Continuación Diario de Viajes. Parte III
En este día, el Coloso de Roma nos abre sus puertas y nos cuenta su historia.
Día 3: Martes 23 de febrero
Amaneció el tercer día, y me dispuse a desayunar las típicas tostadas con mermeladas y chocolate untable que debo confesar no estaba acostumbrada a comer tan temprano en la mañana, pero a fin de cuentas estaba dispuesta a experimentar la diversidad cultural.
A pie desde la posada, al cabo de unas cuantas cuadras calle abajo se podía notar que nos acercábamos cada vez más al imponente Coliseo de Roma, también conocido como Anfiteatro Flavio. Una vez allí, con entradas reservadas y esperando pacientemente que se solucionara un problema con la energía eléctrica, aprovechamos para observar de cerca el inmenso Arco de Constantino; uno de los dos famosos arcos ubicados en las cercanías del complejo del Palatino conjuntamente con el arco de Tito.
Y así llegó la hora de ir a descansar; puesto que la esperada visita a la ciudad del Vaticano, el siguiente día, prometía mucho.
Al fin pudimos entrar al Coliseo, símbolo principal de la ciudad y del país. Debo confesar que era mucho más grande de lo que me imaginaba. Allí, tomamos muchísimas fotos desde diversos ángulos, a la par de ir admirando aquella histórica estructura, donde aprendí tantas cosas interesantes; desde sus usos más antiguos hasta su uso actual. En fin, son anécdotas tan variadas y extensas como para comentarlas todas aquí.
Posterior a la gran experiencia del Coliseo, nos dirigimos al Palatino y Foro Romano ubicado justo en frente. No estuvo demás desubicarse un poco, ya que no conseguíamos la entrada al complejo en un principio, pero como reza el dicho: viajar sin perderse no es viajar. Lo cierto es que finalmente accedimos a la sede gubernamental del antiguo Imperio Romano, el cual en su época conquistó casi la totalidad del mundo conocido.
De ese modo trascurría aquel martes, con una cámara llena de fotografías que captaron extraordinarios momentos, momentos que más que en la misma cámara quedaron grabados inexorablemente en mi memoria y en mi corazón.
Fuimos a degustar una típica pizza italiana en un tradicional ristorante en las cercanías para luego regresar a la posada. Antes, pude comunicarme con mi familia en Venezuela. La verdad es que los extrañaba bastante, aunque lo que más quería era contarles todas esas aventuras que estaba viviendo.
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