"Serendipia"

in #spanish6 years ago (edited)

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"Serendipia"
Por: @seifiro (el sujeto de la foto, o sea, le yo)
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Llovía como no había llovido desde hacía varios años; esta se convirtió en un recuerdo deliciosamente frío, el cual traía consigo a la melodía que producen las gotas al chocar con los tejados de las casas; el exquisito perfume de la tierra mojada, y la necesidad de preparar chocolate caliente, o al menos un café para la ocasión. Así lo hizo Vile. Tomó de una taza de chocolate caliente con dos malvaviscos para acompañarla. Estaba bien abrigado. El frío se acentuaba. Sacó una guitarra acústica y comenzó a tocarla. Sin embargo, los dedos le dolían muchísimo. Era tarde de noche; con un extraño odio demoniaco se precipitó la lluvia. Pero para Vile, ese «odio demoniaco» no era tan extraño, sino familiarmente incómodo.

Y por supuesto, era de noche y llovía sobre Lilith, una taberna con varias personas adentro tomando, comiendo y contando historias. Sin embargo, dentro de ella había demasiada soledad. De hecho, había tres soledades coronadas por diferentes nombres. La soledad del silencio, hueco y seco, como todas las cosas que faltaban. Quizá también faltaba la música para aplacar al silencio, ya que las voces de los clientes no eran suficientes, y ya la guitarra de Vile se había apagado como la luz de una luciérnaga en la espesa y distante obscuridad del local. La segunda soledad era el miedo. A esta cualquiera lo podía escuchar en la ausencia de las palabras en las bocas de los clientes que evitaban contar historias terribles pero ciertas sobre todo lo que sucedía en la ciudad de Serendipia. Y finalmente, la tercera soledad, la cual era compleja de hallar pues ameritaba que fueras a buscarla con los ojos, o con cualquier otro sentido; era la de un hombre de pupilas azules como funerarios atavíos matizadas en melancolías clavadas en dirección a la nada. Su nombre: simplemente, Vile.
Sus manos acariciaban al lomo de la guitarra con cariño y ternura, tal y como un hombre acaricia el cabello y rostro de la mujer que ama.

Vile tomó de un vaso de whisky sin hielo que le trajeron. Lo probó con sutileza. No sintió ninguna molestia en la garganta y se terminó de calentar.
En Lilith quedaban sólo siete clientes sin contar a Vile. No era extraño. Serendipia era también una ciudad abandonada y olvidada.

A continuación, entró alguien por la puerta. Un hombre viejo de expresión severa, con ojos grises pero fugaces como púlsares de luz en la cara que contrastaban con la ropa negra que llevaba puesta; se movía con destreza en el bar; sus ojos tenían la estela que marca la mirada de alguien que sabe demasiadas cosas.
Se sentó en la misma mesa que Vile después de ordenar dos rondas de lo que este estaba tomando.

—Todavía estás aquí—soltó el hombre vestido de negro.

—Sí. Aquí sigo. Un poco seco y atrapado— respondió Vile amargamente. Se quedó conversando con el hombre una hora más sobre las noticias terribles que los demás dentro del bar evitaban. Igualmente nadie los podía escuchar. No les interesaba.

—Mañana deberías de salir, Vile—insistió el hombre. Su voz sonaba ronca pero tenía fuerzas, como un viejo león que todavía puede rugir—de lo contrario, te consumirás tú solo indefectiblemente.

—Veré si puedo hacerlo, Boris—respondió Vile y dio un trago profundo.
A la mañana siguiente, ya no llovía sobre Serendipia. En cambio, había caído una delicada película de nieve. El cielo por su lado era de un azul grisáceo, triste, apagado, como los ojos de algunos huérfanos que vivían en las calles. Vile caminó hasta el viejo muelle; le traía recuerdos. Unos s muy dolorosos.
Boris no aparecía. Vile encendió un cigarrillo y lo llevó hasta su boca, inhaló; podía esperarlo mientras tuviera cigarrillos para consumir.

Caía nieve lentamente. Como si a Serendipia la besara de forma delicada y tierna el invierno.
Vile pensaba mientras fumaba y se bañaba con los copos de nieve. Memoraba al pasado; recordaba la muerte de su amada Verónica, en este mismo muelle gris y triste, hoy cubierto de nieve como en aquella ocasión.
Era casi la media noche de un otoño que estaba por llegar a su fin. Se celebraba la fiesta de la Ruska. El ambiente olía a madera húmeda y a carne asada; también a cerveza. Era todo ligeramente más alegre como todo lo que se recuerda con tanto pasado que no permite ver al presente. Después de que el gobierno clausurara la minería en la ciudad, Serendipia comenzaría a morir. Fue varios años antes de ese otoño. Todo entró en declive. Como algunos habitantes temían, muchos comercios cerraron sus puertas; algunas familias se separaron porque los más jóvenes de iban a otras ciudades; de repente en las calles había más niños y ancianos sin hogar. De repente había más gente con malas intenciones en las calles sin medir fechas, sólo esperando a la noche para sentirse protegidos por la fría obscuridad que Serendipia arrojaba sobre ellos como un espejo dentro de una habitación sin ningún recodo de luz.

Fue una banda de cinco asaltantes. Ellos neutralizaron a Vile de unos buenos puñetazos, mientras que a Verónica, la agarraron. De ambos sacaron sus pertenencias. Verónica tenía el cabello besado por el fuego. Él lo recordaba todavía de forma cálida y cercana y producía en él durante las noches el sentimiento de estar frente a una hoguera. Su cabello era largo como una cascada salida de la misma luz del crepúsculo. Pero el calor de ese recuerdo siempre se veía interrumpido súbitamente como si una brisa helada apagase a las brasas de un único y violento soplido.

