El Beso de una Nereida

Muchas son las historias que la mitología puede albergar.

Y esta en particular no habla de monstruos, ni de grandes hazañas realizadas por héroes. Sólo es una historia resultado de dos criaturas de la Madre Tierra que se conocieron una noche.

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Los meses pasaron desde aquella fiesta en los altos jardines del Olimpo. Un joven sátiro de negros cabellos había compartido esa noche con una hermosa nereida de rojos cabellos… más sin embargo la historia no acabó ahí.

El invierno dio paso a la primavera. No se vieron, ni se hablaron. Pero un día, simplemente, el sátiro vio algo que le hizo pensar en ese bello espíritu del Ponto. Sin pensarlo dos veces pidió la bendición de los dioses mensajeros, Iris y Hermes, quienes aceptaron entregarle su mensaje a la nereida. No pasó mucho hasta que recibió su respuesta. Intercambiaron mensajes por varios días hasta que, la nereida le dijo que pasaría unos días en la ciudadela del Olimpo, para visitar a su familia. El sátiro vivía en los bosques al pie del gran monte, así que se podrían ver.

Para aquella época el sátiro estaba ayudando a uno de sus amigos, haciendo algunos deberes en la ciudadela. Esta era una pequeña capital tallada en piedra, con grandes mecanismos que movían puentes, edificios y suelos, construida con ayuda de Atenea y Hefesto, con pisos de baldosas, estructuras de mármol, hermosos jardines. Grandes estatuas doradas de los dioses estaban distribuidas por toda la urbe.

Acordaron que ella iría a visitarlo mientras hacía los recados.

Mientras descansaba y comía una dulce manzana, observaba como pasaban ninfas, centauros, algunos espíritus y otros sátiros, ¡incluso vio a lo lejos al poderoso Ares sobre un caballo!… Entonces, la vio aparecer. Llevaba un vestido de algas azules, caminaba irradiando un aura única que la hacía resaltar. La mirada de ella se encontró con la suya y se acercó, su cabello ya no era rojo, sino castaño… había cambiado su color por el cambio de estación.

El sátiro estaba algo nervioso, pero se sentía seguro.

La nereida se sentó a su lado y, hablaron por un rato. Él ya había olvidado lo hermosa que se veía de cerca y cuanta energía emanaba. Lamentó tener volver a sus obligaciones. Se preparó para despedirse de ella, pero para su sorpresa ella se quedó un rato más, para verlo. Intercambiaron palabras y chistes. Llegado el momento ella de verdad tuvo que irse y, se despidieron.

Ya habían planificado para verse al siguiente día. La mejor parte es que él no tendría nada que hacer.

La noche dio paso a un nuevo amanecer y Apolo cabalgó en su carruaje trayendo la luz del sol a un nuevo día.
Quería verse bien para ella así que se vistió con su mejor túnica gris y por encima se colocó un peto de cuero. Se encontraron y fueron a uno de los teatros de la ciudadela. Disfrutaron mucho del espectáculo, en la obra fue dramatizada la Titanomaquia, la larga guerra entre dioses y Titanes que concluyó con la victoria de los Olímpicos. Se agarraron de manos y se abrazaron, mientras hacían algunos chistes acerca de la obra. Ella se reía y a él le gustaba verla sonreír.

Una vez concluida la obra, aún era temprano, por lo que decidieron buscar algo de comer. Y ese, era el momento que el sátiro estaba esperando. Se sentaron y conversaron, él la dejaba hablar, siempre fue mejor escuchando. Se inclinaba un poco más hacia ella, la miraba a sus grandes ojos cafés… y ella sabía cuáles eran las intenciones del sátiro.
Dejó que se acercara.

Sus labios se encontraron. Fue como ser golpeado por uno de los rayos de Zeus, algo que los llenó de vida. Una sensación que no podía describir. Luego de eso, los dos sonreían como tontos mientras continuaban intercambiando palabras y besos.

Acordaron verse un par de días después.

Ese día pasaron la tarde en uno de los más grandes campos de la ciudadela del Olimpo. Aquí todas las criaturas y dioses menores venían a jugar o simplemente a caminar, el espacio abierto y lo verde del pasto lo hacía un lugar agradable. Se sentaron en un banco de piedra, miraban a los demás jugar y observaban las estatuas de los dioses. Hablaron, contaron historias, se fueron conociendo un poco más.

Él estaba cada vez más convencido de lo mucho que le gustaba estar con ella. Y sus besos…era como si volara a lomos de Pegaso, estando con ella sentía como si pudiera pelear con cada uno de los hijos de Tifón.

Llegó a quererla y, mucho.

Ellos sabían que debían disfrutar el tiempo que pudieran juntos. Poco serían los días que ella estaría en la ciudadela.
Luego de eso se vieron una vez más, antes de que ella regresara al extenso Ponto.

El terminó sus recados en la ciudadela y adquirió otro compromiso en los bosques, uno de mayor importancia. Ya que se pondría al servicio del dios Pan.

Las cosas entre ellos se mantuvieron así. Con ayuda de Hermes e Iris intercambiaban mensajes, ella visitaba a su familia frecuentemente, oportunidad que aprovechaban para verse. No era la mejor forma, pero él veía mayor satisfacción en lo difícil, además ella valía la pena. Lograba sacar lo mejor de él.

Sin embargo, luego de un tiempo las cosas se complicaron. A la nereida se le complicaba más ir a la ciudadela y él, con sus deberes, disponía de menos tiempo, ni tampoco tenía los recursos para viajar a los dominios de Poseidón.

Decidieron dejarlo así por un tiempo, él se mantuvo calmado pero odió separarse así de ella. Iba a extrañar su sonrisa y, sus besos.

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Seguro quieren saber si volvieron a intentarlo otra vez… ciertamente, sí. Pero al final, cada uno siguió por su camino.

No importó la distancia ni el silencio, la nereida había hecho que el sátiro se diera cuenta de muchas cosas, le recordó lo que era querer otra vez, lo ayudó a crecer y a saber cómo disfrutar un poco la vida.

Ella ahora tenía un lugar especial en su vida… No la olvidaría.

Continuación de La Sonrisa de una Nereida.

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^{Dedicado a alguien muy especial.}

^{Cada imagen tiene link a su fuente y fueron editadas con la app PicsArt.}