¬ Me seguía, estaba seguro.

Noté, mientras cerraba la puerta que había estado esperando a que saliera de la casa. Me saludó descaradamente, respondí con un breve gesto, para no detener mi urgencia.

Cuando crucé la esquina vi por el rabillo del ojo, que venía tras de mi. Para colmo me llamaba, haciendo lo posible por alcanzarme. Aceleré el paso para poner mayor distancia y ajusté el volumen de mis audífonos para no escucharlo. Esperaba perderlo al bajar al metro, pero aún faltaban cuatro cuadras.

Pensé varias maneras de silenciarlo mientras estuviésemos allí. Pero sería muy arriesgado de mi parte, llevando lo que cargaba en bolso de lona. No podía arriesgarme a que se conociera su contenido. Crucé la callé con el semáforo en rojo.

Se convirtió en mi sombra. Ya no podía seguir haciendo que no le escuchaba. Definitivamente tendría que hacer algo. Con él detrás no podría deshacerme del bolso y su contenido.

Su cercanía era ya inminente. Yo ya me sentía descubierto. Comenzaría a preguntar por los ruidos y gritos de anoche en mi casa. También preguntaría por ella. ¿Cómo decirle que traía una parte de ella en el bolso?

De repente, mi cuerpo comenzó a temblar de forma indescriptible. ¡Que mal momento para un ataque epiléptico!. Mis piernas ya no me obedecieron y me vi cayendo en cámara lenta en frente de tanta gente. Se iba mi conciencia.

¬ Vecino, vecino. Le escuché decir arrodillado a mi lado, tratando de darme ayuda.

¬ Oh vecino, cálmese- Volvió a sufrir otro de sus ataques. Pero tranquilo, yo estoy aquí. Le vengo siguiendo desde su casa. Esta mañana olvidó su bolso al lado de la entrada y yo corrí para entregárselo. Menos mal, se que usted siempre lleva sus medicinas en el. Déjeme revisar para buscar sus pastillas.