No me gusta que mi madre me mande por las tortillas porque detesto la calle. Siempre estoy pensando que la gente que miro quiere hacerme algo, que todos me empujan y ni siquiera se dan cuenta y para terminar, las largas colas de la tortillera que sólo me retrasan para irme a jugar a la azotea. Ahora mismo estoy esperando el grito que tras mi nombre diga “Hay que ir a comprar tortillas”.

En la azotea me junto con amigos que les gusta hacer ballestas que disparan corcholatas, utilizamos palos largos, ligas y los clavos y martillos de nuestros padres. Pero nos propusimos un compromiso de tirarle siempre a los coches y nunca a los animales. Tras largas discusiones y borradores de nuestras declaraciones conseguimos emprender guerra interminable contra el enemigo de las cuatro ruedas y así pasaban las tardes.

Pero mi madre insiste siempre, en lo más duro de la batalla, en llamarme a comprar tortillas gritando: “Antes de que se acaben”. Creo que nunca, por prudencia, me he atrevido a esperar al tercer llamado. Mi mamá es siempre muy amable pero al tratarse de las tortillas se vuelve un monstruo realmente incontrolable. Me bajo corriendo de la azotea y agarro mi bicicleta vagabundo, en realidad la de mis hermanas más grandes que hoy se dignaron a prestarme, y me lanzo a toda velocidad por las desiertas calles de mi colonia para llegar a la tortillera. Ahí se juntan las gentes en una fila a la que le llaman cola y una por una van pasando con la que despacha. La cola de las tortillas es siempre larga y aburrida ahí sólo ves cómo se va desperdiciando el tiempo de tu vida. Pero cuando por fin llegas a la meta la señorita te regala una tortilla con su pizca de sal, es algo así como un agradecimiento por tanto esperar. Lo más impresionante es esa otra máquina que convoca a la gente que entre chirridos y bandas móviles desde su panza de fuego saca las tortillas calientes.

Ya me toca estudiar y se acabaron los juegos de azotea. De nuestras guerras secretas contra los autos, en nuestros corazones quedaron las pendientes vendettas. Nuevas máquinas son solicitadas con microscópicas tecnologías que las sumas y las restas pulsando bien unas teclas las entregan absolutamente correctas. Máquinas de escribir que empezaron por ser mecánicas fueron cediendo su campo a los modernos algoritmos de las computadoras. Aparecen también los videojuegos que entre las horas de estudio producían entretenimiento frente a la tele, esa vieja máquina que hacía años que convocaba a la hora de la cena a todos los familiares a mirar sus frecuencias cortas y largas cómodamente sentados en la sala de la casa. Yo aún no me preguntaba cómo afectan las máquinas la vida, en mi entorno parecían naturales como parte del paisaje y de los interiores circuitos de las máquinas parecía que no debían saberse los procesos y tampoco ellas los compartían.

Me gusta andar en patineta y con mis ahorros del banco me compré un iphone que en algunas ocasiones durante todo el día no se separa de mi cabeza. Música, videos y redes sociales con luces multicolores invitan a la nueva era.

Esos gastos, en el banco provocaron algunas deudas. Si algo en esta tierra está guardado con celo, aquello sólo podemos atribuirlo a sus cuentas y transacciones privadas. Generan dividendos, balances, quiebras. Es máquina sin duda interesante el banco y con sus mareos nos invita con insistencia a pagar aquellas deudas consiguiendo algún empleo. Entras pues en el engranaje de la maquinaria social. Como cuando eras niño quieres entrar como ingeniero astronauta pues ya tienes tu título, “nosotros le llamamos” te dicen, “si gusta puede aguardar en alguno de nuestros cubículos”. Por años llenas formatos y solicitudes, presentas tus proyectos y hasta ves que se utilizan pero sin ningún coste. “Así está el mundo ahora no podemos atenderle que estamos poniendo nuestros intereses y tratando de sacar provecho de esta crisis financiera. Pero no se preocupe, hay oportunidades, inscríbase a Uber y agarre su rumbo”.

Algunos amigos de ballestas se gradúan como artistas y decidimos para celebrarlo irnos de fiesta. Un espíritu bacanálico nos inunda y en la fiesta consumimos cerveza, éxtasis, alucinógenos. Bailamos, reímos y entre las obras ahora celebradas de mis antiguos ballesteros, nos salimos a la calle y a patadas nos pusimos a romper algunos carros. ”Odio a la Máquina”, era el grito que nos impulsaba de nuevo a las antiguas guerras. Tal vez fue el mismo Baco quien con mañas secretas no quiso que con los vecinos, que fueran de estos carros dueños, tuvieramos ningún problema, pues contentos seguimos nuestra marcha cumpliendo nuestros sueños.

Desde ahí les propuse a los amigos artistas, “Ey, compañeros, escuchen. A patadas y puñetazos no podremos acabar con la máquina, ella es fuerte, antigua, penetrante. Se ha incrustado en nuestros corazones bajo la promesa de facilitarnos el mundo. Pero tras ella se encuentran seres que han comprendido el principio fundamental. Sólo dos entidades lograrán comprender el infinito y sus diversas dimensiones con total cabalidad. Miren el acelerador de hadrones con cuánta insistencia unos gramos de antimateria nos pretende regalar. Sepan pues que las entidades son la Máquina y la Divinidad”.

Con la máquina de las palabras seguí reforzando el argumento proponiendo que reorientáramos nuestro intento. “Conozcamos a la Máquina por dentro, sin vivir ilusionados aprendamos de sus adelantos, sepamos de quienes las controlan diseñando oscuros planos. Si alguna vez queremos ser dignos de nuestra era aprendamos que la máquina para con el género humano tiene el gran potencial de convertirse ya no en el gran sino en el buen hermano”.

Así, nos fuimos, llegamos a nuestras casas cansados, sangrando de los golpes pero contentos. Nos acompañaba el Sol en el camino, como siempre marcando y dando guía durante los rumbos nuevos.

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