"La casa teñida de un púrpura profundo" [cuento]

in #spanish6 years ago (edited)

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La casa era enorme y se sigue ubicando hoy en día dentro de un enorme viñedo tan magnánimo como esta. El olor a uvas se sentía por toda la propiedad y se colaba deliciosamente a través de las columnas con decoraciones de espirales. Otrora hubo una mayor cantidad de habitantes, pero para aquel último noviembre, sólo quedaban dos personas: los hermanos, Demián y Coraline Hiero. Los criados y mayordomos también se habían ido pero esto no les causaba ninguna tristeza a los hermanos los cuales adoptaron como rutina mantener la casa limpia, aunque nunca recibían visitas. Tampoco les importaba en lo absoluto. Y fue así en soledad como celebraron su boda un once de noviembre del año siguiente. Coraline llevó puesto un vestido de color púrpura. A Demián le encantaba. A veces recordaba lo placentero que fue para él descubrir a sus instintos sexuales entre las piernas abiertas de su hermana menor. El altar al placer siempre estuvo tapizado por vello de color dorado; fue hace algunos años en el jardín. Los hermanos siguieron con sus rutinas diarias: desayunaban, limpiaban la casa; tenían sexo, almorzaban. Sin embargo, evitaban compartir templos como el mismo cuarto de baño o la misma habitación para no hastiarse. Coraline adoraba pintar y se abstraía en ello todas las tardes en su estudio. Demián se la pasaba viendo películas en su sala personal de cine; llegada la puesta del sol rezaban un padre nuestro frente a la gran imagen de Jesucristo en medio del salón de la casa el cual hacían brillar como el sol. No era nada fuera de lo común entre las tradiciones de la familia Hiero.

Una tarde calurosa de junio, Coraline estaba limpiando el salón. Su hermano entró sin que ella lo advirtiera y posó su hombro sobre la estatua negra de Saturno al lado de la escalera.

—Mi querida y bella hermanita—dijo Demián, sacándola de su tarea. —Te he traído algo de tomar—dijo sirviendo dos copas de vino.—Está haciendo muchísimo calor.

—Coraline se incorporó. Bebió de la copa de vino unos sorbos rápidos. —Antes que nada debo desearte feliz cumpleaños—lo abrazó. Demián la acercó más a él, y primero buscó sus labios y luego introducirle la lengua. Se soltaron. —Esto es para ti—dijo Coraline, entusiasmada depositando en las manos de su hermano una amatista preciosa.

—Qué hermosa es, Cora. Muchas gracias. Yo también tendré que prepararte algo así de maravilloso para dentro de tres meses. Coraline se rió abiertamente.

—¿Hoy tendremos visitas, no?

—Sí.

—¿Vendrá Matilda?—preguntó mirando a los ojos de si hermano. Este esquivó la mirada.

—Sí. Ella vendrá. Es la número once. Es muy especial. Deberías al menos bajar a saludar.

—Nunca me agradan las amantes que escoges, Demián. Quizá la salude, pero deseo dedicarme a pintar después de acabar aquí.

—Como tú digas. Pero luego no te quejes de que te llame mal educada.

Hace algún tiempo, los hermanos comenzaron a buscar estudiantes utilizando a la propia casa como residencia. Todo ocurrió durantw un desyauno

—Hay muchos estudiantes buscando residencias comenzó a decir Coraline—¿No crees que podamos utilizar la casa para...?

—Vaya, hermana, creo que mi teoría de que te estas volviendo loca es cada vez más acertada—interrumpió Demián limpiando sus labios con una servilleta. —Además, no necesitamos dinero.

—Sé que no. Pero la casa es demasiado grande para nosotros solos. Y nuestra misión como católicos que somos es la de ayudar al prójimo.—dijo, su hermano la miró con esos ojos tiernos y bobos que a ella le gustaban.—Además, ¿por qué no aprovechamos y contratamos a un jardinero? No podemos hacer todo nosotros solos y necesitamos de una casa bonita.

—Sabes que lo sagrado de nuestras vidas es el silencio. El silencio es nuestro carácter más sagrado, y también lo que más nos aproxima a Dios. Sin embargo, no discuto que debemos ayudar a los demás. Pero si rompen o se roban algo, será tu culpa, Cora,—le acarició el cabello—; tampoco se pueden meter en el cuarto de nuestros padres. Y lo del jardín, es cierto. Haré algunas llamadas.

—Espero esto sirva para alejar a los comentarios insidiosos de los vecinos—dijo Coraline en tono molesto y mirando con reproche a Demián.

