Dias grises
Un día casi perdido, una súbita resaca, el día después de cuando hubiera sido lo natural que hubiera acaecido, me pilló de imprevisto, como la muerte de un familiar lejano pero que le presuponías más tiempo de estancia en esta tierra. Se sumó, el trabajo del lunes, más esa paralización de los sentidos, esa ralentización que te hace ser consciente del peso de la edad, fuera de la mentira bien intencionada del coach de turno.
Hambre, un hambre voraz y lo único apetitoso son rodajas de pan y un bote de miel mediado, una tostada, otra, una pausa de este hambre voraz que aturde mis sentidos, sigo trabajando, son las 10,45 de la mañana y he desayunado tres veces, espero que se pase pronto recuperar mi yo pretérito, pausado.
El día pasa, como de crisálida a gusano sin apenas darme cuenta, las luces del día palidecen bajo esas nubes que anuncian lluvia. La transición es más de otoño en vez de primavera, el aire viene frío, húmedo y no anuncia en su olor, ese resurgir de la vida. Me libero de las telarañas que me constriñen a este espacio de menos de cuatro metros cuadrados donde paso gran parte de mis días. Repito ropa, estoy desganado, no espero encontrarme a nadie conocido, y me lanzo a la calle sin más metas que mover el exceso de calorías ingeridas de liberarme de esa opresión de un hambre antigua.
Al salir a la calle, la sorpresa, de las calle mojadas, llueve, de forma tenue, pero llueve, al menos mitiga el frío, lo suficiente para no disuadirme de la intención inicial, andar dos horas. Hay poca gente en la calle, es un aliciente, puedo ir tomando notas de mis cosas sin riesgo de choque con algún peatón, voy a buen paso, la pesadez de cabeza y tripas no afecta a mi tren inferior que marca el ritmo con buen compás, devoro las partes más feas del trayecto, de mi meta hacia ninguna parte. Cuando quiero ser consciente por donde ando, ya estoy imbuido en el trajín de la humanidad que circunda y fagocita el centro.
Decido cambiar la trayectoria, me gusta cambiar los recorridos, tengo ya medianamente claras dos o tres ideas para continuar escribiendo, la visita pendiente del centro, ha quedado postergada, decido bordearlo en busca de otros alicientes en forma invertir el recorrido. Una madre, sale del super con su hijo pequeño, es atractiva y alta, nos miramos durante menos de una fracción de segundo, van andando detrás mía, el chiquillo no para de requerirle que le compre algo cuyo nombre desconozco, ella le explica con buena palabras que tiene chocolate en casa, y lacasitos, que no puede estar todo el día comprándole cosas, el chiquillo no atiende a razones, argumenta, no se le ve que tenga más de tres años, pero le advierte a la madre de los peligros en la dentadura del chocolate, le dice a su madre que no quiere perder los dientes, la madre le dice que los comerá ella, que tiene su dentadura en perfectisimas condiciones, sonrío, incluso miro hacia atrás, la madre es consciente de que estaba al tanto de la conversación, no sé hasta qué punto mi presencia la catalizó, los dejo pasar, siguen con los dimes y diretes de la higiene dental, se introducen en un portal cercano, les pierdo la pista, sigo mi andar a mayor ritmo.
La lluvia cae con más frecuencia que no con más fuerza, decido ponerme la capucha de la sudadera, mala decisión, esto, unido a un mal cálculo de la distancia,me hace chocar contra una marmolada esquina con todas mis fuerzas, la punzada de dolor me hace recuperar consciencia, un dolor profundo anida en mi hombro y baja un calor que irradia la zona lumbar, es un movimiento perfecto, me convence de retornar a casa, ya llevo mas de una hora de camino.
