_ Te quiero contar una historia antes de que termine este día.

_ Pero no me vayas a contar una historia triste…

_Te contaré una historia a la que le he cambiado el final…

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El día que Adrián conoció a Ana supo que ella sería el gran amor de su vida. Cuando la vio llegar con su morral azul y sus cabellos recogidos en dos largas trenzas negras, su corazón infantil supo el dolor intenso y la alegría más grande que hubiese podido vivir. Sintió que era más feliz que aquella vez cuando el niño Jesús le trajo la pista con los seis carritos eléctricos; mucho más que aquella vez que conoció el mar con Tío Pancho y nadó con él en aquella agua salada y azul. De allí que inmediatamente le prestó el sacapuntas de hierro que era su tesoro más preciado. También le ofreció agua de su cantimplora azul y plástica. Pero ella rechazó las dos cosas y desde ahí comenzaron todos los rechazos que Ana le pudo hacer a Adrián.

Él siempre fue su amigo de juegos, pero todos sabían que estaba enamorado de Ana, la niña más bella de la escuela, decía Adrián cada vez que el papá le preguntaba quién era su novia. Todos sabían que Adrián hubiese peleado con aquel niño que empujó a Ana en el recreo y le haló la cinta blanca de su cabello negro; fue él quien le dio su desayuno a Ana porque la niña olvidó un día el desayuno en el transporte:

_No te preocupes, Ana. Cómete mi comida que yo aguanto y no quiero verte triste.

Fue él quien le pidió a sus padres el mejor regalo porque Ana cumplía sus 10 años, luego los 12, luego los 15.

Sus manos sudaron cuando bailó con la chica de sus sueños y todos sabían que en ese momento era el joven más feliz del mundo. Aquel día le temblaba la voz cuando le pidió a Ana para hablar con ella a solas. Se le hizo un nudo cuando le dijo que la amaba, que siempre la había amado y le pidió que fuera su novia. Ana no era tonta, siempre supo los sentimientos de Adrián, pero lamentablemente, así le dijo, lo quería solo como un amigo. Aquel día, todos supieron del rechazo porque no hubo forma de que Adrián volviera a reír, a caminar entero, a levantar la cabeza.

Pero el corazón enamorado es insistente y necio, y Adrián no se daría por vencido tan fácil. Así que viendo que había sido rechazado y ya no tenía nada que perder, abiertamente, ante todos y en todas partes, Adrián le expresaba su amor a Ana:

_Daría mi vida por ti, Ana

_Sería el hombre más feliz si besara tus labios

_Sería tu esclavo si tuviera tu cuerpo

_ Dame la dicha de hacerte feliz aunque sea un día

Inmediatamente fue conocido por el eterno enamorado de Ana, el tonto que estaba detrás de ella, el estúpido que la amaba. Fueron los amigos de ambos lo que más se burlaron, pero también los que le decían a Adrián: Chamo, olvídate de esa jeva, ella no te para bolas, enamórate de otra. Y Adrián pensaba: ¿Cómo puedo amar a otra, si mi corazón es la casa de Ana?

Y así crecieron.

En algún momento Ana se enamoró y decidió casarse. Adrián también hizo lo propio. Amigos como siempre, fueron a las respectivas fiestas y para nadie era un secreto que en el corazón de Adrián se estaba librando la más férrea de las peleas: el amor por Ana debía morir. Una confesión en mitad de la borrachera, le dejó claro a Ana y a todos, que ese día, a pesar de que ambos estuviesen casados, el corazón de Adrián seguía latiendo por ella.

Así que cuando a los 5 años de matrimonio, le diagnosticaron un cáncer de páncreas a Adrián y él y Ana se fueron una semana para una casita de playa, nadie dijo nada. Ni la esposa de Adrián, ni el esposo de Ana, ni los amigos o familiares. Nadie habló de la sonrisa en el Rostro de Adrián, lo feliz que se veía, lo radiante que había regresado. Nadie dijo nada, ni siquiera cuando al mes murió en una sesión de quimioterapia.

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_Esta es una historia triste ¿Y tú por qué la cambiaste?

_Porque hay finales que merecen una historia; pero hay historias que merecen un mejor final.

HASTA UN PRÓXIMO POST, AMIGOS