Los ruidos de la ciudad se hacen presentes, despertándome.
Son como fantasmas que cobran cuerpo a medida que pasan las horas, hurtándole al silencio trazos de sosiego y al reloj pedazos de vida.
Abro los ojos y la soledad me sonríe, como recordándome que a algunos kilómetros ella descansa en otros brazos.
En el baño el perfume de sus cabellos impregna el agua y mis pensamientos vuelan hacia un imaginario punto de la nada donde las aromas de nuestras pieles se fusionan.
He ido acostumbrándome a la impotencia de ser capitán en el navío que conduce mi destino.
He ido aferrándome al refugio de sus brazos como manera de sobrevivir a los embates de la desesperanza, cuando agobiada y acorralada la paciencia me abandona.

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Los hilos que nos atan son frágiles y se sostienen como acróbatas suicidas con el temor de perder los minutos más valiosos que se hayan inventado.
Para mí la calle es el camino donde los pasos se bifurcan dejando huellas que logran devolverme al instante que la vi por primeravez.
No importa cuánto tiempo haga de eso, lo realmente interesante es que las mariposas volaron haciendo de mi estómago un panal de sensaciones que recorrieron la espalda y como rayos eléctricos me proporcionaron el deseo de acercarme y hablarle.
Fue así que como caballero medieval crucé el espacio que nos separaba y me atreví a susurrarle al oído:
-¿Puedo ser tu amigo?
No recuerdo la expresión de su rostro, tampoco el mohín de sus carnosos y sensuales labios, solo estoy convencido que toda la historia del universo se condensó en el espacio de tiempo que transcurrió hasta su respuesta.
-Puede ser.

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Intenté gritar como el deportista que ha realizado una jugada extraordinaria, pero preferí perderme en la magia de sus ojos, robándole destellos a la aurora.
Ese día solo ese par de palabras poblaron la posibilidad de un lazo de amistad y cuando desapareció entre el tumulto de la ciudad, me di cuenta que la efusividad de la aceptación me había proporcionado una amnesia temporal y que por lo tanto ni siquiera su nombre conocía, mucho menos si la volvería a ver.
Sin embargo tras días de ronda y espera, en los cuales los latidos de mi corazón fueron caballos en plena carrera hacia la obtención de algún premio, logró que el milagro del regreso se hiciera cierto y apareció ella con ese encanto que le embrujaba y colocaba como el más ansioso de los humanos.
Fue en una tarde en la cual los cielos regalaron el encanto de la plenitud y pude sonreírle a la luna, ya que entre tantas cosas en común compartíamos el interés de continuar las pláticas que parecían tener la esencia de rumbos que se acercaban.
Guardé en un cofre su nombre que me pareció exótico y me marché flotando como globo inflado con helio.
Fue el comienzo de una historia que ahora es mi vida y que se puede condensar en la necesidad mutua de ser uno para el otro

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Un amor secreto para vivir - Capitulo 1:

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