Mis pies cansados ya no querían dar pasos, mis manos adoloridas no querían moverse más. Pero aún así continuaba, sintiendo cada punzada de dolor en cada movimiento.

En mis uñas estaban incrustadas astillas que dolían y punzaban con todo lo que tocaba, pero no había tiempo para retirarlo.

Soy un esclavo. Sí, no como los que en la antigüedad se observaban, sino uno de los modernos. Tengo sesenta años, no tuve estudios, ni fui acaudalado como muchos, así que mi trabajo cada día desde que tengo memoria ha sido en el campo. No un campo propio como los hacendados que rodean mi humilde hogar. No, soy solo un trabajador más.

La paga muchos dicen que no es buena. He visto como los jóvenes duran solo semanas al darse cuenta de los bajos salarios y migran buscando nuevas oportunidades.

¿Por qué nunca me marché? no tenía donde ir. Mi lugar estaba en mi tierra, rodeado de mi familia. Cuando era joven no me afectaba, siempre recibía cada nuevo día con la energía suficiente para arar la tierra, ordeñar el ganado, limpiar el trigo. Pero a mi edad, ya mi cuerpo quiere descansar.

Ya no tolero cargas pesadas, mi cuerpo me duele, mi alma me pesa.

Lo peor que me ha pasado ha sido que enfermara mi querida esposa. Su nombre es Matilde, tiene dos meses enferma y no tengo manera de llevarla a la ciudad, mi corazón se ha partido al verla en mi cama sin poder hacer nada. He llorado y suplicado a mis jefes, pero ninguno me ha ayudado, todos me han dejado al olvido...

Incluso me han humillado, burlándose de mis peticiones. No, quizás no sea justo pedir, quizás no sea adecuado pero no tengo opción.

Este día, luego de mi ardua jornada he decidido hacer algo por mi cuenta, he decidido solventar mis problemas.

El sol está a punto de ocultarse, las nubes están opacas y el tinte anaranjado se ha difuminado por el cielo. Sin duda es un cielo hermoso.

Camino hacia la hacienda que se encuentra solitaria. Todos los trabajadores se han ido...

Debo ser valiente, enfrentar cada problema con optimismo y eso haré, todo estará mejor, eso puedo saberlo.
Entro a la granja de mis patrones, mis jefes... llevo en mi mano mi bolso de trabajo, y con mi pantalón lleno de lodo mancho un poco el pulido piso de madera. Estoy seguro que la de limpieza no se molestará debido a que es mi esposa, que tiene un día sin trabajar pero pronto podrá hacerlo.

Me encuentro a uno de mis jefes sentado en la sala de estar, habla por su teléfono y me ignora cuando paso a su lado. Él es el hermano menor, nunca ha estado atento a los problemas de la hacienda, no creo que lo esté ahora. Sus padres les donaron las tierras poco antes de morir, y desde ahí ambos se han dado buena vida, aunque es el mayor quien se encarga de las obligaciones del lugar. Ninguno de los dos está casado, sin hijos, ni familia cercana. Sin duda son hombres solitarios.

Pensé que quizás su familia fuésemos nosotros, quienes los hemos visto crecer, cuidando de ellos cada día que pasa cuando eran jóvenes e incluso hoy velando porque todo se cumpla a la perfección dentro de sus tierras.

¡Qué equivocado estaba! solo he sido un sirviente más. Un esclavo moderno...

Ignoro al hermano menor tal cual me ignora él a mí, y subo la escalera con mis pies pesados. Guardo mis energías y mi fuerza para intentar conseguir la ayuda que requiero, espero todo marche como quiero.

Al llegar al piso superior entro al despacho del jefe, el mayor. Está sentado en la mesa de la computadora, sus manos se mueven ágilmente sobre el teclado. Al entrar levanta la mirada y me observa, en su boca se dibuja una sonrisa burlona, llena de prepotencia. No, no quiere ayudarme, se niega una vez más, para él mis necesidades no le son de importancia. Me pide me retire, que si vuelvo a solicitar ayuda simplemente me echará a la calle como el mendigo que soy.

Si, me siento como un mendigo, pero sabía las cosas tomarían este rumbo. Cuando baja la mirada nuevamente a su ordenador tomo mi hoz y con fuerza la deslizo sobre la cabeza del hombre. La sangre salpica el computador, las paredes y mi ropa; en su cara sigue marcada la expresión llena de burla cuando su cabeza llega rodando hasta mis pies. No me molesto en apenarme, solo sigo moviéndome, antes que mi cuerpo quiera descansar.

No me molesto en bajar de forma silenciosa las escaleras, sé que el jefe menor seguirá ignorándome, y es precisamente lo que hace, lo cual me facilita el colocarme detrás de él y repetir mi fuerte movimiento con la hoz, el mismo que hago todos los días con el trigo, el mismo que utilicé en la habitación superior, desprende su cabeza y la lleva rondando hacia la esquina de la estancia. Todo está salpicado de sangre pero no importa, ningún empleado entra nunca en éste lugar.

Así que con el camino despejado, camino hacia la oficina donde está aun el cuerpo sin cabeza frente al computador, abro las gavetas y extraigo todo el dinero que tiene en ellas. Es mucho, nunca había visto tanto dinero junto... Así que sin meditar, saco todos los instrumentos de mi bolsa de trabajo y coloco todo el dinero que sin duda ayudará a la mujer que amo.

Cierro el lugar, ya lo limpiaré luego, nadie notará lo que ha sucedido. Tomo uno de los vehículos de mis jefes y busco a mi esposa en mi hogar para buscar la manera de curar su enfermedad.