Coraline se encerraba siempre en su estudio a pintar sus cuadros mientras pensaba en Demián. En ese macro universo de la casa Hiero, no había otra cosa que hacer que pensar en los demás en silencio. El silencio era el dogma de la casa incluso ahora que era utilizada como residencia de vez en cuando. Ahora había tres personas dentro de la casa. Coraline estaba vestida de rojo y pintaba con pintura del color del vino sobre un lienzo mientras pensaba: felices sean todos en la bendición de la ignorancia. Lo digo por él, pero en especial por sus amantes. De Demián, es difícil saber si miente o si dice la verdad. Sin embargo, siempre fue un chico al cual le gustaba jugar con los demás. Creo que es así, después de todo, que los incipientes egos masculinos comienzan a inflarse. No en balde, detesto a lo escandalosas que son sus amantes a comparación de los míos. Las paredes de esta casa hacen que los gemidos se escuchen más de lo que una espera. Por supuesto, a Demián siempre le gustó ir al cine; a mí en lo personal me desagradan casi todas las películas, sin embargo, de vez en cuando consigue algo que me gusta. Él siempre ha estado atrapado en la maldición de ser el primogénito de nuestra familia (limpió el pincel y quedó mirando a las figuras humanoides del cuadro) «le falta más rojo» dijo y volvió a su nebulosa de pensamientos. Después fuiste a la universidad y conociste a Esther. A ella siempre la odié. Nuestros padres la adoraban. Cuando eso no nos habían rechazado todavía como hoy lo hacen.

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Más abajo, en otra parte de la casa, se escuchan las risas de Demián y Matilda, una estudiante de primer año de medicina, estaban desnudos y ebrios de vino. Demián aún tenía una erección. Matilda tenía impregnado de semen el monte de venus. Matilda, con sus ojos encendidos en lujuria hizo muchos comentarios alabando a la virilidad y a la belleza andrójina de Demián. Este sonreía y le decía: «soy como San Juan, el bautista». Matilda no la entendía del todo. Jugaban a perseguirse al rededor de lo que para Matilda era sólo una piedra negra con dibujos de Saturno.

—Una...—contó Demián a la primera vuelta. —Dos—indicó y seguían riendo.—tres

—Cuatro—se unió la muchacha al conteo lúdico. —Cinco...seis...

—Siete—dijo Demián. Los dos estaban jadeando. Se abrazaron. El pene erecto se posó sobre el vientre de Matilda. Se besaron profundamente. Demián buscó algo entre los recodos de la piedra, sacando un objeto afilado.

Coraline escuchó el grito desde su estudio. «Ya terminamos por hoy. Espero».

Demián se encerró en su sala de cine personal. Estaba vestido de color púrpura y cargaba una toalla con estampado de caracoles con la cual secaba su cabello.

Ahora a olvidar un poco. No es que lo necesite. ¿Pero cómo es que quiere Coraline que recuerde siempre las cosas que no me gustan? Es ella la que siempre ha tenido la pasmosa facultad de recordar fijamente, como una fotografía, pero con todos los detalles de una buena pintura. Yo no soy así. Y quizá es por ello que ella pinta encerrada sola, mientras que yo me consumo en ocasiones aquí encerrado con mis películas imaginando que estos son mis recuerdos. Eso me gusta, o al menos eso creo.

Demián miró una película que llamó su atención y la saca del estante.

¡Ah! Esta le gustaría a Cora; es en blanco y negro, tiene romance, drama y tragedia; pero también contiene imágenes preciosas de paraíso e infierno.

La metió en el reproductor y se sientó sobre su sofá de terciopelo violeta.

Me pregunto qué seria de ella sin la pintura. ¿Acaso seguiría siendo la misma niña tímida de antaño que sólo buscaba algo que hacer? Recuerdo que Cora encontró la pintura algo que le permitió trascender a los hombres de su edad y mayores que sólo le repetían que debía de ser una buena de ama complaciente con su futuro marido. Ella se convirtió en una mujer todavía más rara cuando vestida de carmín, se encerraba sola en su estudio a pintar dando pincelada tras pincelada ignorando al mundo entero.

Sacó una bolsa de frituras y se sirvió una copa de vino: comenzó a comer mecánicamente.

