Obliviscatur | Relato |
Obliviscatur
Imagen original de Pixabay | LionFive
Todo se fue a la mierda en un parpadeo. Eso pensó Annie al recordar los acontecimientos recientes. Caminó desde la entrada de la base, si es que a ese alboroto de uniformados y civiles corriendo entre carpas y gritando a toda voz se le podía considerar como tal, «¿Papá? —pensó al ver a un hombre, con la mitad del rostro quemado, que era atendido por los paramédicos —. No, no lo es. Pequeña idiota, tú sabes que pasó... es imposible que esté vivo», luego de aclarar su mente sollozó sentada de espaldas a un árbol.
—Annie, ¿me acompañas a la tienda? —preguntó su padre aquella mañana.
—¿Puedo conducir? —le consultó con una sonrisa de oreja a oreja y la mirada iluminada, hacía dos semanas que había aprobado el curso y obtenido la licencia.
—Vale, vale —respondió dubitativo —. Pero no nos estrelles contra un muro, ¿sí? —concluyó con una carcajada.
En el recorrido hasta la tienda de víveres tardarían al rededor de 20 minutos. Annie generalmente acompañaba a su padre, y en el último par de semanas lo hacía con más gusto solo por aprovechar la oportunidad de conducir.
En la radio sonaba una canción pegajosa mientras el cielo, que repentinamente se tornó de un tono gris oscuro, fungía como el prólogo del venidero chubasco.
—¿De dónde han salido esas nubes?
—Pues del cielo, papá. Duh —dijo ella en el tono más sarcástico que le fuese posible expresar.
—No me refiero a eso, es raro, ¿sabes? Al salir de casa estaba despejado. Además no es época de lluvias.
«Eso... ese fue el momento —recordó acongojada—. Justo después esa cosa, esa... nave apareció»
—Papá... —solo pudo decir eso en el momento. Fue la única palabra que logró formular mientras veía el cielo con los ojos abiertos como platos.
—Sí, Annie —respondió él tan asombrado como ella —. Estoy viéndolo.
Su padre salió del carro y ella hizo lo mismo, al igual que una docena de personas en la calle. Al mismo tiempo, en la lejanía, la monstruosa nave emergía de entre las nubes. Tenía una forma circular con medio centenar de protuberancias en la zona superior y poco a poco se revelaba, como si portara alguna clase de camuflaje.
—Debe medir entre 15 y 20 kilómetros —balbuceó su padre mientras ella veía atontada el escenario. Hasta que un auto chocó la parte trasera de su camioneta —. ¡Annie! —gritó.
—Estoy bien, papá, estoy bien, estoy bien. Tranquilo.
—Dios mío, lo siento, lo siento, lo siento —repetía el rechoncho conducto del carro que impactó su vehículo —. ¿No están lastimados? —preguntó mientras se limpiaba la grasosa cara con la manga de su camisa.
—No se preocupe —contestó su padre, apresurado —. Annie, entra a la camioneta. Nos vamos ya —le dijo —. Ve a los asientos de atrás. Yo conduciré.
Manejó a toda velocidad. Alejándose lo más que pudo de la nave en unos minutos.
—¡Papá! ¿¡Qué te pasa!? ¡Harás que nos matemos!
—Hija, ¿por qué esa nave se mantuvo oculta hasta que estuvo precisamente sobre Escudo de León?
Captó el sentido de la pregunta en seguida. Escudo de León era una antigua base militar establecida en los límites del poblado desde hacía cuarenta años. Su padre no creía que aquello fuese una visita amistosa y tenía argumentos que le respaldaban... estaba en lo cierto. Al instante un resplandor rojizo iluminó todo el cielo de la ciudad seguido por una honda expansiva que empujó todo cuanto encontró a su paso, incluyéndolos a ellos dentro del vehículo.
«¿Qué pasó después? —se preguntó Annie —. Despertamos. La camioneta estaba volcada y el aire lleno de polvo... y ahí aparecieron»
Despertó a su padre que aún seguía inconsciente.
—Por favor, papá. Tenemos que salir de aquí, despierta, por favor —repitió una y otra vez hasta que él abrió los ojos.
Imagen de Pixabay | Victoria_Borodinova
—Annie, hija. Oh dios, ¿no te pasó nada?
Salieron de la camioneta. Afuera algunas personas corrían, otras gritaban y otras caminaban desorientadas. Todos ignorantes de lo que pasaría a continuación: caminando por las calles, aparecieron cinco seres de alrededor de tres metros de altura, vestidos en trajes de un color negro brillante pegados a su cuerpo, casi como si fueran parte de su piel, aunque acorazados desde los pies hasta la cabeza donde además contaban con una especie de visor. Cada uno cargaba un ¿fúsil? «caminan en formación militar —entendió Annie —. Deben ser alguna clase de soldados», y dispararon contra las personas.
«Solo dispararon sin más —reflexionó —. Nunca intentaron comunicarse, hablar, llevar rehenes, nada. Su misión era liquidarnos»
Corrieron, como todos los demás, pero aquellos seres estaban rodeándoles en la calle, otros cinco esperaban desde el otro extremo. En un momento dado ella volteó y observó el lapso en el que un disparo impactó contra una mujer que terminó sin cabeza. «No hubo sangre —notó —, su cabeza explotó y se evaporó». Ellos cruzaron hacia un callejón.
—¿Estás bien, Annie?
