La niñita, Alejandra, se subió de un salto a la cama de sus padres. Era su cumpleaños, y solamente se le ocurrían dos personas con las que celebrarlo. Trece años ya, toda una adolescente, según los libros de psicología que tenía y había leído. Estaba preparada para vivir la etapa, sabía que tendría problemas de autoestima, cambios hormonales y físicos... pero nada de esto le preocupaba, pues sabía que para eso estaban sus padres, para darle apoyo. Los tocó y agitó un poco, quería que despertaran cuanto antes. Los abrazó, y se apartó de la cama, al ver que ni siquiera le hacían caso. Lo típico, ya llevaba muchos días repitiendo la misma escena. Recordó cuando ellos la habían llevado a la playa, para jugar con la arena. Volvió a sentir entre sus dedos la fina arena, deshaciéndose y huyendo de su poder. Los cangrejos moviéndose con prisa, yendo de un lado a otro de la arena. Su hermano menor, todavía un niñito, corriendo con un bote lleno de barro, para hundirse debajo. Las olas del mar, relajantes, calmando la actitud estresada de Alejandra.

Sin embargo, la playa era un sitio que la niña no visitaba desde hacía demasiado tiempo, y los recuerdos se le empezaban a escapar. Primero se le escaparon sus padres, luego la playa, luego su hermanito... Pero lo bueno es que empezó a tener un buen amigo, un hombre que la escuchaba, sin importar lo que le dijese.

—Eso que dices es interesante. ¿Qué crees que opinarían tus padres si lo oyesen? — Le había dicho una vez, anotando cosas en su cuadernito. Alejandra sentía mucho cariño por aquel hombre, que todavía le visitaba una vez a la semana.

El hombre le apoyaba, y siempre estuvo ahí, incluso cuando Alejandrita se mudó de su enorme casa, a una pequeña habitación blanca, dentro de un edificio. No sabía si quería seguir viviendo ahí para siempre, pero estaba cómoda, y no tenía que hacer mucho. Volvió a intentar despertar a sus padres, pero no lograba nada.

Los enfermeros todavía discutían, afuera de la habitación C7, qué hacer con la joven.

—¿Cómo se te pudo pasar darle la medicación? ¿Ahora cómo le explicaremos esto al jefe?—dijo el menor, un chico débil y moreno.

—Le diremos que la chica no quiso comerla, y luego la vomitó. ¿Puedes decirlo tú?, el jefe confía más en ti que en mí, y además cuando hablas siempre suenas seguro.

Ambos se pusieron de acuerdo para dar la historia más lógica, mientras Alejandra se chupaba el dedo. 13 años. Todavía le quedaba mucho por vivir.

Y hey, gracias por leer. Espero no llegar muy tarde para que mi relato sea leído por @Templo. A decir verdad, este post lo tenía listo desde muy temprano, como desde las 3 de la tarde, pero no lo había publicado, debido a la falta de internet. Y si no llegué a tiempo, bueno, será para la próxima;).