Vi las lágrimas reaparecer en sus oscuros ojos, se alejaba a medida que trataba de alcanzarla. Algo en su interior pareció accionarse con mi interrogatorio, y, como medida desesperada o recurso de último momento, empezó a alterarse.

—No lo hagas. —chilló— ¡No sabes lo que estás haciéndonos!

Y en ese momento sentí el aire salir de mi cuerpo como si hubiera recibido un golpe en el estómago. Entre todos los escenarios fatalistas que recreé en mi mente de camino a Boulevard, jamás llegué a contemplar lo que comenzó a desarrollarse en aquel momento.

—¡Artemis, cálmate! — grité— ¡Ni siquiera me has permitido hablar!

Se llevó las manos a la cabeza como si no lograra encontrar la mejor manera de llevar la situación.

—¿Crees que no sé lo que estás a punto de hacer? — ¿Qué? — ¡No tenías ningún derecho a acorralarme de esta forma!

Sus ojos empezaron a lagrimear exactamente en el mismo momento en que los míos empezaron a escocer, si realmente sabía lo que estaba a punto de suceder, ¿por qué me golpeaba de aquella forma?

—¿Acorralándote? —no logré disimular la inestabilidad en mi voz. Mientras ella se veía herida, enojada y nostálgica yo sentía que estaba a punto de vomitarle encima todas las cosas que nunca me atrevía decirle en voz alta. —¿A caso te estás escuchando?

Sus ojos eran el reflejo de una chica a punto se sumergirse en una crisis nerviosa, conocía bien esa mirada, por lo que quise sostener el pensamiento de que todo esto era solo un mal momento que podríamos resolver juntos . Así que traté de relajarme.

Por favor, solo... Déjame acercarme a ti.

Pero Artemis había construido un muro entre nuestros cuerpos.

—Será mejor que me vaya— susurró—. Necesitamos pensar mejor las cosas.

—No digas eso.

Cerró fuertemente los ojos y, cuando me miró, con la respiración agitada y los ojos salvajes, en el fondo de mi corazón lo supe: ella no iba a quererme nunca.

—¡No me digas qué hacer! ¡Yo no te pedí nada de esto, nunca quise nada de sorpresas, nada de regalos, ni siquiera quise que tu m-e... —Su boca se cerró cuando notó lo que estuvo a punto de decir, ella no quería que sonara de esa forma, estaba asustada. No estaba lista para lo que sabía que su único y mejor amigo quería de ella. No podía dárselo aunque quisiera. Su reacción solo fue la consecuencia de algo más allá de su conocimiento, y él, desgraciadamente, volvió a pagar las deudas ajenas.

—¿Yo qué, Artemis? —dijo, pero su voz ya no sonaba igual, sonaba irritada, lastimada y contenida. En ese momento ella lo supo, acababa de hacer lo único que toda su vida quiso evitar; romperle el corazón. —¡Anda, dilo, di que ni siquiera me quieres a mí! ¡Di que nunca aceptarías lo que estaba a punto de pedirte!

Pero no pudo.

Ella siempre lo supo, pero quiso creer que al finalizar la noche no tendría el valor y se olvidaría de ellos, como en repetidas ocasiones había presenciado, y esperaba que así fuera. No porque lo despreciara, sino porque sabía que ella no era merecedora de lo que él quería, la vida le tenía preparada cosas increíbles en donde ella no estaría. Por eso estaba confundida.

Lo vio pasearse de un lado a otro como si fuera un león enjaulado, tomó fuertemente su cabello y, cuando bajó los brazos, pudo notar cómo empezó a temblar de la ira, con sus puños apretados y los nudillos blancos, la miró, y adivinó que estaba a punto de ser bateada fuera de su vida.

Lo hizo rozar el límite.

—¡Entonces por qué nos permitiste llegar hasta aquí! ¡Por qué me dejaste traerte y pensar que lo querías tanto como yo! —gritó y luego secó sus lágrimas antes de volver a hablar. —¿Es que acaso esto también lo tenías planeado al igual que yo? ¿Acaso pensaste durante años cómo hacerme quererte y luego alejarme? — Me tomó por los brazos y me hizo mirarlo a los ojos. — ¿No tengo derecho a acorralarte pero tu si tienes derecho a lastimarme?

Jamás me había sentido tan pequeñita y débil, pero ahí estaba, ahogada con las palabras que nunca salieron de mi boca mirando sus ojos derramar lágrimas.

—¡Respóndeme, Artemis!

—Lo siento — Realmente lo sentía, no había nada más sincero que eso, ni nada más que pudiera decir para defenderme. No tenía excusas.—. Pero no puedo.

Él me soltó como si mi toqué lo hubiese quemado y me miró. Ya no había amor, ni deseo, sus ojos cafés ya no brillaban para mí. Y eso congeló mi cuerpo.

Fuente

—Lo sé, yo también lo siento. —Contestó, pero antes de darse la vuelta se detuvo. Cerró los ojos con autentico dolor y sacó una pequeña caja azul de su bolsillo. La observó con enojo y dolor, como si no pudiera concebir haberla tenido consigo todo este tiempo. Y me la tendió. — Tómalo, después de esto, no me sirve de nada.

Lo vi alejarse y volverse una pequeña mancha vestida de negro en el paisaje, el obsequio quemó mis manos y lo observé con resignación. Lo arruiné, lo arruiné para siempre y no supe decirle lo que realmente pasaba. El dolor de mi alma se extendió a lo largo de mi cuerpo y me obligó a flexionarme y llorar. Las campanas de la iglesia sonaron por encima de la música repetida que sonaba en el estéreo.

Eran las 12:00.

Así que abrí el regalo sin sentir felicidad alguna en mi corazón. Ahí, entre mis pálidas y delgadas manos, estaba el anillo de zafiro más hermoso que jamás pude llegar a ver en mi vida; el mismo que por primera vez observé en el mostrador de una tienda convencida de que algún día podría llegar a ser mío.

En la parte interna de la pequeña caja había una nota escrita a puño y letra que rezaba:

"Feliz cumpleaños, Artemis.

Siempre tuyo,

Edric".

Y me quedé ahí hasta el final de las campanadas, con el pequeño anillo en mis manos escuchando la más hermosa y odiaba canción de mi vida.

Now I know I have met an angel in person
And she looks perfect
I don't deserve this
You look perfect tonight