Pero para mí, ella sigue siendo la misma persona. Con el tiempo comenzó a aceptar únicamente mis regalos, pero durante ese periodo de su adolescencia, esta se llenó de una enorme colección de corazones rotos, los cuales cortaba con un simple «gracias», y tiraba la ropa y joyas que le regalaban a la basura en algún rincón obscuro de su habitación. Lo sé. Lo podía ver todo cuando estábamos sudorosos debajo de las sábanas a escondidas de nuestros padres.

Ahora me pregunto, ¿nuestra familia se habría ahorrado alguna molestia de haberle prestado atención a lo que pintabas?

Horas después, Demián se hallaba dormido sobre el sofá mientras sucedían los créditos de alguna película. El volumen estaba muy bajo, pero lo que realmente pudo escuchar fue el murmullo del viento colándose dentro de la casa. Era algún momento de la madrugada y hacia muchísimo frío a fuera. De pronto, a los oídos de Demián, llegaron unos susurros inteligibles; se despertó súbitamente sin salir exaltado. Ahora estos susurros comenzaron a tener significado. Los conocía muy bien. Se paró de abocajarro del sofá, tropezando con algunas cosas a fuera de la habitación en el pasillo obscuro, maldiciendo por cada objeto con el cual se tropezaba. El frío lo podía sentir clavado sobre la dermis como dagas de hielo. Se fue corriendo y subió la escalera de caracol del final del pasillo que sube sólo hasta un tercer y último piso de la casa. De ahí en adelante, los susurros cobraron bríos. Aquí sólo hay un único pasillo con un camino amarrillo que conduce hasta un enorme portón de madera en medio de dos columnas. Dicha puerta está tapizada con un arcoiris. Tragó saliva y entró. Podía escuchar los latidos de su corazón acelerándose como el "confutatis maledictis" de Mozart. El pasillo siguiente tenía el piso tapizado como el ajedrez. Encendió la luz, y caminó hasta el final de éste, en donde se encontraba unas escaleras con una estatua de Saturno a la izquierda, y a la derecha un Cristo cargando una cruz. Subió y llegó hasta la habitación final en donde sólo habían un altar y un reloj sobre la pared. Todo el ruido se calmó repentinamente. Regresó la calma del silencio sempiterno que suele imperar en la casa Hiero. Demián miró fijamente hacia el altar. Estaban las once calaveras que él y su hermana habían recolectado con los años, cinco Coraline, y seis él; la de Matilda era la más fresca. Se acercó para mirarlas. Su corazón aún seguía inquieto gracias a esos susurros.

Una mano se posó sobre el hombro de Demián. Era aquel hombre con el rostro bello y delicado como una mujer, un rostro bello, delicado, con el cabello largo y rizado como el de él; un rostro fino con ojos azules penetrantes que recuerdan al de Juan, el bautista; era el señor Hiero, su padre.

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Coraline despertó al escuchar que llamaban a su puerta.

—¡Coraline, Coraline! ¡Abre la puerta—gritaba Demián desde el otro lado mientras tocaba. Coraline abrió. Tenía el rostro lleno del desprecio de quien es despertado de un sueño plácido.

—¿Qué ha pasado, Demián?—preguntó, manteniéndose lo más serena que podía. No había conversado con su hermano durante prácticamente todo el día porque en todo caso la presencia de Matilda le había resultado molesta.

—Cora—soltó jadeando y exaltado—son ellos, Cora—su hermana lo dejó pasar a la habitación. Demián tomaba bocanadas de aire.—Estaba dormido. Ellos me llamaron. Pensé que ya estarían tranquilos si... Si... Hacíamos bien... Las cosas. ¡Pero no! Los vi. Papá. Mamá. Y los demás han regresado y han ocupado más de la casa, Coraline. Se adueñaron del tercer piso por completo y de mi sala de cine. —Coraline intentó tranquilizarlo acariciando sus cabellos y ofreciéndole un vaso con agua. Demián bebió.

—Entonces por lo que dices nos han dejado sólo con una cuarta parte de la casa—comentó Coraline después de un rato.

—No quiero salir,—soltó Demián como un niño asustado. Su hermana lo abrazó y lo besó en la frente. Luego le dijo que podía pasar la noche con ella.

