Una fuerza desconocida (relato) I

in #spanish7 years ago (edited)

Contar historias es lo que más disfruto, más que cualquier otra cosa, por lo cual he de hacerlo mi prioridad en este mi perfil steemit. Hoy inicio un nuevo relato. Me ahorraré la sinopsis, pues vamos a ir descubriendo lo que sucede a medida que vaya publicando. Espero lo disfruten tanto como lo hago yo al teclear en mi computadora. Sin más que decir, empecemos.

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Aidan

El bullicio de la multitud en el metro hace daño a sus oídos. Hay demasiada gente en comparación al día anterior; el muchacho no lo soporta. Recuerda y extraña la confortabilidad de su casa, que acaba de dejar apenas veinte minutos atrás. Se sostiene del pasamano con fuerza; le sube el volumen a la música que suena en sus audífonos inalámbricos, cuyo sonido proviene de la señal emanada por su teléfono inteligente, en su bolsillo. Un hombre obeso y una mujer treintañera lo sofocan con sus cuerpos sudorosos y atronadoras voces; sospecha que su sudadera quedará hedionda luego del viaje. La máquina emite un sonido suave, inaudible frente a las voces; la marcha continúa hacia el centro de la ciudad. Para distraerse, recuerda que esa mañana se levantó con tanta pereza como para quedarse en coma. Se vistió con ropa casual, rompiendo la costumbre de llevar siempre el uniforme institucional de su casa de estudio, en ese lunes de sol radiante. Unos desgastados pantalones vaqueros, unas zapatillas deportivas, una sudadera azul sobre la camiseta gris y una gorra negra, son los componentes de aquella vestimenta. Demasiado sospechoso para lo que planea hacer.

Al bajarse en la estación, se dirige a las escaleras que lo llevarán a la calle, con las manos en los bolsillos de la sudadera. Antes siquiera de verlos, percibe el murmullo de los motores de los coches autónomos, atascados probablemente en todas las vías. Es una ciudad muy poblada. Camina por la acera, se detiene en una esquina del edificio de la estación. Se recuesta de la pared, observa con mirada nerviosa, esperando una llamada. Aidan Carey es su nombre, tiene tan sólo dieciséis años; está en el último año de la secundaria, y apenas ese fin de semana su vida tuvo un giro repentino.

El teléfono vibra en su bolsillo. Lo extrae y presiona el botón de respuesta; el sonido estático de la conexión se oye en sus auriculares. Vuelve a guardarse el móvil y se echa sobre la cabeza la capucha, pieza básica de su sudadera. Esta acción enciende una funcionalidad de la ropa inteligente, el micrófono necesario para contestar llamadas, que consiste en un pequeño circuito en el borde derecho de la capucha.


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—Hola, tú, estoy en posición. ¿Es necesario hacer esto por teléfono? —dice. Aunque logra mantener un tono firme, teme, siente aprensión, ante la voz familiar que sabe empezará a salir de los auriculares.

—Claro que sí —dice el personaje, despectivo—. ¿Ves el edificio donde venden electrodomésticos?

—Sí.

—Camina hacia allí y adéntrate por el callejón de al lado. Es el único tan solitario como para que pueda darte las instrucciones. Y por supuesto, allí irá la persona que buscamos.

—Ya voy.

—Habla en cuanto llegues.

—Bien.

Una niña pasa frente a él. Se le queda mirando un instante, con curiosidad. Él le sonríe con compasión, emoción que despierta al notar que no está acompañada. Entiende que las niñas solitarias desaparecen en par de minutos en esa zona. Ella sigue su camino, distrayéndose con el montón de gente a su alrededor; Aidan la ignora al fin. Teniendo cuidado, atraviesa la calle, atestada de coches autónomos en lento flujo, ocupados por personas distraídas por sus teléfonos móviles. La otra acera está llena de gente que camina en ambas direcciones, chocando los unos con los otros. Aidan trata de esquivarlos en su camino hacia el callejón, pero no lo logra. No es porque tenga alguna aversión al contacto con los demás, sino que su sudadera es la más nueva que posee y no quiere estropearla tan rápido. Llega a salvo al callejón, paradójicamente tan solitario que parece pertenecer a una ciudad fantasma. Sólo hay contenedores de basura y papeles desperdigados por todo el piso; alguna cosa hedionda completa el aura de abandono.


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—Estoy en el lugar. ¿Qué se supone que haga ahora? —dice Aidan.

—Recuéstate contra la pared y espera —responde su interlocutor—. Pronto aparecerá.

Aidan lo hace; en realidad no es necesario aclarar, porque es la misma estrategia de siempre. Le acometen las dudas y pregunta:

—¿Por qué a este?

—No es asunto tuyo —espeta la voz en sus oídos—. Yo juzgo quién es el más adecuado. Además, nadie extrañará al pobre. Una persona moralista, defensor de los derechos de los niños y mujeres. —Estas últimas palabras suenan arrogantes. Aidan recuerda a la pobre niña solitaria.

—Qué imbécil. —Error suyo, pensó en voz alta.

—Cierra la boca, pequeño. Una vez que vuelvas, pagarás por tu insolencia.

Aidan va a replicar, va a justificarse, pues su corazón se achica ante la perspectiva de tener que enfrentarse a un castigo, pero una presencia lo interrumpe. Llega al callejón un hombre de unos veinticinco años, de piel morena, cabello negro, liso y largo hasta los hombros, vestido con una simple camiseta negra y unos pantalones vaqueros, esa prenda que parece nunca pasar de moda. Le ignora, se dirige al contenedor más cercano con una expresión de ausencia muy extraña. Se prepara para orinar.

—Llegó —susurra Aidan—. Y parece que no me ve.

—Pues el efecto no durará mucho, termina.

Aidan mete la mano en el bolsillo de su pantalón mientras se va acercando sigilosamente al hombre. A continuación saca la daga. Es una daga única; aunque no comprende con exactitud cómo funciona, bien sabe que sólo bastará un pequeño corte en la piel para causar una parálisis prolongada. Hace un movimiento veloz, con lo cual la incisión se abre en el antebrazo de su objetivo. Luego, éste cae hacia atrás como un maniquí, su rostro desorientado aún presente. Ahora vendrá lo más complicado, lo más doloroso. Pero primero, debe asegurarse de que no lo ven, porque aquello llamará mucho la atención, incluso a los distraídos transeúntes de allá afuera. De modo que extrae de su bolsillo un pequeño aparato negro, de forma alargada, similar a un bolígrafo algo ancho, una tecnología especial aportada por su “instructor”, y acciona un botón mientras apunta hacia el piso. Del extremo surge una luz láser azulada. Cual si dibujara una linde, traza una línea que lo rodea a él y a su víctima; se asegura de que haya suficiente espacio para realizar la tarea que le tienen encomendada. Esta línea permanece incluso luego de apagar el instrumento. A partir de ella, un campo refractor se levanta, y entonces Aidan y el hombre paralizado se hacen invisibles a quien mire hacia el callejón.


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—Está hecho el primer paso —anuncia.

—Rápido, los circuitos de transferencia —ordena la voz.

Aidan busca en uno de los bolsillos de su sudadera. Allí están, seis pequeños objetos circulares. Al extraerlos, se les queda mirando un momento. Se pregunta qué será de su vida luego que termine esta pesadilla. No lo sabe.

Continuará...

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excelente, esto promete!!!!! voy a seguir leyendo!

gran historia, felicitaciones, no olvides seguirme @richardcok

Gracias por comentar. Qué bueno que te haya gustado. Pronto estará la siguiente parte =)

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