Acto III

En el Bosque

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  El cielo se tiñó de azul rey al caer la noche, las estrellas brillaban con intensidad y auroras de cálidos colores se dibujaban en el viejo Urano.

  Abajo en el frondoso bosque, Jokko chequeaba los sensores de movimiento a través de un panel que su brazalete proyectaba sobre su antebrazo, se había quitado la camisa deportiva y la cambió por una licra de ironnum. El joven larguirucho reposaba sobre el tronco de un árbol, jugando en una Tablet. Perseus, que ya tenía puesta su montura, llevaba a Calíope sobre su lomo, mientras paseaba y correteaba con ella.

  El joven asiático los observaba sentado sobre una roca azulada. Se alegró de poder quitarse la camisa elegante y ponerse protección. Se sentía más cómodo llevando su armadura de ironnum y sus gafas para volar, las cuales reposaban en su frente.

  –No has dejado de mirarlos desde que llegamos.– escuchó decir.

  Reconoció la voz de su amiga por lo que no se molestó en voltear. Esta se sentó a su lado.

  –¡No me digas que estás celoso!– le dijo dándole un suave codazo.

  El jinete sonrió.

  –Simplemente estoy sorprendido– admitió. –. Pasaron días antes de que Perseus me dejara tocarlo.

  Nunca hablas de eso– señaló la chica. –, de cómo te hiciste amigo de un ic’lua– el joven frunció el ceño. –Por eso tampoco te lo pregunto. Cuando el tema sale a flote pones cara de que chupaste un limón.

  El joven sonrió con desgana. El recuerdo de ese día despertaba memorias y emociones que no deseaba revivir. Aunque en los últimos días no había tenido suerte escapando de ellas, este trabajo trajo nuevamente los recuerdos de sus días en las calles de Jei BohuGa y, los anteriores a esos…

  –No creas que no he me dado cuenta de que algo te pasa– le señaló su amiga, sacándolo de las memorias del pasado. –. Eres callado, pero tanto.

  Se encontró con la mirada de ella. En sus ojos pudo ver dos cosas: preocupación y duda.

  –He estado pensando en muchas cosas– se limitó a decir, se forzó a sostener la mirada para sonar más convincente. –. Como siempre hago.

  –¡Corta esa mierda de una vez!– espetó una voz detrás de él.

  El joven larguirucho se puso a su lado con las manos en las caderas. El viejo también se unió, colocándose al lado de la chica.

  Escucharon un leve gruñido a lo lejos. Al voltear vieron al ic’lua observándolos, su cuerpo estaba agazapado y sus patas delanteras bien separadas, las plumas de su cuello se movían como un abanico. Calíope se apartó, como si hubiera captado la advertencia que la bestia estaba dando.

  El jinete tocó dos veces la punta de su nariz con su dedo índice. La bestia dejó de gruñir y regresó su atención a la niña.

  –No se preocupen– aseguró a sus amigos. –. Le dije que todo estaba bien.– se levantó y dio la espalda a la bestia y a la niña, observó cada uno de los rostros que lo miraban y finalmente dijo: –¿Hay algo que quieran decirme?– su voz era firme, odiaba que la gente andara con rodeos.

  El larguirucho se cruzó de brazos.

  –¿Qué tal si nos cuentas qué pasó allá en la parcela?– su tono era imperativo, se sorbió la nariz y no dejó de mirar al joven asiático.

  –Creo que todos lo vimos– respondió como si la respuesta fuera obvia. –. Las cosas no resultaron como se esperaba, eso es normal en este trabajo, Dorian.

  –¡Esos hijos de putas tenían bazucas!– espetó Dorian de manera tajante. –Todos los hombres tenían armas, no sólo los guardaespaldas… y sabían usarlas.

  El joven asiático lo miró severamente. Dorian siempre disfrutaba de juzgar a las personas.

  –¿Ahora vez por qué no quería dejarte hablar primero?– le reprochó Jokko. –No sabes ser sutil– dirigió su mirada al joven asiático. –. Este cabeza hueca sólo quiere estar seguro de que no falte ningún detalle importante, después de todo el empleador acudió a ti.

  Miró a cada uno. Sólo en el rostro de Dorian veía acusación, pero a él podía ignorarlo.

  –Sólo hice las tres preguntas necesarias– se limitó a decir. –«¿Qué hay que hacer?», «¿Cuándo?» y «¿Cuánto es el pago?»– miró a Jokko. –Tú me enseñaste eso.

  La joven intervino.

  –¿Saben qué? Da igual todo esto– dijo con exasperación, odiaba cuando se atacaban entre sí. –. Lo que importa es que posiblemente estemos metidos en algo más grande ahora.

  El viento soplaba y enfriaba sus orejas. La tela de sus protecciones regulaba la temperatura por lo que sus cuerpos se mantenían calientes. Por varios segundos ninguno habló, sólo se escuchaban las ramas moverse. Todos pensaban en esa posibilidad. El joven jinete comenzaba a sentirse algo culpable.

  Perseus ya se había perdido de la vista. Estaba correteando con Calíope sobre él. Sin embargo, él y su jinete habían vivido muchas cosas, estaba aprovechando eso para también patrullar la zona.

  Finalmente, el joven asiático rompió el silencio.

  –¿Qué sucedió en la parcela, Hazel? En la casa– señaló. –, mientras sacabas a Calíope.– eso lo estaba carcomiendo desde hace rato.

  –La niña estaba en su habitación como el escáner mostró– respondió la joven. –. La puerta de su habitación estaba custodiada por dos guardias, fácil. La puerta tenía un código de seguridad, fue raro pero fácil… lo que no me esperé fue, que el sedante que le disparé a Calíope sólo mantuvo el efecto por dos minutos, ¡cuando debería todavía estar durmiendo! Fue muy difícil controlarla, es fuerte… y al parecer no puede hablar, pero eso no evitó que nos descubrieran– miró detrás del jinete, asegurándose de que Calíope no estuviera por ahí. –. Esta niña no es normal, lo supe al verla a los ojos.

  –¡Bah! ¡Como sea!– reprochó Dorian. –Sólo quiero terminar esto y que nos paguen.

  Dio media vuelta y caminó hacia donde estaba antes. El joven jinete lo miró mientras se alejaba. Miró a Hazel, quien tenía las piernas recogidas y los brazos alrededor de ellas. Al mirar a Jokko se encontró con su mirada.

  –Te lo preguntaré sólo una vez– le dijo Hazel. –¿De verdad no tenías idea de que esto pasarí…?

  Su pregunta quedó en el aire, el brazalete de Jokko comenzó a sonar. Un panel digital se proyectó en su antebrazo. El viejo maldijo.

  –¡Los sensores detectaron algo cerca de aquí!

  –Podría ser algún animal.– sugirió Hazel.

  –No– negó el viejo. –. Es metálico.

  A lo lejos el joven jinete reconoció el rugido de Perseus. Al voltear vio a su amigo correr hacia donde estaban ellos.

  Un haz de luz se coló entre las ramas de los árboles junto con el sonido de unos motores. Al siguiente segundo, el jinete escuchado una detonación y todo a su alrededor dio vueltas.

Fin del Acto III

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Previamente...

Acto I: La Llegada

Acto II: El Secuestro

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^{Cada imagen tiene link a su fuente y fueron editadas con la app PicsArt.}