Historia de medianoche — Capítulo 2 | Relato

Cristian lee despacio el papel. Cuando hubo terminado mira a Carlos con fuego en sus ojos.

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—¿¡Y acaso te atreverás a dejar esto así!? — exclama, enardecido, ante lo que para el era un injusticia.

Las palabras de Cristian se desvanecen como las sombras en la oscuridad. Lo cierto es que Carlos se escucha resignado. En el fondo siente que se merece todo lo que le pasa. El juez ha juzgado bien a su parecer. Él se sentirá afortunado con que la ley le permita estar con su hijo al menos los fines de semana, con la excusa de que su trabajo no le da tiempo para pasar el resto del tiempo a su lado, al menos eso le diría hasta que estuviera lo suficientemente grande como para decirle que su papito y su mamita se habían separado porque la flor del amor murió. O la mataron. Carlos se siente culpable, y en el rostro de Wendy siempre imagina cicatrices, pero no cicatrices físicas sino cicatrices que van mas allá de lo superficial. El siente que puede ver su alma a través de esas cicatrices emocionales.

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—Si Cristian, no tendría caso alargar mas este sufrimiento —responde Carlos. — Ella a lo mejor estará bien así, y mi hijo también, en tanto no se entere que su madre y yo nos hemos separado. Al menos espero que no se entere por ahora.

—¿Podrás vivir con eso? —insiste Cristian.

—Dame otra cerveza Jimmy. —Pide Carlos mientras pasa la botella vacía y mira a Cristian. — Hay cosas que no pueden ser como uno quiere o espera. Tal vez mi hijo esté mejor con su madre que conmigo. Si lo veo los fines de semana, eso estará bien para mí. — Se queda en silencio un momento, contemplando el líquido amarillo que burbujea dentro de la botella que Jimmy le ha servido. — ¿Sabes qué? — dijo de pronto. — Hay momentos en los que un hombre tiene que luchar, y hay momentos en los que debe aceptar que ha perdido su destino, que el barco ha zarpado, que solo un iluso seguiría insistiendo. Y ya yo no quiero seguir insistiendo. Brindemos por eso que no volverá. — Alza la botella y su amigo Cristian le mira, descompensado, antes de alzar tambien su botella a medio beber.

En un lago de silencio se ahogan los más profundos sentimientos de un hombre que sufre un arrebato. Los más profundos sentimientos de Carlos, que ha perdido a su esposa y parte de la vida de su hijo. La puñalada de la soledad entra con fuerza en su pecho presionándolo sin piedad, sin anestesia alguna, y duele más que la triste idea de beber y beber alcohol para calmar ese dolor; para callar a su alma que grita y desgarra lo más profundo de su ser. No es su esposa, no es su hijo todo lo que ha perdido: su vida entera se va por el caño. Y bueno, si su alma ya está destrozada ¿Qué más da su hígado, no?

El sujeto ubicado en un extremo de la barra, sin decir nada, sin beberse aún el puto trago yace allí, olvidado, sin siquiera intentar escuchar el relato de Carlos. O por lo menos, sin darle importancia. El aire mismo va embriagándose poco a poco con el olor a alcohol que va impregnándose en el ambiente. Jimmy va al depósito y saca un coleto con el que empieza a limpiar el suelo del bar que está pegajoso.

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Las dos de la mañana se acercan, y nadie tiene la mínima intención de irse, y es que, ¿quién querría irse a casa? Total todos estarían sin compañía en su casa, y preferirían mil veces pasar la noche en un viejo bar del pueblo de San Martín llamado LA NOCHE que irse a su casa y acostarse sabiendo que a su lado no amanecerá nada más que solo las sábanas blancas, manchadas del líquido blanco y espeso que brota de la desesperación de un hombre solitario, sin embargo no todo estaba acabado. Entre ellos se hacen compañía. Hartándose de la bebida. Consolándose unos con otros sin decir una palabra, simplemente pensando que la vida del que tienen a su lado es más miserable que la suya.

Carlos, con ya muchas cervezas tomadas, ve al tipo del extremo de la barra. Siente como unos dedos álgidos le acarician la columna tocando suavemente sus vértebras como si fueran las teclas de un órgano de iglesia viejo y desgastado. Seguidamente esos dedos le rodearon el cuello en una especie de susurro débil pero firme, la piel se le eriza por completo, su cuerpo se estremece junto con su alma y de pronto, en un acto inconsciente, su boca se abre lentamente para emitir palabra.

— ¡Eh! — Exclama mirando al hombre — ¿Por qué no te acercas? — El hombre gira muy despacio la cabeza para enseguida encontrarse con los ojos desorbitados de Carlos y las caras extrañadas de Jimmy y Cristian. Su rostro era un lienzo en blanco hasta ese momento en donde Carlos se convirtió en artista dibujándole una sonrisa en su rostro. Vuelve a mirar su trago, cierra los ojos un momento y enseguida se levanta de la silla para acercarse. —Sirvele una cerveza a este hombre Jimmy — ordena Carlos.

—En realidad no bebo. Muchas gracias. — Por primera vez se le escucha la voz. Una voz suave, pero paradójicamente firme. —El trago lo pido por cortesía. — Jimmy asiente con la cabeza a su respuesta.

— ¿Cómo te llamas? —Pregunta Carlos.

— Daniel — Responde.

—Daniel... Daniel... Daniel... — Repite Carlos como perdido. — Daniel. — Continúa. —Cuéntanos de tu vida.

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Agradecido de tenerte aquí leyendo mis escritos y cada divagación de mi descontrolada mente, estas invitado a leer los demás y si te gustan vuelvete mi seguidor que para mi sería un honor. Nos leemos en la tercera parte.

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