La Sonrisa de Una Nereida

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  Entonces, se supone que debo contarles una historia… ¿Qué podría decirles?  

  Eso es lo que me pregunto.  Podría empezar contándoles sobre una divinidad de rojos cabellos, ni humana ni diosa. Ella era una ninfa de los mares, un espíritu del Ponto. 

  O quizá les relataría acerca del joven sátiro, una criatura libre y amante de la naturaleza. De la variedad de ambientes en la extensa Gea, el agua era su favorito.  

  Si les fuera a contar sobre esto, les diría que empezó una fría y estrellada noche de invierno.  

  Una fiesta se celebraba en los más altos jardines del Monte Olimpo. Comida y música abundaban, así como el buen vino. Apolo y las Musas entretenían a todos con su armónica música, Dionisio se asegura de que cada invitado tuviera su copa llena. Espíritus, ninfas, dioses menores, sátiros, el ambiente era agradable, y todos se estaban divirtiendo.  

  Un joven sátiro de oscuro cabello y tranquilo aspecto estaba con sus compañeros del bosque, riendo y comiendo. Entonces, un destello llamó su atención, entre la multitud vio moverse una figura de rojos cabellos, y al bañarla la luz de la luna, pudo apreciarla. Una hermosa nereida cubierta con un vestido de algas blancas y negras. Para él resaltaba del resto de sus compañeras, se movía con gracia y fluidez, como si caminara en agua.  

  Conforme avanzaba la fiesta, miraba a la nereida con un brillo en los ojos, se preguntaba si esta lo vería a él también. Incluso en un momento, estuvieron sentados en círculo, y ella se sentó junto él. El joven sátiro no le dirigió una palabra, el pobre era tímido.  

  Entonces, Dionisio hizo sonar su copa para iniciar un juego en el cual se bebería más vino, la intención del travieso dios era desatar un poco más la fiesta. Por un largo rato bebieron y rieron a carcajadas, ¡algunos chismes surgieron!, pero lo más importante, el hielo se rompió entre algunos. Nuestro joven sátiro pudo darse cuenta de que la nereida de rojos cabellos tenía cierto interés en él. Todos lo notaron, así como el interés de él en ella. Una vez terminado el juego, todos se dispersaran un poco, sus compañeros sátiros animaron al joven a bailar con ella. ¡Hasta hablaron con las amigas de la nereida para que todo saliera bien al juntarlos! 

  El joven estaba nervioso, pocas veces se había acercado a un espíritu tan hermoso. Tomó valor y se aproximó al centro del jardín. La música de Apolo y las Musas era rítmica y llena de energía, suficiente para poner a cualquiera a bailar. Conforme se acercaba al espíritu, apreciaba su baile. No le importaba bailar sola. Sus movimientos eran como un río, fluidos y calmados, en su rostro podía verse la felicidad que le producía bailar al ritmo de la lírica. El sátiro no era muy buen bailarín, pero después de un par de tragos del dulce vino de Dionisio su mente dejó de pensar tanto.  

  Se acercó y movió sus cascos al ritmo de la música. La nereida sonrió complacida por tener a un compañero. Así estuvieron por un buen rato. A pesar de sentirse torpe no le importó, estaba disfrutando ese momento con ella. Teniéndola tan cerca pudo apreciar su rostro con más detalle. Rasgos delicados y suaves, lindos ojos de color café, una sonrisa increíble, hasta tenía un pequeño lunar brillante en la nariz, y su rojo cabello, resultaba irónico que le recordará al fuego. Ella era toda una belleza de la naturaleza. 

  Una vez terminaron se reunieron con sus compañeros para seguir divirtiéndose entre copas, juegos y bromas.  

  Avanzada la noche, decidieron ir a un lugar apartado del jardín. Se sentaron y él la envolvió con un brazo, para protegerla del frío. Hablaron, bastante, y apreciaron al estrellado Urano. Bromearon e intercambiaron risas, se conocieron un poco más. Finalmente el joven sátiro pudo saber el nombre de la hermosa ninfa. Un nombre de otra lengua, y le gustó. Ya no sólo era única por su manera de ser sino por su nombre. Ella le contó lo mucho que amaba bailar y cantar, incluso le entonó una corta canción que le había dedicado al caballo Pegaso.  

  Así estuvieron hasta ver el sol asomarse en el horizonte.  

  Llegado el momento, la fiesta había terminado. Ella debía volver al mar, y él regresar a los bosques. Pero no olvidaría el nombre de la nereida, Gabrielle, susurró el sátiro camino a casa. Después de todo, pasó una de las mejores noches de ese invierno junto a ella.  

  Por ello me pregunto, ¿Qué más podría decirles?  

  ¿Volverían a encontrarse? 

  Eso es una historia para otro momento.    

Dedicado a alguien muy especial.

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