Hipergrifo el taxista y su leal can Cannabis (6)
Insólitas aventuras de un dúo psicoactivo
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Atravesamos la ciudad para volver a la dirección de Munguía. Conforme nos acercamos la oscuridad de la noche se acentuó ante la falta de luminarias y el camino se tornó irregular. Metros antes de llegar me sorprendí, la calle hizo cerrada con una barda bastante alta.
-Debemos seguir a pie- dijo Cannabis.
Bajamos del taxi a caminar la barda, se prolongaba lejos hasta perderse en la oscuridad. Mis dudas se disiparon, habíamos llegado al panteón de Mezquitán. El ancho muro hizo un hueco y dimos con una entrada. A partir de ahí, guiados por el olfato de Cannabis llegamos al punto. En el lugar se hallaba la tumba de María Ramos Salgado según se leía en la lápida. Los numerales que acompañaban el nombre arrojaban una diferencia breve, al tratarse de una vida. Escuché el crujir de hojas secas y después los pasos con nitidez. El perro se replegó a mis pies en estado de alerta.
-¿Arnoldo Asensio?
-¿Vienes por mí?- preguntó sin responder.
-Solicitó un servicio a Zapopan.
-Entonces eres tú- dijo y se encaminó a la salida. Cannabis se adelantó para hacer gala de su calidad de sabueso. Recorrimos el camino de vuelta al taxi en silencio. Me dominaba una reflexión; el cuerpo de Arnoldo en el hospital si bien, no me comunicó nada, su mensaje sí. El carácter lúdico, estilizado, a veces caprichoso de cada una de las letras no encajaba con el tosco espíritu que denotaba nuestro acompañante. Al entrar al auto pude observar su dura cara, curtida por el trabajo. Entre perdido y ensimismado evitó el contacto visual. Su cuello estaba marcado por una negra cicatriz.
-¿A qué parte de Zapopan vamos?
-Por La Mojonera, es antes. Yo te digo.
Arranqué el auto y cogí rumbo al poniente buscando la calle, el camino que nos llevase al punto señalado. Una vez en trayecto quise despejar algunas dudas.
-¿Va a encontrarse con el licenciado?
-No’mbre al contrario. Él quedó atrás. De aquí en delante lo que resulte es cosa mía; a él le debo entenderlo así. Él me dio luz y apoyo, es generoso en todas las formas-, contestó sin dejar de mirar por la ventanilla. El camino se volvió intransitable en partes, sin siquiera una vereda y el herbazal crecido. Batallé un poco para ir a dar a una terracería que atravesaba diversos caseríos.
-Se ve que el licenciado es una gran persona, ¿trabaja para él, le conoce de hace mucho?
-No me llama nada, si acaso la amistad; y de conocerle tengo, podría decirle, toda mi vida, porque antes de él no la tenía. Vagaba por las calles sin conciencia. Seguía la rutina de los perros callejeros que se alejaban de mí. Sufría los dolores de diversas heridas sin sanación. Después fui sintiendo el calor de un compañero. Un niño, a la mejor un ángel, que le gustaba pasar por la esquina donde solía estar echado, me acariciaba el cuerpo y me decía palabras afectuosas que después de tanto oírlas, llegué a entenderlas: “Tú no eres una bestia sarnosa”. Me levanté entonces del suelo y le seguí. Me llevó con Arnoldo quien me recibió, curó mis heridas y me alimentó. Me devolvió la palabra. Pero no por ello mis pesares cesaron. Entonces Arnoldo me dijo que para dejar de penar debía buscar mi historia propia. Con su orientación he dado con el lugar del reencuentro, mi entrada al siguiente plano de la eternidad. A la fecha no sé quién soy, pero voy a mi destino y presiento que él viene hacía mí. Anda despacio es por aquí-. Dudó un poco antes de pedirme que parase. Vio de fijo una casona de un amplio zaguán con cochera. Bajó del carro y taciturno se despidió agradeciendo el servicio.
Saqué uno de mis cigarros de la visera mientras le veía entrar al zaguán. Cannabis le siguió dándole metros. También salí del auto, prendía el cigarro cuando sentí un ligero temblor de tierra y escuché un tronido seco, intenso y muy breve. La confusión fue generalizada. Se hicieron las parvadas batiendo alas a poblar otros árboles. Escuché como se encimaban los ladridos sobre los aullidos de los varios perros de los alrededores; los gallos cantaban a deshoras y se adivinaba una multitud de gallinas excitadas dispersas por todas partes. Al acercarme vi algunas alimañas salir de sus escondrijos huyendo del lugar. El zaguán circulaba la casa, seguí hasta el corral. Me acerqué a Cannabis, estaba sobre la mampostería de un pozo de agua. A los metros, entre las ramas de un árbol lo que me pareció una sombra comenzó a tomar volumen.
-Se tiró al pozo. Desde aquí se lanzó de cabeza- me informó Cannabis. Con menos de un metro de circunferencia su profundidad se intuía abismal; el espeso y profundo negro muy al fondo llamó mi atención. Afiné la mirada y la figura se fue definiendo, los contornos tomaron forma y tuve a la vista el cadáver de una niña de nueve años que observé con detenimiento. Los perros seguían ladrando, entre ellos Cannabis, que había bajado del pozo para ver de cerca el bulto que colgaba del árbol. El que había sido nuestro pasajero pendía de una gruesa soga. Sufría de tenues espasmos y ligeros temblores que le hacían parecer agónico, sin embargo experimentaba un renacimiento, un reencuentro había mencionado.
-No quiero ver más de esta nueva eternidad, vámonos- le dije a mi compañero y di media vuelta.
De regreso en el taxi intercambiamos opiniones y confrontamos puntos de vista e interpretaciones; después predominó el silencio. Cannabis sacó debajo del asiento una de sus pipas.
-Fumemos un poco de hachís ¡Vamos anímate!- me dijo, había notado mi intranquilidad; sufría un ligero remordimiento que después de un par de profundas bocanadas se esfumó. Le regresé la pipa a Cannabis y arranqué el auto con dirección a Arnoldo, estuviese donde estuviese.
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