La habitación de la emperatriz [Relato]

in #spanish6 years ago (edited)


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«Amar duele. Es como entregarse a ser desollado y saber que en cualquier momento la otra persona podría irse llevándose tu piel.»

Susan Sontag

 

El apetito por la ambición se manifiesta de diferentes formas, al igual que el apetito por la libertad. Solo basta un deseo con cimientos de una monotonía pesada, que luego se va estructurando poco a poco en un desenfreno con terribles consecuencias. La obsesión, es la enfermedad más peligrosa y letal para nuestro cuerpo.

María Luisa Ernestina II de Brahms; de la casa de Brahms, una de las familias aristocráticas más poderosas del reino de Prusia. Amigos del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y único benefactor de sus causas.

Los Brahms, eran los ejecutores guardianes del reino, de sus manos dependía que los infieles e insulsos otomanos no cruzasen con sus gritos de guerra los límites hacia los reinos germanos. Eran sagaces y frívolos al momento de comandar la batalla. Su linaje de guerreros guardianes conquistó la admiración del emperador, y como muestra de agradecimiento, Herman I de Habsburgo, heredero por mayorazgo del Imperio, fue prometido en matrimonio a aquella florecilla de la vida.

María Luisa desde que a sus oídos llegó la noticia de su compromiso, lloró por tres días encerrada dentro de su suntuosa habitación. Las mucamas no sabían cómo tranquilizar a la alterada muchacha, futura emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico.

Su disgusto por aquella unión arreglada jamás cambió, ni después de contraer nupcias con el joven Herman. El ahora emperador no sentía ni la más mínima emoción o sentimiento por su esposa. Sus pasiones radicaban desde la caza, hasta los viajes y las fiestas. Su séquito estaba plagado de los más lambiscones y maliciosos miembros de la nobleza imperial. Sus máscaras insospechables albergaban insidia ante el señor todopoderoso de los Balcanes. Miserables trepadores oportunistas.

María Luisa vivía encerrada en su palacio de marfil, oro y diamantes. El palacio de Hofburg, residencia principal de la dinastía de los Habsburgo. El aborrecimiento por todo lo que le rodeaba la convirtieron en una mujer amargada, nada le satisfacía dentro de los confines y privilegios de su noble vida. Se ensimismaba en pesadumbre dentro de sus aposentos donde solo se sentaba largas horas leyendo libros, y a veces, salía a admirar las interminables muestras de arte que decoraban los pasillos y las habitaciones del palacio.

Tal parecía, que la vida de María Luisa, emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico, señora desde los Balcanes hasta el Rin, no conocería otra cosa sino el desconsuelo y mantendría un vacío que le provocaba indiferencia a todo lo que observaba. Parecía que su vida solo fuera lujos sin emoción, pero todo empezó a cambiar.

María Luisa comenzó a asistir a las fiestas que se organizaban en el palacio en honor a los santos, donde conoció al brazo grueso de las dinastías más nobles de Francia, España, Austria, Bélgica, el norte de Alemania, Polonia, y hasta de la lejana y vasta Rusia. María Luisa estaba maravillada por todo lo que veía, jamás había visto con sus propios ojos una fiesta en un palacio imperial, centro del poderoso imperio germánico.

Allí conoció a vastas celebridades, varones, condes, príncipes y marqueses. Uno en especial llamó la atención de la reprimida joven que solo sostenía veintidós años sobre sus hombros. Luther Kopff, conde de Bremen, quien fue uno de los amigos personales del anterior emperador. Aunque era un hombre mucho mayor que María Luisa, su atractivo masculino y cautivadoras palabras plagadas de cultura encendieron a la reprimida joven.

Varias aventuras tuvieron, desenfrenadas por el deseo y la pasión, y muchos de estos encuentros se realizaron dentro de los aposentos de la emperatriz. María Luisa sin saberlo, despertaba en sí misma a otro ser que sería el que tomaría las riendas de su consciencia.

Después de varios días, el conde de Bremen tuvo que partir de Viena, para atender sus asuntos, dejando a la pobre María Luisa devuelta a su vida monótona. Inconforme con su actual situación, adoptó una personalidad carismática y más activa que la de la anterior y amargada María Luisa. El conde de Bremen solo fue una tajada del enorme pastel que ella pensaba comerse por completo.