—Papá, estoy bien, estoy bien. Deja de preocuparte por mí —respondió, claramente nerviosa —. Mierda, ¿qué haremos? estamos rodeados, ¿cómo vamos a salir de aquí? —de pronto guardó silencio, miró a su padre recostado contra la pared y palideció —. ¿Papá? —repitió con la voz quebrada.
—Tal parece que uno de sus disparos me dio —dijo él sonriendo, con un obvio gesto de dolor. Un fragmento de cristal púrpura sobresalía de un costado de su vientre, rodeado del manchón rojo de la sangre en su camisa —. Fue apenas los vimos. Volteé tarde. Aunque creo que es preferible que me haya impactado en el vientre y no en la espalda.
—¿Al parecer? ¡Estás sangrando! —respondió ella escandalizada —. Tenemos que llevarte a un hospital. Te ayudo a levantarte, hay que salir de aquí y...
—Annie, yo no podré irme —espetó él sosteniendo el cristal enterrado con una mano —. Ya viste lo que hacen estas cosas. Si no me ha explotado el torso creo que es solo porque estoy apretándolo con fuerza desde que me impactó —. Sin embargo estoy quedándome sin fuerzas... Tú tienes que irte. Corre lo más rápido que puedas y no mires hacia atrás.
—No, no, no, no, no —balbuceaba ella con una entrecortada risa histérica —. No voy a dejarte aquí. Se supone que tengo que protegerte, ya perdí a mamá, no...
—Y yo tengo que protegerte a ti, ahora más que soy un hombre muerto. Si puedo salvarte, hija mía. Valdrá la pena —sentenció.
Ella no quería irse. Pero, en el fondo, donde siempre prevalece el instinto de supervivencia, sabía que su padre estaba en lo cierto. Mientras perdía sangre le explicaba qué tendría que hacer.
—Escúchame, Annie. Salta el muro y quédate detrás hasta que me oigas hablar con esos malditos... alienígenas. Si mi hipótesis es correcta al soltar este cristal explotará. Trataré de tener al menos a uno bien cerca cuando eso pase. Mi voz será la señal para que eches a correr sin para por nada. ¿Entiendes?
»Hija, no llores. Sé que será difícil, pero puedo darme cuenta de que esto será un conflicto de dimensiones sin precedentes para la humanidad, toda la humanidad. Hoy empezó una guerra y tenemos las de perder. No nos quieren a nosotros, están matándonos como si nada, así que no tendremos ni oportunidad de rendirnos —le afirmó sonriendo y añadió —: Prómete que sobrevivirás, tienes que sobrevivir —al tiempo que le besó en la frente —. Sigue el plan y corre tan rápido como puedas.
Todo se dio tal cual. Ella espero del otro lado del callejón detrás del muro. Unos minutos después su padre conversaba con alguien que no respondía: «Hola, mi amigo» dijo. Luego escuchó el sonido de un metal impactando contra la pared. «parece que moriremos hoy» seguía diciendo él, mientras ella corrió y se tapó la boca para no hacer ningún ruido de más. Cien pasos después volteó y vio el humo saliendo detrás del muro.
Corrió y siguió corriendo como dijo su padre. «¿Por cuánto tiempo corrí? No lo sé» En un momento dado unos militares la interceptaron y la llevaron hasta donde estaba. Ahí sentada llorando recostada a un pequeño árbol. A unos metros delante de ella vio a dos soldados que hablaban, se levantó y se acercó.
—Disculpen —dijo con cautela.
—¿Qué quieres, niña? —respondió la mujer que hablaba con el joven militar.
—No soy una niña —la mujer parecía apenas pocos años mayor que ella —. Imagino que estarán necesitados de soldados. Quiero enlistarme —comentó.
Ella la miró de pies a cabeza.
—¿Perdiste a alguien?
Annie asintió.
—De acuerdo. Daniel, llévala al médico y dale un uniforme —le dijo al soldado con el que hablaba anteriormente —. Yo hablaré con el Coronel. Es hora de abrir las listas de reclutes, esto es una guerra y necesitaremos a cualquier persona capaz de librarla en el campo de batalla.
—Sí, Teniente —respondió —. Acompáñame.
Cuando estuvieron lejos de la oficial el muchacho le preguntó.
—Disculpa... ¿Qué haces? ¿Sabes a qué nos enfrentamos? Los superiores no tienen ni idea, pero saben que nos superan en tecnología y armamento por mucho —parecía indignado con ella —. Eres una civil, deberías estar pensando el largarte, huir lo más lejos posible y esperar a que nunca te encuentren. En cambio buscas ir de frente al conflicto.
—Lo sé —respondió ella —. Puedo huir y esperar a que todo pase, ¿pero y si no pasa? Si realmente no hay oportunidad entonces todos estamos irremediablemente muertos —respondió y, citando a su padre, añadió —: Hoy empezó una guerra y tenemos las de perder. No nos quieren a nosotros, están matándonos como si nada, así que no tendremos ni oportunidad de rendirnos.
»Ya tuve que dejar atrás a mi padre, y el mató a uno de esos malditos, estoy segura. No me queda nadie más, ¿se supone que huiré hasta que me atrapen? —preguntó y respondió—: No. Si tengo que elegir entre pelear o huir, elijo pelear. Pelearé hasta vencer o morir por la victoria —aseguró.
Imagen de Pixabay | skeeze
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