En la acera de enfrente de una recta calle que simplemente debo seguir para trazar la c inversa del feliz retorno a casa, veo oferta de detergente, si, es mi obsesión de la semana, busco determinada marca y un objetivo, 0,15€ el lavado, es una especie de gimnasia mental que se me va de las manos y se convierte en un buscar obsesivo y reiterativo en los escaparates del camino, segundo inconveniente de la salida, en un paso de cebra, no venían coches, y me disponía a cruzar pero ,la lluvia, constante pero sin fuerza, tiene ese peligro, y convierte el lego del rebaje de los pasos de cebra en peligrosas pistas de despegue. Me levanto con presteza del suelo, no siento el dolor, solo me asusta que durante un segundo he estado expuesto en mitad de la carretera, con poca luz y prioridad para los vehículos, ante esta súbita vejez sobrevenida, decido tomar precauciones, el camino de vuelta a casa, jalonado de semáforos y pasos de cebra, se vuelve entonces en un precavido esperar del verde peatón, no puedo exponerme a seguir cayendo al suelo. Es ridículo y duele.
Antes de retornar a la casa, decido ir al supermercado, el hambre aprieta, decido cancelar mi idea de gastar e ir tirando de las sobras de la casa, necesito sustancia para el bolo alimenticio a ver si muere esta bestia en forma de resaca, en estas ensoñaciones, una tercera caida, esta más inesperada, escucho hasta el grito de dos señoras minusválidas al verme caer al suelo, en la caída, he golpeado con fuerza el móvil contra el suelo, no he roto la pantalla, aunque parece movida, ya la vergüenza de sentirme tan frágil, supera el dolor de los repetidos golpes en solo dos horas de cómodo paseo.
En el supermercado, tengo suerte, hay ofertas de todo lo que quiero, es la ventaja de ir a última hora, estoy taciturno, huraño con las personas que me conocen del super, el dolor me hace desear acabar pronto y llegar a la casa. Con diez kilos de compra, extremo la precaución, no vale, el asa del saco de naranjas se rompe, tengo suerte no se desparraman por el suelo, la persona que va detrás mía intenta pasar, me siento como un objeto extraño preso de la rabia, dolorido y aún quedan ochocientos metros a mi casa, el hambre es un látigo implacable que atiza sin denuedo. El frío, hace que las ganas de orinar aumenten, me paro, respiro, recupero la pausa, es la última oportunidad de llegar de forma digna a la casa, pasos largos, firmes por la acera donde no hay nadie, consigo el éxito, llego suelto la compra, atiendo mis necesidades fisiológicas en el excusado, los requerimientos de amor felino y pelo una naranja en un intento desesperado de ahogar el hambre, la resaca, el sueño, el dolor y la ira de tan desafortunada sucesión de acontecimientos. Al fin sentado tapado con una manta, “A love supreme” de Coltrane resuena por los altavoces del televisor, recupero la pausa, la calma, no ha sido nada, mañana será un nuevo día.
Jaja te pasaste Maastro, me dio mucho dolor la historia pero también me partió de risa algunas veces. Vaya que fue un día desafortunado, todo un capítulo de trajinovela que para gusto de nosotros, tus lectores, te animaste a escribir.
Pinches días grises preprimaverales europeos, para un caribeño como yo, esto también es una cárcel, se llega a extrañar el sol, las quemaduras y hasta los mosquitos, este permanente gris es duro.
Espero esté bien tu pierna, abrazos.
Wjajaja... Me atrapaste en la lectura aunque siento lo de la caída, me he reido un montón y me ha pasado lo mismo con las naranjas wjajaja
Hasta pronto querido @maastro
Vaya, vaya. Menudo paseito. Te veía caído en medio de la carretera. Jajaja, siempre nos quedará...el sofá.
Vaya tela con tus historias, pero da gusto pasar por ellas , gracias por compartir, el equipo Cervantes apoyando el contenido original y de calidad.
Moraleja: No importa cuan traumático sea tu dia, tu gato siempre te recibirá igual, como su fuente de recompensas de cariño.
Como dato curioso en Venezuela el detergente de 1 Kg cuesta mas de una quincena de salario mínimo casi 2 dolares al precio paralelo.
Muchas gracias por el apunte. Se me cae el alma a los pies, de ver el designio de unos locos por encima del bienestar de un pueblo.