Era una comunidad pequeña, a media hora de carretera del poblado más cercano, sin televisión, teléfonos o Internet.

Hacía un mes se habían mudado como parte de la terapia de Arturo. Desde entonces, ninguno de sus padres había regresado al trabajo. Parecían eternas vacaciones.

A pesar de que había niñas en las fotos que los vecinos tenían en sus casas y muñecas en algún que otro porche o patio, no se las veía a ninguna. Lo más raro es que a nadie, ni a sus padres, les extrañaba; solo a Alicia. Y cuando se le ocurría mencionar algo al respecto, notaba que la expresión de todos se hacía muy seria y enmudecían largo rato.

Hoy es la fiesta de cumpleaños de Arturo; cumple nueve (Alicia es dos años menor). A pesar de la fiesta y la multitud de personas que invaden el patio de la casa, ese día no es diferente a otros. Otra vez debe jugar sola, pues no hay niñas en el nuevo vecindario.

Alicia aprovecha que todos están distraídos con el espectáculo de magia para husmear en las casas, decidida a descubrir alguna pista para descifrar el misterio. Entra en la más cercana y toma la muñeca de la mecedora; la observa con detenimiento, pero la interrumpe la voz del mago a lo lejos: “¡Ahora le toca a Alicia!” Corre como el viento. “¡Aquí estoy!”

“¡Bebe el líquido de esta flor y serás la niña más bella de todas!” Alicia se apresura a obedecer, para salir rápido de aquello y seguir en su investigación. Pero entonces, escucha una voz: “¡No bebas; quedarás atrapada!” Era la muñeca. Se había olvidado que la traía.

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