Otros condes, varones y príncipes de distintos lugares del viejo continente, pasaron por las delicadas pero insaciables piernas de la señora de todo el vasto Sacro Imperio Romano Germánico. Su ínfimo deseo se convirtió en una criatura sin cadenas, máxima e incontrolable. Prácticamente María Luisa hacía lo que quería, no le importaba llevar a sus amantes al palacio y consumar sus lujuriosos deseos dentro de su habitación.


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Con el pasar de los años, su reputación fue tachada como «La ramera más acaudalada del Sacro Imperio», incluso se rumoreaba de que sus cuatro hijos, no eran del emperador, sino de sus amantes. María Luisa no temía a tales difamaciones, y menos frente a su esposo, quien estaba siempre en sus obligaciones e intereses fortuitos.

No pasaría mucho en que María Luisa, en sus apetencias e intereses por concretar nuevas aventuras dentro de toda la alta sociedad del Imperio, conocería al hombre que la flecharía hasta un punto enfermizo. Robert Adolph Schell, vizconde de Königsberg, prusiano al igual que ella. Hombre guapo, joven, culto y con un léxico cautivador, no pasó mucho desde que la emperatriz enviará señales de su interés hacia él después de verlo en aquella reunión especial en el palacio.

Pero a pesar de sus ofrecimientos, seductora inteligencia y sagacidad en las palabras de María Luisa, el joven no cedió a sus encantos. A este grado, el rechazo era inaceptable para ella, después de haberse comido todo el glaseado de los señores más acaudalados de Europa, no podía admitir un no como respuesta.

Su interés ya no era para pasar el rato, sino que se había convertido en una obsesión malsana. Tanta fue la abrumadora fuerza con que María Luisa asediaba al joven que el pobre huyó devuelta a Prusia, a Königsberg. Una ira corrosiva se apoderó del cuerpo de María Luisa atestando palabras perniciosas de rencor y venganza.

Quería que pagara por su cruel rechazo, pero quería hacerlo de tal manera de hacerle sentir lo que él le hizo sentir a ella. Se había enterado desde hace un tiempo de rumores sobre que dos de sus criadas practicaban la brujería. Ambas fueron solicitadas a los aposentos de María Luisa, para exigirles, una petición para ella, o perecerían en las llamas del Santo Oficio.

Las mujeres aceptaron a las demandas de la emperatriz. La primera de ellas fue que el joven vizconde de Königsberg se enamorara perdidamente de ella, para luego hacer de él lo que quisiese hasta destruirlo mentalmente. Las dos mujeres pusieron manos a la obra esa misma noche, dentro de la habitación de María Luisa, sus conjuros y maleficios se devolvieron con noticias nada favorables. Un hechizo de amor no funcionaría, puesto que el joven vizconde ya estaba enamorado y contraería nupcias con una noble prusiana.

Aquello incrementó la ira de María Luisa, y la maldad se apoderó de su corazón. Así que les pidió a aquellas dos brujas que crearan el destino más cruel y mortal para la feliz pareja. Y así lo hicieron, las dos mujeres comenzaron a trabajar, entre embrujos y maldiciones, todos manipulados por el deseo de la rencorosa emperatriz.

Pasaron meses desde aquél día, y el rencor y el odio se habían ya disipado de la mente de María Luisa. Se dedicó al final a su familia y no a su libertinaje. Había olvidado por completo ya al vizconde, y comprendió, que no podía dejarse llevar más por sus caprichos. Aún su esposo, el emperador, seguía siendo alguien tan trivial para ella. Buscó finalmente la serenidad dentro de la suntuosidad de su privilegiada vida.

De repente, un día, una noticia llegó a las puertas del palacio, y recorrió los pasillos como un errante y lamentable fantasma. Dicha noticia arribó en los oídos de la emperatriz causándole el más punzante y helado horror que haya sentido en toda su vida.

Se trataba del joven vizconde y su esposa, quienes habían muerto sorpresivamente. Estaban en su carruaje dirigiéndose a una casa de campo en Königsberg, para ver a los familiares de la vizcondesa. Atravesaban un camino acantilado cuando de repente, el carruaje perdió el control y ambos se fueron por el precipicio. Murieron al instante y su lamentable muerte fue impactante para todos, especialmente, y aún más, para María Luisa, quien movió los hilos con su ferviente y maligno deseo.



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