La tarea del testigo o la imaginación de un testigo ausente

He leído La tarea del testigo, novela de Rubi Guerra, con agrado y desenfado. Al parecer, la novela se propone reconstruir los últimos días de un personaje que se parece a José Antonio Ramos Sucre. Narrada desde dos perspectivas, la novela nos ofrece una visión externa, manifestada en un narrador en tercera persona; y una visión muy íntima manifestada en la voz del Cónsul, posible representación de Ramos Sucre, a través de sus cartas.

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La novela es de estilo sobrio, lento, denso y bastante descriptivo, propio de la obra de Guerra. Además de estas características, coincide con su novela anterior El discreto enemigo en el hecho de que ambas se inician en tercera persona con el personaje principal durmiendo o más bien acabando de despertar. Esto es muy significativo porque supone que el lector, que no sabe a qué se enfrenta, se sitúa en la posición del personaje central desde el comienzo de la novela. Pero todavía más importante es la relación que tiene esto que ver con el padecimiento del Ramos Sucre real: el insomnio; pues Guerra imagina en esta novela cómo fueron los sueños de este personaje y, desde una visión bastante surrealista, nos indica la temeridad y anticipación del mismo de algunos eventos históricos, como el caos provocado por el nazismo, por ejemplo.

El Cónsul se pregunta “¿Crees que la Bella Durmiente, en su larga siesta de cien años, habrá tenido sueños dulces o pesadillas?” y creo que esa misma pregunta intenta responderse Guerra en relación a los sueños de Ramos Sucre. La tarea del testigo de Rubi Guerra es sin lugar a dudas un buen y gran ejercicio de imaginación. Pero en el caso de esta novela corta, merecedora del primer premio de novela corta Rufino Blanco Fombona, la imaginación no solo tiene que ver con la cuestión de cómo contarnos la historia sino, además y esencialmente, tiene ver con imaginar cómo fueron los últimos días del Cónsul.

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Rubi Guerra se involucra con la vida de este personaje para hablarnos de su miedos, de sus gustos; tanto, que toma la voz del Cónsul, tan parecida a la del propio Ramos Sucre para convertirlo en un narrador de importancia desde la posición muy personal del escritor de cartas familiares.

Todo en la novela parece ser ficción y por eso altera algunos nombres y unos hechos que tal vez no llegaron a coincidir, pero debemos tener cuidado con Guerra, pues no solo es un buen narrador sino un buen conocedor y admirador de la vida de Ramos Sucre, de modo que lo que se nos cuenta como situación de ficción, pudiera pasar por cuestión histórica o posición histórica de un intelectual como Rubi Guerra.

Hay en la novela una relación de amor y misterio con la ciudad de Cumaná, y no solo tiene que ver con que el Cónsul o Ramos Sucre sea su personaje principal. Pues esta novela, ubicada dentro del conjunto de la obra de Rubi Guerra, termina por confirmarnos que así como podemos pensar en Los Ángeles y en Bukowski, en Sabina y Madrid, en Cortázar y París y Buenos Aires, en Tabuchi y Lisboa, como si fuesen la misma persona, ahora debemos sumar el nombre de Guerra como sinónimo de Cumaná.

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La novela toda es un compendio de la buena narrativa venezolana y latinoamericana, tan de moda en los últimos años. Hay un pasaje de la novela que me encanta, me resulta bastante poético y es una muestra de la efectividad de gran narrador que se ha forjado Guerra, es el siguiente: “No amaba a ninguna mujer en particular. Amaba la idea de estar enamorado, y cuando pensaba en su amada ideal ésta nunca tenía rostro. Las mujeres que llenaban su habitación en la madrugada sí tenían: bocas rojas de labios abultados y ojos negros, penetrantes, muy abiertos. El deseo y el amor eran experiencias separadas”. Además de lo dicho anteriormente, este pasaje me encanta por la visión de Guerra, testigo ausente, de la vida de Ramos Sucre.