Lucía y el Lobo (Cuento; revisión - Parte 5 de 5)

in #spanish5 years ago (edited)
Lucía y El Lobo es un cuento juvenil que escribí hace en torno a un año y medio, quizá algo más, y que fue una de las primeras historias elaboradas que compartí en Steemit, allá por mis inicios en la plataforma. Es un cuento al que tengo mucho cariño, que está basado en unos sueños que mi esposa contaba tener de niña y que he revisado ortográfica y gramaticalmente, retocando aquí y allá. Como digo, he tratado de corregir y mejorar cosas, pero manteniendo intacto el amplio grueso de la historia.

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Lucía y El Lobo

Parte 5 de 5


Tenía cinco años la primera vez que le habló a su madre de El Lobo. Ya había soñado antes con él, con cuatro y con tres años. Pero los primeros recuerdos que tenía de esos sueños eran para Lucía algo más parecido a sensaciones: calidez, amparo, fortaleza, valentía, regazo... por nombrar algunas. Fue con cinco años cuando vivió su primera aventura, nítida y con detalles. Esa mañana, después de la noche de aquel primer sueño, la madre notó en la niña una avidez inusitada. Una sensación de poder que su hija no era capaz de contener, la irradiaba. Así que le preguntó.

  - Anoche soñé algo increíble, mamá, había un lobo, es mi amigo. Teníamos que encontrar al “Sapo dorado”, en el “Bosque Eterno”… -y aunque pudiera parecer que su madre no podría seguir bien la narración de su hija, debido a la suma excitación, sí que la entendió.

Desde ese día los sueños se sucedieron cada noche, cada vez, puntuales. Durante cinco años enteros, cada noche Lucía y El Lobo comenzaban o continuaban una aventura. Habían hecho de todo. Lucía había crecido con sus sueños y sus sueños con ella y en algún momento concreto, no sabría deciros muy bien cuál, creyó que esto sería así para siempre, que su fiel e increíble amigo nunca la abandonaría.

Era una niña muy viva, muy despierta. Activa y organizada, siempre se decía de ella que mostraba una madurez impropia de su edad. Participaba de sus amigas y amigos, jugaba durante horas en la calle, coloreaba y coloreaba y siempre hacía a tiempo las tareas del colegio. Pero después de aquella noche, la noche que no soñó con El Lobo, la primera en cinco años, Lucía no pudo parar de darle vueltas al por qué.

  - ¿Qué puede estar pasando?, ¿por qué nos atrapó Azahara?... Quizá, al no acabar su recorte… esa es su forma de manifestarse. Pero por qué no continué el sueño anoche, quizá el gobernador, al no acudir yo… -los pensamientos se atropellaban, inquietos, en la mente de la niña- … y si esta noche tampoco sueño… -se oyó el rebotar de un lápiz contra el suelo, lo había dejado caer en el bailar nervioso de su mano- … ¿y si es El Lobo quien me ha abandonado a mí…?

Lucía reaccionó, se agachó para recoger el lápiz. Llevaba como veinte minutos divagando y apenas había comenzado a contestar el examen de geografía. No le preocupaba, podía recordar el puzle de la tarde anterior sin problema pero, en cualquier caso, tenía que hacerlo. Tomo aliento e intento concentrarse.

El día pasó, la niña volvió a dormir y, de nuevo, no soñó nada.

  - ¿Te pasa algo cariño? –le preguntó su madre durante el desayuno. Tomaban tostadas con mantequilla con sal, bien derretida, y zumo natural de naranja. Lucía decidió contárselo- Yo no me preocuparía, seguro que vuelves a verlo muy pronto… -la actitud amable de su madre, acompañada de un cálido beso en la mejilla apenas sí consiguieron tranquilizarla.

Tercera noche, nada. Cuarta noche, quinta, sexta… nada. Fue en la séptima noche cuando Lucía, sumida un poco ya en la desesperanza, lo volvió a ver.

Esa noche no se oyó el tintinear de ningún cepillo, el vaso de cristal decorado a mano años antes había sido sustituido por un nuevo vaso de plástico del “Todo a 100” del barrio. La carpeta de recortes de Lucía, con Azahara por fin acabada de recortar, pasó el día en una de las estanterías de su habitación, la misma donde descansaban aquellos peluches con los que tanto jugaba cuando era aún más pequeña.

Se durmió ni con tanta prisa ni con tantas ganas como lo había hecho hasta entonces pero, esta vez, allí estaba esperándola.

