Una fuerza desconocida (relato) II

in #spanish7 years ago

Esta es la segunda parte de un relato de misterio y ciencia ficción

Aquí puedes acceder a la primera parte

He cambiado el nombre de la historia de "La sombra del asesino" a "Una fuerza desconocida" debido a que el primero no favorecía la trama.
Ahora, disfrutad de la lectura.


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Noemí

Noemí siempre obedece a su hermano mayor, en todo, pues cuando su papá no está, éste se encarga del hogar junto con su madre. Pero ese día no tiene ganas de seguir la rutina. Mientras acompañaba al muchacho a hacer las compras del día, se le escabulló para echar un vistazo por la ciudad. Ahora camina por la acera, al lado del edificio de la estación del metro. Lleva una sencilla blusa rosa y unos pantalones negros, con sus preciadas zapatillas blancas. No para de observar a la gente a su alrededor, tan presurosas, como si algo les urgiera. Es la vida cotidiana de por allí, un lugar raro e interesante, pero ella casi nunca puede explorar porque su padre la mantiene bien alejada; hasta la inscribió en una escuela de un pueblo apartado, escuela en la cual han dado el lunes libre por una fecha importante o algo así.

En uno de sus giros se da cuenta de que hay un chico recostado de la pared. Es un muchacho de unos dieciséis años, con una sudadera azul, con la capucha echada sobre la cabeza, y está tocado con una gorra negra. Su rostro de facciones perfiladas presenta un color amarillento algo enfermizo, parece nervioso. Noemí se pregunta si no está en medio de una dolencia, si necesita ayuda, pero entonces lo olvida cuando el chico le sonríe. De inmediato desaparece su aparente estado de padecimiento. Ella continúa su camino; le toca cruzar la calle hacia la otra cuadra. A su edad, todo se ve enorme, con un toque de grandiosidad que la deja perpleja, una grandiosidad que muchos años luego llegaría a dejar de percibir a causa de la cruda realidad. Ahora, mirando las franjas blancas del paso de peatones, siente que el recorrido será muy largo, que no llegará a tiempo para el cambio de luz del semáforo. Termina de cruzar con un trote apresurado.


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En la siguiente cuadra, se encuentra ante una serie de verdulerías. Casi todas tienen enormes toldos que cubren la acera, protección contra la posible exposición al sol. Hay muchos transeúntes por allí, y clientes cargando enormes bolsas llenas de aliños, brócoli, tomates y más cosas que a la chica le desagradan. Aquel ambiente le resulta familiar, por las veces que su madre le obligó a tragar brócoli. Debe dejar rápido eso atrás, o quizá volver a donde está su hermano, quien seguramente la está buscando como loco.

Entre tan ajetreado gentío, Noemí se siente sofocada. Empieza a caminar de regreso, pero algo le llama la atención: por un pasillo que se adentra en el edificio de la cuadra, se distingue una tienda de dulces al fondo. Ella queda embelesada; dulces en medio de las verdulerías. ¡Grandioso! Se abre camino hacia allí. Aunque no lleva dinero consigo, quizá, con algo de persuasión, le regalen una golosina. A medida que la distancia disminuye, va deleitándose con cada detalle. Las paredes de la fachada están repletas de anuncios de piruletas y bastones de caramelo que se mueven e incluso saltan de las pantallas como hologramas de alta definición. A través de las grandes puertas de vidrio, vislumbra los mostradores, con caramelos de regaliz, gelatina, galletas, chocolate, bocadillos y muchas cosas más en exhibición.


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Empuja la puerta. Suenan unas campanillas. No aguanta la curiosidad y empieza a observar cada dulce con la cara casi pegada al mostrador, ignorando si hay o no alguien atendiendo el negocio. Unos pasos se oyen al fondo, pero ella los ignora. Aquella persona se acerca más y más, lo hace lentamente. Noemí no se da cuenta hasta que está a un lado suyo, pues sus zapatos entran en su campo de visión: unos antiguos modelos hechos de madera. La niña se endereza para encarar a quien fuese ese misterioso personaje. Por un momento se confunde. ¿Es hombre o mujer? Pero de inmediato cae en cuenta de que es un hombre; es viejo, como de unos cincuenta años, aunque delgado y de complexión flexible. Sus cabellos largos están entrecanos, tiene ojos de iris grisáceo y una sonrisa de dientes blancos muy cuidados. Sin embargo, a pesar de dichos rasgos, sabe que es viejo por su mirada tan profunda, y que no es mujer por su postura y pectorales.

—¿Te gustan? —pregunta el viejo.

Noemí vacila, desconfiada. Luego se contagia de la amistosa sonrisa, como si algo se le metiese en la cabeza, como si aquel hombre tuviese el poder de persuadir sin hablar. Entonces asiente con la cabeza.

