmente su propósito justamente más de tres siglos después en aquellas tierras que alguna vez fueron suyas.