Es Madrid, una ciudad de misterios, muchos de cuyos secretos, si bien a la vista, suelen pasar completamente desapercibidos para los millares de visitantes que diariamente vienen y van por sus calles.

Pocos de ellos saben, que en Madrid no sólo hay una vida transgresora, alegre y nocturna que atrae la atención del visitante con multitud de ofertas de ocio y diversión.

Tiene Madrid, también, una vida aérea, en algunos casos invisible, donde el Mito deja el Mundo de la Idea para reencarnarse en el Mundo de la Forma, naciendo sobre las solitarias azoteas de sus edificios más emblemáticos.

Si en esa arteria dorada que es la Gran Vía, destacan las figuras de Diana Cazadora y Ganimedes, el heraldo del Olimpo, en la no menos emblemática calle de Alcalá, hermana poco menos que gemela y paralela a aquélla, lo hace un curioso y pequeño personaje, que pasa completamente inadvertido a todas las miradas: el Gato Rojo.

Cercano al edificio Metrópoli -¿recuerdan la película futurista de Fritz Lang?- su mirada, atenta e impasible, vigila eternamente aquél mismo horizonte donde, allá por el siglo XI, cuando moros y cristianos se batían por conquistar unos y conservar otros, aquélla pequeña perla castellana llamada Magerit, se apareció también la figura de una Patrona, la Virgen de Atocha, negra como la sulamita de Salomón, porque como a aquélla, también la había tostado el Sol.

De manera que, amigo visitante, si alguna vez vienes a Madrid y pasas por la calle de Alcalá en dirección a la Puerta del Sol, te recomiendo que lo hagas por la acera de la izquierda y no dejes de mirar hacia lo alto, como recomendaba también Scotty, el periodista de ese gran filme de ciencia-ficción, ‘El enigma de otro mundo’: ‘observar el cielo, no dejéis nunca de observar el cielo’.

Y es que, como podéis ver, en los cielos de Madrid, también hay Vida.

AVISO: Tanto el texto, como las fotografías que lo acompañan, son de mi exclusiva propiedad intelectual.