A la mañana siguiente hacia mucho sol y la temperatura comenzaba a calentar. Ambos seguían acostados en la misma cama y sin ganas de levantarse gracias a esa posición rígida en la que dormitaron. Coraline se movía mucho y su rostro expresaba profunda intranquilidad. Demián intentó levantarse de la cama cuando siente la mano de Cora aferrarse a la manga de su camisa. Intenta safarse de ella gentilmente pero no puede hacerlo. Se le queda mirando. La amaba más que a nadie. A continuación, Demián notó que Coraline había traído la pintura que estaba pintando hasta su cuarto. Naturalmente eso ocurrió ante que aquello. La miró fascinando, era la virgen María vestida de rojo sosteniendo al niño Jesús también vestido de color rojo. Volvió a dedicarle una mirada a Cora. Acercó su rostro al de ella y le besó los labios. Entonces le susurró que se tranquliece. Ella deja de moverse pero en su rostro aún se mira su intranquilidad.

Fueron a desayunar a la cocina. Demián miraba al café con asco. Coraline tampoco había comido nada. Estaban demasiadomo ocupados pensando en silencio.

Para los hermanos con el pasar de los días, la casa se iría haciendo más y más pequeña, y la rutina más corta. De repente, ya no había tantos espacios a los cuales limpiar ni que atender. Demián ya no podía ver películas, sin embargo, tenia algunos libros con él los cuales no dejaba de ojear. Coraline seguía pintando pero cada vez menos entregada. Ambos dos estaban demasiado preocupados. Había demasiado ruido en la casa. Murmullos, risas, quejidos; pisadas en los pasillos y ojos que juzgaban a la relación de los hermanos Hiero. Debían vivir ocultándose dentro de su propia casa. Demián apenas podía acariciar a los muslos desnudos de Coraline sin sentir que alguien lo miraba y que ese alguien estaba por reprocharle su acción.

Llegó un sábado 11 de noviembre, en la cocina, que junto al cuarto de Cora y uno de los baños, junto al pasillo, eran los pocos espacios que tenían para sí.

—¿Crees que Esther esté con ellos?—preguntó sacando a su hermano de su nube de pensamientos.

—No lo sé. Pero es probable—señaló Demián minutos después.

—¿Crees que nuestros padres vayan a perseguirnos hasta el final?

—No quisiera que fuera así, Cora; nuestros padres fueron bien tercos. Pensé que habían quedado enterrados después del funeral, pero no. Comenzaron a aparecerse y a pasearse por toda la casa.

—Y sin embargo, realizamos once sacramentos a Dios para calmarlos. Era su deber para con sus espíritus.

—Esther también fue víctima de la enfermedad ahora que lo recuerdo. Una lástima que lo nuestro no se haya podido enterrar con ella.

—¿Tuviste miedo de decirle algo con respecto a su enfermedad?—Preguntó apretando fuertemente la mano de Demián.

—Sí. Tú sabes que yo siempre he sido débil comparado contigo—respondió Demián amargamente. Hubo silencio en la boca de los dos unos instantes. —Vámonos de aquí, Cora.

—¿Pero a dónde?

—No lo sé. Lejos de aquí. No necesitamos llevarnos nada... Tenemos dinero. ¿No? Estaremos juntos, Cora.

—A donde sea juntos...

Unas horas más tarde, los hermanos caminaban a hurtadillas por los pasillos de la la casa cargando maletas pequeñas. Mientras caminaban recordaban aquellas discusiones de Demián con su señor padre. Coraline recordó aquel momento en que casi los pilla su madre teniendo sexo debajo del altar del pasillo ajedrezado. Luego, ambos recordaron las escenas funerarias en las cuales se despidieron de sus padres y luego de Esther. Coraline recordó a los cinco jóvenes que sedujo y consumió. sentía tristeza porque las cosas no habían salido como ellos habían querido. Seguramente Demián pensaba lo mismo. A continuación, los murmullos se hicieron más fuertes y las pisadas se convirtieron en el sonido de la persecución. Ambos aceleraron el paso y se echaron a correr hasta llegar a la entrada de la casa. Demián había rociado algo de gasolina. No sabía si alcanzaría para consumir a toda la casa pero sí por lo menos podría frenar a sus padres y demás familiares.

Demián encendió la cerilla y la arrojó. El fuego hizo acto de presencia y comenzó a consumir la madera. El crepetir de esta llegó como un chirrido atemorizante. Los hermanos miraron a través del fuego a sus padres molestos. También estaban Esther y varios chicos y chicas más.

—A donde sea juntos—dijo Caroline dedicando una mirada de desprecio a su padre.

Fin.
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Muy buen relato, @seifiro. Algo me dice que sus fantasmas van a seguir atormentándolos.

Eso es lo aterrador del infierno: que es eterno. Cuando crees que todo acabó, sólo regresas al punto de inicio, sin pasado, solo, atrapado en un presente infinito.

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