El Cacique (Capítulo 4 - La nave)

in #spanish6 years ago (edited)

¡Hola comunidad de Steemit! ¡Mis #steemados amigos y amigas:!

Le escribo continuando esta #historia de #ciencia-ficción basada en el pasado de Venezuela que quiero ir desarrollando por acá, ¡les invito a leer el cuarto capítulo!

SINOPSIS

El Cacique es un impetuoso guerrero líder de la resistencia. Él ha vivido su vida bajo el yugo del Imperio Español, pero ahora un enemigo mucho más terrible ha venido a subyugarlo. Hombres con aspecto parecido a los españoles, pero que manejan armamentos diferentes y hablan un idioma de siseos. Más que una búsqueda de tesoros, como los españoles, estos nuevos colonizadores buscan algo más. ¿Pero qué?

Introducción: El Asedio
Capítulo 1: El Intento
Capítulo 2: La Sangre
Capítulo 3: El Cuerpo

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#4 - LA NAVE

Los días pasaron. Guacaipuro y los otros prisioneros habían fingido sumisión como parte de un plan mayor. Cederían por el momento su libertad y colaborarían a realizar trabajos forzosos con el fin de recolectar instrumentos que les ayudaran para su escape.

Una noche, luego de que los guardias acabaran su turno y se marcharan quién sabe dónde. Curamay observó entre los barrotes, aprovechó su visión de flechero para asegurarse de que todos los guardias en efecto se habían marchado. Y así fue y así lo notificó a los demás en las celdas.

Todos y cada uno de ellos había escondido entre sus harapos artilugios como pequeñas y gruesas ramas, cuerdas y piedras talladas. Uno tenía en su haber una tela en la que había dibujado un mapa del sitio, no era exacto pero serviría lo suficiente. Era un esclavo lo bastante viejo como para conocer el lugar.
—Aquí tienes Guapotori, que los dioses estén contigo —dijo el anciano.
—Si los dioses no están con nosotros, pronto nosotros estaremos con ellos.

Guacaipuro reunió a sus compañeros de celda en un círculo, unos terminaron de confeccionar sus armas con los artilugios que habían escondido. Curamay observó entre barrotes en caso de que algún guardia regresara. El líder indígena desveló su plan:
—Somos la vanguardia —explicó—. Primero abrimos las jaulas y liberamos a los otros. Luego peleamos un camino hasta la sala donde guardan las armas. Debemos ser rápidos, debemos vencer a estas criaturas con nuestros números.
»Si están agotados y su coraje flaquea, recuerden todo lo que estas criaturas les han quitado. Dejen que su rabia los levante. Ellos son bestias y nosotros somos gente. Gente de verdad que lucha por la vida y no por aprovecharse de los otros. Aquí no hay cobardes ni nadie se rinde. Si nos rendimos, nos resignamos nosotros mismos a ser esclavos por siempre. ¡Vivimos o morimos libres!

Luego de sus palabras, Guacaipuro se acercó a Curamay mientras los otros se preparaban.
—Siento que tenemos posibilidad, Curamay —confesó el líder indígena—. No sabemos nada de los lugares de donde provienen estos hombres, pero no hay duda de que son de estirpe guerrera. Como nosotros.
—Te seguiré a cualquier batalla, Guapotori —dijo Curamay—. Pero después de tantos años temo haberme acostumbrado a no luchar. ¿Qué hay si ya no soy el flechero que solía ser?
—Un guerrero en una jaula no es un guerrero.
—Quizás, pero al menos está vivo.
—Piensa en nuestras familias. Piensa en los españoles que las atormentan —alentó Guacaipuro—. Piensa en eso y la agudeza del guerrero regresará a ti.

Todos se organizaron una vez más y se acostaron a dormir, sabían que necesitarían las mayores fuerzas posibles, por lo que tendrían que estar por completo descansados.

Las celdas sonaron para abrirse, era un nuevo día de trabajo para los guardias. Eran dos los encargados de abrir las jaulas una a una. Uno de ellos entró gritando en su idioma de siseos, extrañado de que uno de sus esclavos estuviese aún tirado en el suelo, cuando Guacaipuro y otros más ya estaban de pie dispuestos a cooperar.

Aquel guardia asumió que el hombre tirado en el suelo estaba muerto, se volteó para indicarle algo a su compañero, y apenas lo hizo Guacaipuro se le abalanzó clavándole una madera tallada en donde debía estar su nariz. El guardia cayó de espaldas con el rostro ensangrentado. Antes de que el segundo guardia pudiera reaccionar, Curamay con rapidez arrojó una flecha que se clavó en la tráquea, tirándolo de espaldas sobre el suelo. Aquel guardia hizo esfuerzos por respirar hasta morir a los pocos segundos.

Guacaipuro se irguió poco a poco. Con una calma escalofriante, sabía que debían ser certeros, eficaces. Si permitían que los guardias reaccionaran e hicieran gala de sus habilidades se vería ante una situación como la del centinela que lo apaleó.

Revisó las ropas del guardia que asesinó y consiguió las llaves que utilizan para abrir las puertas: aparatos cuadrados que al presionar señalando hacia las rejas estas se abrían.

Guacaipuro avisó a su cohorte que se adelantara usando las armas de los guardias caídos, pero entonces ráfagas de luz empezaron a volar en dirección a ellos. Eran disparos de la lanza de un guardia que apareció. Varios de esos disparos impactaron en algunos prisioneros.