Fue violada delante de Vile por los cinco hombres. Los cinco tenían los rostros podridos por la malicia y las ganas de hacer daño, producto de una sociedad contaminada que arroja a sus habitantes hasta los pozos del dolor y de la barbarie. La policía apareció en la escena, pero ya todo había ocurrido; pudieron agarrar a los antisociales y los llevaron ante la justicia. Pero Verónica no sobrevivió a los daños...

—Perdón por la demora, Vile—interrumpió Boris con su voz tan tranquila, clara y fuerte como el mármol pulido.

—No te preocupes. Ya estás aquí—se incorporó Vile exhalando el humo de su cigarrillo.—¿Ahora sí me dirás quién eres?—Preguntó. Su voz no mostraba irritación, sólo hastío y confusión.—Llevas rato siguiéndome. Sabes muchas cosas sobre mí.

—¿De verdad quieres saberlo?—Preguntó Boris con voz queda.

—Sí—insistió.

—¿Y también quieres morir?

—Sí…—respondió Vile.

—¿Y entonces por qué no te lanzas desde un puente, o te das un tiro en la cien? Puedes hacerlo en cualquier momento—miraba a los ojos azules de Vile, apagados como el océano.

—Es que…—Vile comenzó a titubear, no podía mirar a los ojos de su interlocutor. Sentía que si lo hacía perdería.

—Buscas una garantía—interrumpió a Vile.—Los hombres siempre buscan una garantía antes de morir, aunque la mayoría no piensan ni en la muerte ni en la nada que les espera pero que les atemoriza.

—¡No me importaría si al morir soy condenado a la nada!—Exclamó.—Los hombres viven con la certeza de que algún día van a morir. Pero nadie piensa en ello como lo dijiste. Yo sí. Me atemoriza morir después de haber perdido todas las razones para vivir como también para morir.

—Ya deberías de saberlo, Vile. Yo soy la misma muerte. Habito en esta ciudad en donde todo muere y decae en lo gris. Las floreces nacen marchitas. Las esperanzas huyen. Tú eres un sonámbulo sin esperanzas que deambula por estas calles solitarias. ¿Qué buscas en realidad?

—Busco el perdón—dijo Vile después de un instante quedo. ¿Y tú me estás buscando a mí?

—No. Todavía no. Salvo que no encuentres lo que deseas—dijo la Muerte. Vile sintió un extraño alivio recorriendo a sus vísceras y a su espina.—Te acompaño por estas calles porque eres el único muerto que camina que podría salir del estigma de esta ciudad verdaderamente. Cuando la peste de la miseria acompaña a un hombre, esto es hasta final de sus días.

—Entiendo—respondió.
Vile cogió una maleta y caminó junto a Boris hasta el final del muelle; pasaron por donde todo ocurrió.
Verónica estaba allí aguardándolo. Vestía de blanco como el verano que estaba todavía lejano. Vile se acercó a ella con cuidado y con determinación. La maleta se le hacía cada vez más pesada en el brazo. Verónica le dio la espalda sutilmente. Boris se colocó a un extremo apartado de ellos dos. Pasó un rato en que Vile sólo la miró por la espalda, mudo, quieto, sintiendo que el tiempo se había detenido. Sacó de la maleta la corona de flores, la colocó sobre Verónica con calidez y mucho cuidado; la abrazó de espaldas.

—Espero puedas perdonarme, amor mío—le dijo al oído y esta se desvaneció entre las flores.

—¿Qué te dijo?—Preguntó Boris.

—Nada.

—Claro. Los muertos no hablan.—Boris hizo un remolino con las flores del suelo. De ellas salió un lirio blanco.—Pero ella dice que todo está bien.—Vile sonrió por fin.

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Sort:  

que bonita,¿Continuará?

Gracias por leerme. Y no. Esta historia concluyó aquí, en el hallazgo de algo. :)

Me gustó mucho la manera en que lo redactaste, podía imaginarme cada palabra.

Gracias ;).

Hay cosas aquí que fueron reales desgraciadamente.
El día en que lo escribí llovía muchísimo, eso me impulsó.

Que vació se siente en el alma al leer esto.. Vile lleva una tristeza perpetua, pero esa última sonrisa, la de Vile, hace suspirar tras el relato.
@seifiro, me uno a tu insomnio, debemos construir camas de pan y quizá una lluvia que arrulle, no que desvele.

Creo que a veces sólo buscamos una sonrisa que nos regale una tregua con nosotros mismos. A veces me pasa. :(.

Podemos buscar un canto a la lluvia :3. La cosa es que no haya goteras que mojen al pan.

yo tengo sonrisas, hay con sabor a maní, a lenteja y a lechuga morada :), la última deja los dientes de colores :O

Eso nunca me ha preocupado. Después de quita, ¿no?

No, no quita, lo bueno, es que cuando sonrías, el arcoíris aparecerá :)

Mi estimado amigo, @seifiro. Tu "Serendipia" es espectacular. Una forma de relato, me atrevo a decir, taxativo y atrapante. Cada frase, cada esquema, cada trazo deja un exquisito sabor de boca. Un abrazo. Saludos.

Muchas gracias por leerme, querido; tiempo sin verte por mis lados. De verdad, un gran y fuerte abrazo.

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