Tal vez lo que escriba no llegue a ninguna parte, tal vez nadie lo lea, ni a nadie le importe, pero seguro voy a desahogarme. Me siento humillada, violentada e impotente y eso sí, muy molesta. Molesta tal vez es la palabra que escojo para no maltratar sus ojos, pero no tiene toda la carga de rabia que siento. Es tal vez otra la palabra la que con ARREpentimiento no digo.

Para ser sincera, no es la primera vez que soy víctima del hampa, pero en un momento como el que vive Venezuela, el que nos roben hasta un poco de aire, es mucho, porque no tenemos cómo recuperarlo. Al robarnos no solo nos quitan el objeto, también la calma, la seguridad, la alegría. Nos roban hasta el alma.

Ayer, a eso de las 11 de la mañana, iba yo muy contenta porque había comprado un combo de dos paquetes de harina y un sobre de té de durazno. En ese momento mi única preocupación era qué iba a hacer con esa bebida de sobre si en casa nadie la tomaba. Como para irme a mi casa debía tomar dos buses, pensé en tomar un taxi, pero para mi sorpresa, una camioneta vacía se detuvo cerca de mí y pude montarme tranquilamente. El chico que iba a mi lado me echó broma y me dijo que los hombres ahorita no robaban mujeres sino que robaban harina, que tuviera cuidado que estaban robando comida. En cualquier sociedad aquello hubiese sido una ofensa, una amenaza, hasta un chiste, pero en Venezuela es una gran verdad: en la calle las personas están robando comida.

Fuente

Pedí parada y me bajé pensando en lo que había dicho el muchacho. Una idea extraña me hizo apretar con fuerza el bolso donde llevaba mi carga preciada para hacer arepas. Al llegar a la otra parada, vi que estaba llena de gente, así que volví a pensar en tomar un taxi. Cuando estaba decidida a detener un carro, vi que venía un bus. Agarré bien mi bolso y me dispuse a montarme. Cuando el bus se detuvo, un cúmulo de personas, de manera desordenada, empezaron a empujar y a gritar. Yo y mi bolso quedamos en medio de la marejada sudorosa y febril. El chofer del bus, al ver el desorden, optó por arrancar y dejar a las personas en medio del sol gritando. Yo inmediatamente me salí del grupo de personas y me puse cerca de la pared. En eso siento que desde un carro alguien me llama. Cuando me acerco para ver quién era, soy miope o mejor dicho, casi ciega, me doy cuenta que es un amigo. Me monto y lo primero que él me dijo fue: Anoche soñé contigo y algo me decía que iba a encontrarte hoy. En el trayecto a mi casa, le dije que me diera su número de celular aunque creía tenerlo. En eso, cuando agarro mi cartera, me doy cuenta que los cierres están abiertos. Inmediatamente supe, aun sin saberlo, que me habían robado mi celular.

No es el celular, es el robo. La forma, el modus operandi, la indefensión, el amargo sabor de haber sido robada. Como les decía, el que nos roben en este momento, por más simple que sea lo que nos roben, no podemos comprar otro para sustituirlo, recuperarlo. Simplemente nos quedamos sin nada, con las manos vacías, mochos de algo y con el cuerpo temblando entre la tristeza, la rabia, el miedo, y la voz en el cerebro, que nunca falta, que te diga lo pendeja que fuiste al estar tan expuesta. Y allí piensas y te dicen: a quién se le ocurre cargar un celular de esos en la cartera, quién puede llevar una cartera para la calle, quién compra dos paquetes de harina pan sin guardaespaldas. Yo que cuidaba mis dos paquetes de harina, pero me olvidé que llevaba un celular en mi bolso. Vean lo anormal de todo: Capaz de hacer lo mejor y empeñados en hacer lo malo.

Fuente

Luego de haber llorado mucho y haber recordado la madre de todos los malandros y la de todos en este gobierno saliente, que también son malandros, empecé a escuchar y a hablar con mi familia. De todas esas conversaciones me quedo con dos. Mi abuela, en la mañana de ese día, le preguntó a mi madre por mí y le dijo que había tenido un sueño “feísimo” conmigo, así le dijo. Soñó que yo había tomado un taxi y que el taxista me había llevado a un lugar lejos de la ciudad donde me había violado y luego estrangulado. Y la otra conversación, esta con una hermana, que me dijo mientras lloraba, tal vez en forma de consuelo, que ahora que tengo las manos vacías, Dios puede llenarlas de otras cosas mejores. Que todas las cosas ocurren porque deben ocurrir, y que a veces lo que creemos es un mal, es un bien.

Tal vez fue bueno no haber agarrado un taxi (a veces los sueños se hacen realidad). Tal vez un celular es poco para lo que pude haber perdido. Tal vez tenía que perder algo para que a partir de ahora, vengan cosas buenas. O tal vez son puras suposiciones mías para darme fuerza y no seguir llorando. ¡Qué bueno sería salir a la calle y no tener miedo! ¡Qué bueno sería confiar sin pensar demasiado!

HASTA LA PRÓXIMA, AMIGOS