El fogón del apagón (Vida personal-Manualidades)

El apagón nacional en Venezuela no solo nos tomó por sorpresa a muchos, sino que también con carencias en cuanto a servicios básicos que debíamos tener, de tal modo que a mal tiempo buena cara y a problema sobrevenido improvisación efectiva.

En nuestro caso el problema fue la falta de gas doméstico, ya que estaban vacías desde hacía días las bombonas con las que nos surtíamos y estábamos cocinando en una cocina eléctrica.

De manera que cuando las noticias confirmaron que tendríamos muchas horas sin electricidad corrí a los abastos cercanos para comprar carbón pero en ninguna había, este se había transformado en algo del pasado con los modernos asadores de las cocinas y ya no era un producto de fácil venta, al igual que las velas.

Nos sentamos a pensar en alguna solución, pero todas estaban fuera de nuestro alcance, hasta que la luz de mi cerebro se encendió, la otra lo haría días después, e hice un balance de lo que tenía a mano, que no era mucho ya que mi patio que por un tiempo sirvió de lugar para sembrar algunos vegetales, es un callejón de unos 6 metros de largo por 1 de ancho.

Me vino a la mente una estadía juvenil en las selvas de San Camilo en el estado Apure y la manera como lográbamos resolver nuestra comida allá y decidí hacer un fogón improvisado.

Tomé 12 bloques blancos de construcción que habían sobrado cuando hicieron la cerca y 4 adobitos rojos, además de restos de cerámica rotas, también sobrantes y comencé a hacer mi torre de babel, perdón, fogón.

Puse 2 acostados, luego 3 en posición horizontal y como si hiciera un castillo de piezas de dominó termine haciendo una estructura de 70 ms de alto, luego coloqué las cerámicas en la parte superior para evitar que el fuego quemara los bloques bloque y al final puse 4 adobitos, 2 a cada lado en posición horizontal, de modo que la leña ocuparía esos 10 cms de altura que poseen estos y al final una parrilla del horno de la cocina.

Nos faltaba la leña pero teníamos 2 árboles de quinchoncho secos, que esperaban ser botados pero que por razones diversas no había hecho y al final ramas y troncos sirvieron para alimentarnos durante los próximos días, no solo que llegara la luz sino que lo hicieran las bombonas.

Cocinar en el fogón no era cuestión normal de prender la leña y hacer carbones, ya que la madera del árbol de quinchoncho no tiene esas características, sino que se incinera y transforma en cenizas, por lo que se cocina a fuego vivo y este hay que mantenerlo encendido alimentándolo con ramas nuevas.

De manera que cocinar se transformó en un ejercicio de fogonero de tren y poco a poco me fui acostumbrando y descubriendo trucos para que el fuego permaneciera hasta cocinar los alimentos.

Hay que colocar muchas ramas finas de rápido consumo y combinarlas con otras medianas y gruesas para que sirvan de calor más extenso y en caso que el fuego, por razones de rapidez se extinga al soplarlo reviva.

Al principio fue una odisea, pero luego me fui acostumbrando y ahora el fogón nos sirve no solo de auxilio sino de cocina extra cuando deseamos hacer algo diferente, porque el sabor de los alimentos cocinados de esta manera es diferente y muy sabroso.

Ahora por ejemplo, mis hijos reclaman que las arepas o el café se hagan en el fogón.

Ya hemos sembrado más matas de quinchoncho para estar preparados en caso de nuevas contingencias en el próximo año.