UNIÓN ANCESTRAL

FUENTE

Huía hacia el lugar que su padre le dijo. El sendero era pedregoso; al final del mismo se toparía con un gran árbol el cual le serviría de guía; yendo hacia la derecha debía continuar su viaje hasta llegar a las rocas donde se escondería en una de las cuevas del lugar. Allí permanecería tres días y luego retomaría su recorrido hasta llegar a la provincia natal de su madre.

Llevaba consigo el tesoro de la familia: “El Árbol Genealógico”; era su deber proteger su dinastía a toda costa, para que no fuera borrada de la faz de la tierra.

Lo tenía todo bien planificado; trataría de hacer su recorrido mayormente por las noches, para evitar ser visto por los emisarios del enemigo de sus padres.

A los chicos de 13 a 15 años los secuestraban y los vendían a los emisarios del rey para englosar la categoría de los eunucos. Las niñas por su parte eran entrenadas para ser concubinas.

Sus padres decidieron escapar del lugar, pero para no despertar sospechas, planificaron hacer el recorrido por separado y se reunirían en casa del abuelo materno.

Él, Lis su hermana y sus padres, irían por tres senderos diferentes.

Por momentos, se detenía, ya para descansar ya para despedirse del entorno.

El sol calentaba algo fuerte o quizás lo sentía así pues sospechaba que ese sol de su lugar de origen, ese sol del cielo de su provincia ya no le acompañaría más.

Las piedras del camino también lo hacían detener, no le molestaban bajo el calzado en absoluto; las observaba detenidamente; unas grandes, otras pequeñas, con formas muy variadas. Quería grabarlas en su memoria y por eso las detallaba.

Así, paso a paso, aunque algo apresurado, iba llegando al final del sendero. Allí estaba el majestuoso árbol que mencionó su padre; con sus grandes ramas extendidas hacia arriba y hacia los lados; cubiertas éstas de mucho follaje, de un verde que a su sola vista recrea y refresca los ojos. Se detuvo por un momento a observarlo para grabarlo en su memoria y también para despedirse de él.

Lentamente caminó hacia la derecha por la vereda que lo condujo a las rocas. Paseó su mirada hasta lograr ver las enramadas que cubrían muy bien muchas de las grandes rocas, a la vez formaban como una pared de entretejidos bejucos, hojas, flores, los cuales disimulaban muy bien la entrada a la cueva. Las apartó a un lado con mucho cuidado para que volvieran al sitio natural.

Se introdujo al lugar donde pernoctaría por tres días.

Su padre le había dejado allí agua y algunos alimentos que necesitaría durante su estadía allí.

Bajó de su espalda el lienzo que tenía en vuelto en su interior el “tesoro” de la familia; “El árbol Genealógico”. No pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas cuando recordó la gran angustia y desesperación de su padre al hablar con él y su hermana Lis. Se irían por caminos separados, y en nueve días deberían reunirse en la provincia de la madre allí mostrarían a sus parientes el “árbol familiar”, y así esperarían a padre y madre, para continuar la huida a un lugar donde todos pudieran estar a salvo.

Esos tres días se hicieron muy largos, sentía como si tenía más de una semana allí. Casi no pudo dormir ni comer hasta que emprendió el viaje hacia su destino.

Esperó la noche y así, atravesando valles y bosques, a los nueve días como estaba previsto, llegó a la provincia de la familia materna. Fue a la casa del abuelo; allí estaban su padres que ya habían llegado. La familia debería permanecer unida, no dejarían que nada ni nadie los separara.

Contrataron una embarcación para huir ese día durante la noche. Lis por su parte, se había lastimado una pierna, lo cual le dificultaba para caminar, y por lo tanto aún no había llegado.

Al anochecer, la madre tomó la determinación de quedarse a esperarla, padre e hijo debían embarcarse y salir de la provincia; luego, ella y Lis los alcanzarían. Pero, al despedirse dijo: “Si no podemos reunirnos con ustedes, plantaremos aquí nuestras raíces cual árbol y les esperaremos para unir a la familia de nuevo” ; a lo que el chico respondió: “Madre, seremos polvo para ir de un lugar a otro llevados por el viento, y así, donde quiera que estén, nos encontraremos para permanecer unidos".

Cuatrocientos años después, un anciano que custodiaba un cofre con un “Tesoro Familiar”, contrató una embarcación para ir a la provincia al otro lado del mar. Ese cofre, y un lienzo con el “Árbol Ancestral”, era todo su equipaje.

Al desembarcar en la provincia se dirigió hacia las afueras del lugar, y en un hermoso jardín circular, rodeado de lirios, (Lis), en el centro se erguía majestuoso un gran árbol, dando sombra y protegiendo los lirios (Lis).

El anciano colocó el lienzo con el “Árbol Ancestral”, al pie del árbol y seguidamente sacó del cofre el “Tesoro” que por generaciones había sido la herencia ancestral de su familia. Dos pequeños recipientes con las cenizas de padre e hijo; los destapó esparciendo las mismas sobre los lirios (Lis).

El viento jugó con esos polvos y los hizo posar sobre las ramas y hojas del gran árbol. La familia ancestral se unió de nuevo.