Guacaipuro aún sin una mano resultaba ser un increíble guerrero. Manco incluso provocaba temor ante los guardias, que confiados se creían capaces de derrotarle pero a solo centímetros de tenerlo cerca y escuchar como la hoja afilada de la lanza sonaba contra el viento antes de degollarlos se daban cuenta de lo contrario.

El guardia que disparó hirió a varios prisioneros, pero la agilidad de Guacaipuro pudo más y le alcanzó para cortarle los brazos con la lanza del guardia que apuñaló. Con las pocas fuerzas que le quedaban, el disparador golpeó con su cabeza una sección en la pared, un ladrillo que se hundió e hizo sonar una alarma.
— ¡Debemos apurarnos! —Gritó Guacaipuro—. ¡Manténganse juntos!

La cohorte avanzó decidida por los túneles guiados por el mapa y el fervor deseo de la libertad. Unos minutos después se encontraron con una tropa de cuatro guardias con sus lanzas. Eran veinte contra cuatro, por lo que fue una matanza rápida y sencilla. Aun así tres aliados perdieron su vida. Uno de los guardias intentó huir pero Curamay fue efectivo con sus flechas.
— ¿Lo ves, Curamay? Sigues siendo un gran flechero.
—Gracias Guapotori.

Avanzaron todos encaminados hacia la armería, pero al llegar a ella la encontraron vacía. Sorprendidos, el plan cambiaba por completo. Guacaipuro y sus aliados se encontraron con un enorme contratiempo.
— ¿Qué hacemos ahora? —Preguntó Curamay.

Guacaipuro inspeccionó las paredes. Buscó algún ladrillo que pudiera hundirse como el de la alarma, pero que le mostrase algo. Él sabía que se salía de los túneles se encontrarían con el jardín donde los esclavizan para realizar trabajos forzados, que no tendrían opción con la cantidad de guardias que se encontrarían allí afuera. Les hizo una seña con la mano a los demás para que revisaran también.

Uno de los aliados encontró un ladrillo hundido, lo presionó y el suelo tembló y se abrió. Todos cayeron haciendo caer a todos por una rampa hasta un gran salón con una salida amplia que visualizaba el cielo del jardín. En el interior del gran salón, se encontraba una estructura que era imposible de abarcar de un simple vistazo. Sus ojos deambularon de un lado a otro intentando comprender las extrañas líneas deformadas que la constituían.

Se trataba de un remolineante colaje de combadas formas metálicas que parecían haber sido colocadas unas sobre otras de un modo casi aleatorio. Ese caótico amontonamiento de bloques de formas curvas estaba recubierto por más de treinta mil placas de titanio que resplandecían como las vértebras de una hoja y proporcionaban a la estructura una apariencia orgánica.
— ¡Una canoa del cielo! —Exclamó Curamay—. Como la de los Aborígenes Sidéreos…
—No es momento para recordar cuentos, Curamay… —dijo Guacaipuro.
—Estas no son armas, son transporte —dijo uno de los aliados.
—Servirá —sentenció el líder indígena, que improvisó utilizando el abridor de celdas. Apuntó a la nave y ésta desplegó una rampa por la cual los aliados y él podrían subir.

Todos se sorprendieron, era pura suerte lo que sucedía, una bendición, pero… ¿Cómo se maneja semejante tipo de canoa?
—Cualquier cosa vale más que estar prisioneros aquí, ¡suban! —Guacaipuro les alentó.

Disparos. Guardias y guardias aparecían. Guacaipuro no sabía cómo realizar tal acción con las lanzas que habían robado por lo que esquivó todo lo que pudo mientras los aliados subían a la nave.

A medida que se acercaban a la puerta para entrar en la estructura, la fachada parecía metamorfosearse a cada paso, ofreciendo a los fugitivos una nueva personalidad según el ángulo en el que se encontraran. Guacaipuro se anonadó. Él subía de último mirando hacia atrás cada dos o tres pasos y, por increíble que pudiera parecerle, desde el puente la colosal estructura empezaba a flotar y sus bordes lamían las paredes exteriores del gran salón.

A medio camino, un ruido fuerte y seseante sobresaltó al líder indígena. Parecía proceder del suelo del puente. Guacaipuro se detuvo de golpe al tiempo que una neblina se arremolinó y elevó alrededor de sus pies. Los guardias estaban arrojando bombas y el espeso velo de humo ascendió y se extendió, engullendo la base de toda la nave. El efecto era al mismo tiempo etéreo y desorientador.

Guacaipuro siguió adelante, la superficie del puente se vio sacudida por una serie de pequeñas erupciones. De repente, cinco pilares de fuego salieron disparados hacia el cielo, retumbando a través del aire humoso y proyectando estallidos de luz sobre las placas de titanio de la nave.

Abriéndose camino entre el humo, se dirigió hacia la entrada de la nave, una siniestra abertura negra. Al acercarse al umbral, no pudo evitar la desasosegante sensación de estar entrando en la boca de un cocodrilo. Una vez dentro, Guacaipuro y los aliados se encontraron con tecnología a miles de años de su comprensión. Olía a cobre y las paredes proyectaban formas caleidoscópicas de colores.

El líder recurrió de nuevo al abridor de celdas pero no funcionó. Estaban atrapados. Estaba con todo en contra. Otra vez. Apretó todos los botones que vio en un tablero que daba hacia un cristal que permitía ver hacia el exterior, abrió compuertas y los guardias empezaron a subir.
— ¡Luchen hasta que logre que esto desembarque!

CONTINUARÁ

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