Setenta y dos flores estampadas hay en las cortinas. Ocho tablas acomodadas en la esquina derecha de este espacio. Veintitrés ladrillos, algunos ahuecados quizás se usaron para otra tarea que no fuera la adecuada. El piso es polvoriento, es lógico que él no lo limpie, aunque si se ocupa de otras cosas, fundamentales para disipar las sospechas.

 
  Un techo que parece un cielo rayado, carcomido por el tiempo. Un espacio subterráneo que solo es iluminado por un bombillo. Un cuadro tirado a un lado. Una caja de herramientas que nunca fue usada. Un candado centinela que mantiene cerrada la puerta. Un lugar hermético con una persona y un hombre enfermo que mantiene a esa persona, es decir, a mí, en total cautiverio.

 
  Hay cuarenta y cinco aros en las cadenas. Hay dos grilletes que sujetan las cadenas y a mis muñecas débiles, separan poco a poco la piel de mi carne. Hay una pala detrás de la escalera que conduce a la puerta. Hay una caja de cartón al lado de la pala donde aquél hombre guarda el alcanfor y la insulina.

 
  Había un miedo que murió dentro de mí. Había una mujer que me amaba, la cual, aquél hombre le arrebató la vida con sus gruesas y musculosas manos. Había un niño que había nacido fruto de mí ya inexistente amor. Había una familia feliz y tranquila viviendo en esta casa, ahora solo hay dos cadáveres bajo mi prisión y otro que está por acompañarlos.