Sagrario miró por la ventana al tiempo que dejaba escapar uno de sus suspiros habituales en estas fechas. Era veinticinco de diciembre, el día de navidad. Habían pasado ya siete años desde que su hija Alma se marchó. Justo este mismo día, un primero de navidad tal como hoy.

Dejó atrás una nota y un gran vacío en su madre. El vacío de una despedida no realizada, de unas explicaciones no recibidas. Un vacío desconsolado.

“Mamá, me he marchado. No espero que me comprendas…” así comenzaba la nota. Luego unas palabras que pretendían justificar lo injustificable. ¿No había sido una buena madre para ella, no le dio todo su amor? Los tres primeros años estuvo muy acompañada de sus otros hijos, Germán y Palomo. Prestaron toda la ayuda y consuelo que supieron dar. Pero Alma, su niña, se había marchado y ni siquiera sabía dónde. Ni cómo estaba, ni nada de nada.

- ¡Un milagro, un milagro! –oyó vociferar a Teresa, su prima, que llegaba corriendo por el jardín cargada con algunas cestas de ingredientes para el almuerzo.

El corazón de Sagrario dio un vuelco. A Teresa se le cayó todo al suelo en su carrera. Los huevos rotos en el camino de la entrada, lechugas y apios volando por todas partes y luego rodando de aquí para allá. Y, al final del camino, donde una de las coles terminó su circular carrera, estaba ella. Parada a la entrada de la finca y sin atreverse del todo a continuar. Su hija, aquella alma loca que la dejó sin alma ni consuelo había vuelto a casa. Un primero de navidad tal como en el que se fue, siete años atrás…

Con este microrrelato participo en el concurso de "nanonarrativa" de @acropolis. Cada semana nos proponen un interesante ejercicio literario donde debemos escribir una historia corta a partir de alguna premisa previa. Anímate a participar, encuentra aquí las bases.