EL MONSTRUO DE LAS MIL TETAS (Cuento)
Federico se encontraba con su novia en cama después de una noche bastante agitada, le gustaba acariciarle el cuerpo con dulzura antes de volver a la realidad del trajín diario, lejos de su hermosa y delicada piel:
-¿Qué es lo que más te gusta de mi cuerpo Federico?- le pregunta relajada. Entonces éste, que estaba besándole el vientre, dirige una mirada graciosa hacia su pecho y arrastra hacia allí sus labios suavemente, haciéndola estremecer y suspirar con cada tenue mordisco, avivando las ganas una vez más...
-Amor mío- le explica mientras aquélla le apreta la espalda con los pies descalzos- creo que tienes los senos más hermosos que algún hombre haya visto jamás, son firmes como las hojas sobre el estanque, blancos y esponjosos cuales nubes de primavera y tan rosa como la ternura de tu boca; puedo lamerlos toda la vida y nunca me aburriría...
-¿Imaginas... que tuviera más de dos?- pregunta llena de goce...
Goce que se ve interrumpido por el asombro de ambos cuando en medio de su pecho crece rápidamente una protuberancia grasosa ¡Es otra teta! Federico salta hacia atrás desconcertado.
-¡No! ¡Espera!- grita ella extendiéndole el brazo.
-¡Mi amor!- gime Federico preocupado por su amada.
Dos bultos más se abren paso sobre las verdaderas y en un momento había más tetas que las que alguien pudiera contar.
-¡Federicooo!- grita la chica aterrada sin poderse mover por el peso de todas las deformaciones que le siguen creciendo, su volumen en un instante ocupa casi toda la habitación; sus extremidades, incluida la cabeza se hunden en el grasero ambulante. Federico se lanza impulsivamente sobre el monstruo para tratar de salvarla -¡Mi amor!- pero aquel cuerpo deforme termina absorbiéndolo también a él.
Destruye las puertas tratando de pasar entre ellas cuando inicia movimiento, ya que su tamaño sigue en aumento. Arrastrándose por las callejuelas deja rastros de fluidos a su paso, y de algunos de sus pezones salen chorros de leche que atacan con violencia a las gentes.
Todos huyen asustados, el montón de tetas andante atraviesa la entrada de un barrio residencial donde vivía el primer amor de la chica; éste se asoma a su ventana mirando asqueado a muchos en conmoción y escapando de la bestia, que ya alcanzaba varios metros de altura disparando leche por doquier... el tipo se aprieta la nariz y grita en tono afeminado:
-¡Qué tetas más horribles!
Y como si semejante monstruo pudiera escuchar y ser sometido a la ignominia, comenzó a deshacerse como una sanguijuela bañada en sal. Cuando toda la espesa sustancia se derritió con el ego herido, sólo el cuerpo de la chica desnuda y desmayada yacía allí tirado, todo mojado de leche.
Por Jesús Pulido. Gracias por leer.
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