"Cualquiera tiempo pasado fue mejor" (Jorge Manrique)

Lago de Sanaría, año 1973

Estas fotos que encontré en el cajón del trastero, creyendo que las había perdido con tanta mudanza, son fotos de cuando éramos parte de la tierra y la tierra era parte de nosotros. Cuando nos pertenecía y por eso acampábamos en cualquier sitio, en la orilla de cualquier lago; y conocíamos a la perfección la dirección del viento y así el fuego solo servía para calentarnos bajo las estrellas. Nunca se nos fugó el fuego al monte porque sabíamos controlarlo. Hasta el fuego era nuestro hermano, las flores perfumadas eran nuestras hermanas, cuando el corzo, el jabalí, el lobo, y hasta el caballo libre y salvaje era de la tierra igual que nosotros, cuando todos ellos y hasta la gran águila eran nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre y el frescor del lago, todos pertenecíamos a la misma familia y sin embargo esa mutua pertenencia se nos ha usurpado y la han tomado los que se han erigido a sí mismos como poderosos con la disculpa de que a todo el mundo le dio por acudir al mismo sitio. Tengo en el subconsciente el texto del jefe indio Seatle que tantas veces hice comentar a mis alumnos, que hacía inclinarme hacia un lado panteísta. Todo esto cuando hacíamos miles de kilómetros recorriendo el mundo en una pequeña carrocería con un motorcito de 600 centímetros cúbicos, hace, por lo menos, infinitos años.

No quisiera caer en la exaltación desmesurada de cualquier tiempo pasado, porque en el caso de nuestra generación, ha ocurrido lo contrario, es decir, que cuanto más avanzamos en el tiempo, mejor calidad de vida hemos ido consiguiendo, no sin trabajo y esfuerzo. Si bien es cierto que la juventud de la mente no se pierde mientras la mente sea lúcida.

Nos parece que el verso de la primera estrofa de “Las coplas…” de Jorge Manrique son realidad eterna: “Cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Lo que ocurre es que desde la edad madura, y superada ya la edad que Don Quijote “frisaba” cuando salió a buscar aventuras, se ven los tiempos juveniles con cierta nostalgia y al recuperar fotos como estas, el cerebro las asocia a regocijos y aventuras de entonces, a proyectos que unos se han cumplido y otros no tanto, a las molestias que los niños en su devenir personal proporcionaban

y que se asumían con ilusión y gracia por el proyecto vital que estábamos desarrollando, a un conjunto de experiencias, en definitiva, que en lo fundamental se ha cumplido satisfactoriamente.

No todo lo mudará la edad ligera como decía Garcilaso de la Vega en su soneto XXIII, en su último terceto, porque lo esencial queda, ha quedado como impronta sellada e indeleble en nuestra mente y en nuestros cuerpos. La lírica garcilasiana, sin embargo, nos hace reflexionar, nos hace recordar
que no somos eternos y los ciclos vitales se cumplen inexorablemente a través de sus abigarradas metáforas: rosa y azucena, la vena del oro, alegre primavera, la rosa marchita y la edad ligera.

En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre;

marchitará la rosa el viento helado.
Todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.

Estamos en esa fase de la vida en que los recuerdos revitalizan la mente y hacen regocijarse en lo cumplido con éxito, sobre todo: la creación de un hogar, los niños, la profesión, el arte, los libros escritos, los cuartos pintados, la casa construida, los alumnos, los viajes, el amor a la Naturaleza, los nietos. ¡Ay, si los nietos pudieran experimentar el amor que sienten los abuelos por ellos aunque se encuentren lejos….!

(No me ha dado tiempo para pedir permiso a sus padres para publicar fotos de sus hijos.)

¡Esos encuentros periódicos alrededor de la mesa, o entre las olas del Mediterráneo, o escalando las verdaderas hermosas cumbres, en fusión con las huellas del lobo y del jabalí, del corzo y de la liebre, con las siete joyas de la edad temprana fundidas en amor con nuestra edad ligera garcilasiana!