El poder de la fe (Cuento)

Revisando viejos álbumes de fotos me encuentro con una que me trae recuerdos inolvidables.

En ella, estamos los dos con los ojos cerrados orando.

Lo curioso es que la misma no fue tomada por alguien conocido sino por un extraño que con mal acento del idioma, esperó que termináramos nuestro acto de fe para acercarse y decirnos.

-Estaba probando mi cámara instantánea y tomé esta foto de ustedes, les pertenece.

Nos miramos extrañados, le dimos las gracias y se marchó.

Pasábamos por un difícil momento.

El doctor acababa de diagnosticarme un cáncer que según su criterio medico acabaría con mi vida en pocos meses.

Nunca vi en tu rostro desespero ni desesperanza ante la noticia, mientras que yo sentía un terremoto en mi interior.

Recuerdo tus palabras porque las tomé como mías en un esfuerzo por no claudicar ante la tristeza.

-Dios es el único que sabe cuándo morirás y quien puede sanarte.

Mi fe tambaleaba ante los imprevistos del último año que como guinda de pastel se cerraba con la infausta noticia.

Pero la tuya era como la roca impenetrable donde descansaban los milagros.

Negué a hacerme los tratamientos de quimioterapia.

Nuestros hijos lloraron muchas veces la muerte que no llegaba y tú le inyectabas esperanzas diciéndole:

-Jesús resucitó a Lázaro y lo mismo hará con su padre, créanlo que así será y en un año estaremos dando testimonio de ello.

Nuestro hijo mayor se hizo cargo del negocio familiar y dos meses después decidimos hacer, tal vez nuestro último viaje, al lugar donde pasamos nuestra luna de miel.

En ese pueblo perdido en la montaña donde la naturaleza nos recordaba la grandeza del creador.

Tomamos por costumbre orar cada mañana a las diez, como un ritual de fe, sin importar donde estuviéramos y el mismo quedó plasmado en esa foto.

Pasamos un mes allí y mi enfermedad pareció detenerse ya que los dolores que me causaban desaparecieron.

Éramos una pareja extraña, tu una cristiana devota y yo un creyente conveniente, a quien la religión le parecía una droga para adormecer las conciencias y el ritual una herencia de lo pagano.

Sin embargo nunca dejé de apoyarte en tu camino hacia la búsqueda de la eternidad a través de Cristo, cuando lo necesitaste.

Mi cáncer, tal como lo predijiste y ante el asombro del médico, desapareció.

Mi actitud ante los milagros también y mi visión del mundo igualmente.

Sin embargo, ante mi negativa, fuiste tú quien te encargaste de dar el testimonio en tu congregación y mientras lo hacías mi corazón parecía exprimirse con el recuerdo de esa larga espera de sanación que tu fe me había prometido.

Nuestras vidas cambiaron, también nuestras metas y la de nuestros hijos.

El mundo se hizo extraño de cierta forma y dos años después partiste a los brazos del Señor.

Me he preguntado miles de veces la razón por la cual el milagro de vivir me fue concedido a mí y no a ti que te lo merecías y sigo sin saber la respuesta.

Tal vez el poder de mi fe no fue suficiente o los designios del todopoderoso son inexplicables.

Guardo la esperanza, tal vez vana, que en algún otro lugar nos reencontraremos.

La vida tal vez sea en realidad la verdadera muerte.