Haciendo memoria del proceso de aprendizaje de pintor de cuadros ( 2)

in #spanish8 years ago

En esa época me fascinaba la multiplicidad de colores. Me veía envuelto en una jungla de colores, por lo que no me dio miedo jugar con todo tipo de mezclas para el fondo del cuadro. Al vaso y a los dos tubos de óleos no les di importancia y los resolví con cuatro brochazos y unos pegotes de pintura.

El resultado total del autorretrato fue este.

Estoy mirando el álbum de fotos familiares y de esa época, solo conservo esta foto en blanco y negro. Está tan deteriorada porque es la que llevaba mi novia primero y mi mujer después durante muchos años en la cartera hasta que decidió guardarla para que no se deteriorara más de lo que ya se había deteriorado, me dice…

Y consideré que podía aceptar los encargos que me venían, y retraté a varias damas salmantinas y catalanas y algunos caballeros salmantinos y toledanos, de los que solo conservo una muestra de cuando estaba a medias y aún no estaba totalmente concluido el cuadro.

Durante cuatro o cinco años pinté varios retratos. Eran los encargos más rentables, pero también paisajes copiados del natural o inventados. Recuerdo un campo de almendros que me dolía venderlo porque era uno de mis preferidos, pero no tuve más remedio que decirle adiós para siempre.

Cuando vendía un cuadro, sentía una doble sensación: al entregar los retratos y cobrar por mi trabajo no me dolía el alma, pero con el resto de los cuadros se me marchaba con ellos un trozo de mi existencia y me dolía el centro del cerebro. Sentía una sensación como si estuviera vendiendo un hijo del alma al diablo. Poco a poco me fui acostumbrando. No había más remedio. Hoy día ya no me cuesta tanto desprenderme de una obra propia.

Ya no recuerdo por qué, quizá para aparentar más edad y creer ingenuamente que así sería más respetado ante los clientes me dejé crecer la perilla.

Con los retratos de encargo tenía cierta prevención y no era tan yo, tan espontáneo pues tenía que acomodarme al gusto de los clientes. Recuerdo una señora a quien lo que más le importaba del retrato era que se viera con precisión el gran valor monetario de una gema que lucía en los pendientes. Yo lo había resuelto con dos pegotes de pintura y no me lo aceptó “ Todo precioso menos los pendientes”, me decía. Y tuve que raspar y relamer con pinceles finos una y otra vez hasta conseguir el realismo de las joyas pintando como la copista a la que había visto tiempo atrás haciendo copias de cuadros de Goya en el Museo del Prado, con una técnica parecida a la que utilizaba Ingres.

Durante unos años compaginaba mi oficio de pintor con el de estudiante en la Universidad de Salamanca. hasta que tuve la ocasión de ir a París, viaje tan deseado para entrar en el Lorvre y contemplar todas las exposiciones de pintores actuales de todo el mundo, lo que me abriría más los ojos del arte.

Las clases de Historia del Arte del Dr Torralba en “Segundo de Comunes”, que así se llamaba al segundo curso de cualquier carrera de Filosofía y Letras, eran apasionantes. De sus comentarios de cuadros en diapositivas no me perdía detalle y aprendí muchas cosas de las que en mis observaciones en los museos no me había percatado.

Y seguí pintando hasta mi estancia en París donde me empapé de pintura en los museos, en las exposiciones y también en Montmartre.

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