Era un páramo yermo, el suelo parecía de un gris metálico pero, cuando caminaba, la sensación que tenía Lucía al posar el pie era como de un acolchado muy agradable. Algo anecdótico para ella porque, en la lejanía, bajo un cielo gris oscuro que lo envolvía todo, más oscuro aún que el gris del suelo, se encontraba El Lobo caminando hacia ella, emanando serenidad.

  - ¡Lobooo…! –gritó con rabia mientras arrancaba en una carrera desesperada. Lo había echado tanto de menos.   

Las lágrimas se deslizaban por su mejilla rápido y saltaban al aire en un suspiro. Al golpear contra el suelo estas lágrimas, una detrás de otra, comenzaban, como sin quererlo, a abrirse en un lago púrpura que crecía y crecía tras ella según avanzaba en la carrera que le acercaba a su amigo. Era como si creara, con su llanto, un mar de emociones que acabaría envolviéndolos a ambos en un abrazo eterno.

  - ¿Dónde has estado? ¿por qué?... –sollozaba la niña en los brazos de El Lobo. Él no dijo nada, pero la calidez y amparo de su abrazo hizo que la niña se fuera sintiendo reconfortada. Una sensación muy parecida a cuando se conocieron, años antes de comenzar sus aventuras.

Entonces lo entendió, esto era el adiós, la despedida. Nunca más volverían a verse. Nunca más. Lucía se aferró fuerte a ese abrazo, la desesperanza y el desasosiego fueron cambiando sutilmente a otras sensaciones. Quería disfrutar ese momento todo lo posible, para no olvidarlo nunca. Y El Lobo, llenando a la niña de plenitud, en catarsis, fue deshaciéndose entre las manos de la pequeña, poco a poco, hasta desaparecer…

Ya no lloraba, ya no se sentía abandonada. Ahora estaba segura, comprendía. Su madre, que entró en la habitación, como casi cada mañana, con un montón de ropa para ordenar, vio a su hija desperezarse y, soltando la ropa en el escritorio, se sentó junto a ella y le dijo:

  - ¿Ves cómo todavía no se había acabado, “mi Loba”? Bueno, ahora que ya estás lista, ve a desayunar y luego enséñale tu mejor aullido a todos.

Lucía se levantó de un salto y le robó un beso, casi sin pensarlo, a los labios de su madre. Salió corriendo hacia la cocina, donde papá le estaría esperando con el desayuno listo. Era temprano, parecía un día como otro cualquiera pero, para Lucía, era uno muy diferente. Pues ahora sabía que su propio aullido podría hacerla llegar tan lejos como ella quisiera.

Las ilustraciones para Lucía y El Lobo son un regalo de Candela Menéndez.

FIN

Puedes encontrar las publicaciones originales a través de este enlace. Y así concluye la revisión del cuento, ¡espero que lo disfrutéis!



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Que buen cuento.. comentario completo en la publicación del reto ➨

Un estupendo cuento, siempre traes un relato donde uno se siente ser parte de la trama y desea consolar a la niña Lucia, y por fin el lobo regreso para cerrar ese ciclo de vida, me falta algo por terminar, algo por hacer. ¿Qué será? @salvao

Lucía cerró su ciclo para comenzar uno nuevo. Cada vez más difícil, cada vez más real... ¡Pues igual te falta un bizcocho casero de limón con café, para la merienda! Jaja... Saluditos :)

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Felicidades por hermosa habilidad y capacidad de la elngua escrita. Valió la pena esperar por cada capítlo.
Compenetrada con la historia y el salto cualitativo de la niña. Es un cambio angustioso pero sutil desde tu lápiz. Cada escena descrita me ilustraba la historia de mi lobo cuando niña, muy interesante.

¿Representa el Lobo la infancia de Lucía? ¿al despedirse, se despide así de su niñez? ¿o es algo más? ¿quizás el Lobo es la personificación de una aflicción (la pérdida de un ser querido que la acompañó durante cinco años)? todo esto y más es posible. ¿Qué opción escojo? la que se me ocurra cada vez que lo lea, incluso el Lobo puede ser real si hacemos uso del cordón de plata de Lobsang Rampa.
Buen ritmo narrativo, personajes memorables, buena trama (aunque me hubiera gustado saber qué pasó entre el Lobo y el gobernador). Un muy buen relato, perfectamente ilustrado. Saludos y gracias por compartir.

Un cuento hermoso, en cada capítulo sentí crecer a Lucía. Nos dejó sentir su tristeza y desasosiego pero también su madurez. Parece que Lucía te llevó de la mano @salvao, y te contó su historia.

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