Esperé cada noche por tí,
Por dos largos meses,
En mi cuarto desolado,
Por la llegada de tu condenada presencia,
Que nunca se avecinó,
Por tus multiples responsabilidades,
Quería que me acobijarás con tu manto,
Hacerme tan solo compañia.

Sentí el llamado del inframundo,
De ese ser tan frío y vacío,
Un frío recorrió mi cuerpo,
Los nervios se paralizaron por completo,
Ya no volví a sentirle miedo,
Empezó a hablarme bonito,
De la paz que sentiría,
Al acabar con mi vida.

Sentí un resplandor,
Mis pulsaciones se aceleraban,
Al escuchar aquella voz,
Entró un calor repentino en mi cuerpo,
Como electrocutándome los sentidos,
Sentía como se apagaba mi subconsciente,
Mis pensamientos me abandonaron,
No supe más del sabor amargo de la vida,
La visita de la muerte,
Había cobrado ya mi vida,
Me robó el alma,
Se adueño de mi cuerpo.

Me aferre a ese túnel,
Que brillaba infinitamente,
Dios me dio las Fuerzas,
Oír la voz de mi cuidador,
Me dió Valor,
Empezó a resurgir,
Algo en mi mente,
Para Batallar con la muerte,
Que se había enamorado de mí.
No me quería dejar ir.

La Sombra opacada,
Se veía diferente,
Se notaba triste y confundida,
Pero seguí, hablándole del amor,
De las bondades de ese sentimiento,
Ese que Dios nos dió,
Un tesoro preciado,
Que nos enseña lo hermoso,
Que es sentirse viva,
Amando y ser amada.

Pero le acoté:
Solo que la distancia es cruel,
Y hasta traicionera la condenada,
Que te hace rondar contigo,
En este cruel abismo,
Para robarte un suspiro,
A causa de un ser que crees perdido.