Mariel como la abuela. 2da parte

oscarina (58)in #spanish • 6 years ago (edited)

El rojo intenso aún brillaba en el engarce desgastado, de un baño ya diluido. Mariel lo observó una vez más. Su regalo de 15 años, 30 primaveras atrás: unos zarcillos colgantes, con piedras rojas. La abuela se los había dado, con sus ojitos aguados de viejita sensibilera. Porque así era la abuela. Y ella, Mariel (Mariel como la abuela), odiaba esa sensibilería barata. Casi repelía sus besos. ¡Cómo los habría de extrañar después!
Independiente y odiosa, según su hermana Maritza, Mariel abandonó el hogar materno a los 16 años. Se llevó sus zarcillos, sus ahorros, un morral con una muda adicional, su maquillaje, su rabia y las ganas de joder al mundo entero. ¡Ah! y un bebé en desarrollo, en un vientre aún plano que no delataba su preñez prematura. ¿El celular? Lo dejó...

Así como dejó atrás, su niñez, su familia, su hogar, su vida hasta ese momento. Mucho y muy caro le costó a Mariel valorar todo lo dejado atrás; creyó que podría comerse al mundo, y por un tiempo, mientras conservó su lozanía y belleza lo hizo. Aquel niño que llevaba en su vientre, nunca llegó a ver la luz... Era muy joven para hacerse cargo de un bebé - pensó en aquel momento - Solo seria una carga - y ella quería ser libre y sin compromisos, sin tener que rendir cuentas a nadie... Consiguió trabajo en un lujoso bar, y pronto ganó clientes fijos y muy bondadosos que solicitaban su atención y "compañía", era la novedad y la sensación del lugar, embrujaba a los hombres con su belleza,su sonrisa y sus dotes de seducción. Además de joven y bella, era inteligente, pero fría y calculadora, se hizo amante de un adinerado empresario, que complacía todos sus caprichos, con el viajó y disfrutó de una vida abundante y buena, por un tiempo, hasta que esté enfermó - ella no pensaba lidiar con enfermos - y con sus artimañas, logró que el apartamento donde vivía fuera de su propiedad. Luego de algunos meses, se enteró de la muerte de aquel hombre por la prensa y solo se notó en ella un leve gesto de tristeza, mientras decía:¡Que pena¡

Con sus ahorros y la venta de algunas joyas, montó su propio bar y como era reconocida y se había encargado de no perder contacto con sus antiguos clientes, no tardó mucho en consolidar su negocio. Y allí estaba, muy bien, en apariencia cómoda y realizada; pero sin verdaderos amigos, al contrario, en su camino, eran muchos los enemigos ganados: hombres que se sintieron utilizados y burlados, mujeres celosas, otras "colegas" envidiosas y heridas por robarles sus clientela... Y ahora a sus casi cincuenta años, el tiempo y la vida le estaban pasando factura, había perdido su frescura, ya había en su rostro marcas del paso del tiempo, ojeras productos de continuos trasnochos, su cuerpo luchaba contra las leyes de la gravedad y su sonrisa era apenas una extraña mueca...

Comenzaba a añorar nexos más afectivos que carnales, se sentía ya cansada y sola, se le estaba apagando la llama del deseo; comenzaba a evocar lo que dejó hace mucho, a su mente llegaban lejanas reminiscencias de su pasado, y en la soledad de su habitación, tendida sobre su cama - que se le hacia inmensa - de pronto, como una revelación, recordó aquel par de pendientes rojos, como autómata saltó de la cama, buscó en una cómoda y encontró en una cajita, aquel regalo de la abuela, los pendientes rojos que usó en algún momento de su vida... Era lo único que le quedaba de aquel lejano pasado y la única prueba de que en realidad, tuvo una vida diferente a esta en la que ahora se consumía... Volvió a la cama con los pendientes en su mano, por sus mejillas rodaron un par de perlas negras, y entre sollozos, murmuró: - Mariel, ahora eres tú la sensibilera -