La recompensa de una profesora

Querido José Albes: Recibí tu regalo hace días, un cuento precioso para niños diferentes, pero las rutinas diarias no me han permitido acusar recibo.  He tardado en contestarte y supongo que estarás esperando mi correo. Sospecho, por la dedicatoria que me has puesto en el cuento y los dos correos cariñosos que me has enviado, que he sido una persona que te ha influido en la manera de ver y estar en el mundo

Nunca pensé que algún día, uno de mis alumnos iba a hacerme este maravilloso regalo, lleno de afecto, cariño y reconocimiento.  

La profesión docente, es una labor solitaria y vocacional y nunca se está seguro de estar haciendo lo correcto, pues está muy ligada al ámbito de esos elementos intangibles de la cultura -los valores, la ideología, los prejuicios- que sabes que has de respetar, pero que, en ocasiones, sabes que es necesario cambiar (modificar, adaptar etc.), más por el bien de la persona que por el de la sociedad, que también.

Mis pretensiones profesionales nunca fueron demasiado ambiciosas; en el fondo, todo ser humano desea cierto reconocimiento social, pero desde luego, en mi caso no ha sido el motor de mi vida profesional. Pero he de confesarte que siempre he tenido la necesidad de que mis alumnos me quisiesen, estimasen y recordasen como una profesora que les dejó huella y ¡como no! también hubiese deseado tener la posibilidad de que ese cariño hubiese sido difundido ¡a los cuatro vientos! ante la mayoría de mis compañeros, con los que no he sabido sintonizar, sino todo lo contrario.  Ahora bien, pienso que aunque pocos profesores pueden presumir públicamente del reconocimiento de sus alumnos, personal y privadamente te diré que sí he recibido el reconocimiento de algunos de mis mejores alumnos y que guardo sus cartas como ¡oro en paño!. La tuya, particularmente, ha sido la más emotiva y llena de afecto, por ello, me siento muy afortunada. Escribiendo estas letras, estoy llorando, no sé si de alegría por sentirme querida en la distancia o de tristeza por ver como se acerca el final de "mi misión" docente, o por el irremediable paso del tiempo, como escribió JORGE MANRIQUE en las "Coplas a la muerte de su padre"   "Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado fue mejor
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de pasar por tal manera.   
III   
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
e consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
e más chicos,
allegados, son iguales
los que viven por sus manos
e los ricos.    
Haciendo recuento, siento decir ahora, que mi vida docente ha sido una tarea excesivamente esforzada, aunque honesta e inacabada, que me ha robado toda la energía, salud y libertad para disfrutar personalmente de las pequeñas cosas de la vida: un paseo, una charla con los amigos, viajes a otros mundos, y por tanto siento que me ha dejado exhausta y sin tiempo vital para hacer otras cosas que me hubiera gustado hacer.

No sé si este corazón cansado y enfermo será capaz, en el tiempo que me queda de permitirme vivir lo que siento que no he vivido.

Por todo ello me pregunto ¿habrá merecido la pena? y la respuesta me la has dado tu.