—Deberías ver los que tengo en la cocina, son mejores —invita su interlocutor.

—Bueno, si me regala uno —responde ella, sonriente.

—Por supuesto, no te preocupes, probarás de todo.

El viejo se aproxima, le pone una mano en el hombro. La magia se desvanece entonces, Noemí se da cuenta de su error, pues esa mano parece estar hecha de acero, le hace daño en la piel y los huesos. Reacciona, trata de huir, pero el viejo le agarra el otro hombro. La levanta, con lo que ella empieza a patalear. No obstante, una vez que mira nuevamente el rostro de su atacante, se queda petrificada.

El iris gris se ha vuelto rojo, los dientes en la nueva sonrisa macabra ahora son amarillos. Están mugrientos, acompañados por unos largos colmillos, y su cabellera larga se moviliza, se enrolla alrededor de los brazos que la sujetan, aproximándosele. Ella grita. Afuera, en las verdulerías, nadie la escucha en medio de la bulla de la ciudad.


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—¡Una más para mi colección! —exclama el viejo.

—¡HERMANO! —grita ella. La fuerza con que la sostienen es tan grande que el dolor amenaza con hacerle perder el conocimiento. El viejo empieza a caminar de regreso a su escondrijo, con su nuevo premio; se ríe.

Alguien corre por el callejón y entra a la tienda precipitadamente. Suenan las campanillas. El viejo deja a Noemí en el piso, quien se derrumba por el dolor. Una lucha se libra cerca del mostrador, cuyo vidrio revienta a los pocos segundos. La niña escucha los ruidos sin atreverse a averiguar lo que pasa, pues está aturdida. Posteriormente, se oye un golpe sordo, alguien termina perdiendo la batalla. Unos pasos se acercan a ella, livianos, sin rastro de la presencia de la madera. Sabe que no es el viejo sino su salvador.

—¿Estás bien? —pregunta el joven de la gorra negra y la sudadera azul.

—No. Me hizo daño.

Noemí lo mira con ojos llorosos. Aidan se compadece y la carga en sus brazos, disponiéndose a salir de aquel rincón infernal. Pasan por un lado del hombre misterioso, inconsciente sobre un reguero de trozos de vidrio y algunos dulces. Su apariencia es la misma que cuando Noemí lo vio por primera vez, no hay rastro de monstruosidad. Sin embargo, no puede evitar soltar un gemido.

—¿Qué sucede? —dice Aidan, abriendo la puerta con el hombro para salir.

—Ese monstruo… Él tenía colmillos.

—Tranquila, seguro fue tu imaginación. Te llevaré con tus padres.

En la salida del callejón, deja que Noemí pose los pies en el piso y, tomándola de la mano, la conduce en dirección a la estación del metro. Mientras tanto, le va haciendo las preguntas pertinentes para saber qué hacer a continuación. La niña le cuenta que estaba de compras con su hermano, quien en ese momento ha de ubicarse en el supermercado, y que se desvió creyendo que podría explorar mientras el muchacho salía de la larga fila que se forma en el único cajero. Aidan le hace prometer que no contará nada de lo sucedido en la dulcería.

Minutos luego la entrega, a dos cuadras de las verdulerías. Aidan reflexiona sobre los hechos, cree haber alucinado, aunque también está casi seguro de tener una respuesta que lo explique todo, pero al ver la expresión del hermano preocupado, lo olvida de momento. Se trata de un muchacho mayor que él, de cabellos rubios y un aura que emana ingenuidad, como las personas que, a razón de no acumular un número plausible de experiencias, no están al tanto de la realidad perturbadora de aquella ciudad. En este tipo específico de persona todavía late un poco de empatía hacia los más vulnerables. Es algo tan valioso para Aidan que se despide de él con un apretón de mano y una sonrisa.

Ahora queda la peor parte de su travesía, volver a casa para enfrentarse a él. La persona que le dio las instrucciones en el acto criminal de hace poco es alguien que le atemoriza, no sólo porque le haya amenazado, sino porque parece alguien venido de sus peores pesadillas. Claro, ahora que ha visto a ese vendedor de dulces, cree intuir quién es. Piensa que quizá debe entrevistar a su compañera de clase, Verónica, quien maneja los temas referentes a los cambiaforma. Nadie hubiera pensado que llegaría a tomarse en serio los mitos de la ciudad. Pero allí está, con todas esas cosas rondando su cabeza, como si un virus infectara el software de su mente. Unos momentos luego de la despedida, se sube al metro, con algo más de valor para enfrentar al intruso.

Continuará...


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@matutesantiago93

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uuff que bueno que llegó Aidan, se salvó! espero que se encuentren de nuevo!

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