Todo va a estar bien (cuento original)

in #spanish5 years ago (edited)

Esta historia surgió de algunas palabras claves de 5 minutos de escritura libre organizada por @mariannewest. Si han leido mis posts recientes identificarán algunos pasages.

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Todo va a estar bien


Gueso llegó a casa después de seis horas de infructuosa caminata. Le habían prometido algunos vegetales a cambio de una de sus últimas herramientas, un supuesto cuchillo Ginsu que le recordaba los tiempos en que la gente podía comprar las cosas que promocionaba la Televisión. Odiaba llegar a casa con las manos vacías, especialmente bajo este calor que le hacía pensar que el sol debía estar a dos cuartas de la tierra. Hacía la derrota más mojada y apestosamente visible. Su esposa, hija y perros estarían muy decepcionados, pensó. No habían comido mucho en días. Los perros habían empezado a comer su propia mierda.

Hubo un tiempo en que Gueso disfrutaba el espectáculo. Los perros en carrera a lo largo del pasillo colonial a ver cual llegaba hasta él primero; su hija esperando con los brazos abiertos en la segunda sala; él, apresurándose a abrir el morral antes de llegar al comedor ya que para entonces los perros emprendían la carrera de vuelta, saltando a su alrededor exigiendo su pan favorito. Siempre había algo para cada uno.

Entonces, el más pequeño, el Tyrion que nadie quería porque no se parecía a sus hermanos—todos grandes, peludos y hermosos—que se quedó en casa, completando así la familia canina, abría de un empujón con sus patas delanteras la reja que dividía la cocina del patio y la esposa de Gueso esperaba sonriendo en la entrada de la puerta de la habitación por un beso y chocolate oscuro. A ella le gustaba más el chocolate; a él el beso.

No había nada que disfrutar esta vez; solo quedaba una cortante sensación de anticipación. Los perros aún competían en su hambrienta carrera, más salvajemente que nunca, pero cada vez que olfateaban el vacio de su bolso terminaban mordiéndose entre ellos. Ni Gueso ni su esposa habían podido desprensderse de ellos. Lejos de encontrar comida en las calles, los perros se habrían convertido en comida para algún alma desesperada. Al menos ellos no habían llegado a ese punto, aún.

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Cuando Gueso nació su madre insistió en que era un niño milagro, colmado de bendiciones y destinado a grandes portentos. Él, por su parte, estaba convencido de lo contrario desde que tuvo uso de razón. Era cierto que su inteligencia, al menos en lo académico, superaba a la de sus contemporáneos, pero Gueso carecía de la inteligencia y la malicia de la calle. La única razón por la que seguía sobreviviendo contra todos los pronósticos, pensaba, era para darle a los dioses más oportunidades para perfeccionar el arte de joderle la paciencia.

Cuando vino al mundo vivito y coleando, todos estaban asombrados, su madre solía contar. Casi todas las mujeres que dieron a luz esa primavera oyeron con consternación las noticias de un aborto tras otro. Todas habían contraído una extraña fiebre que convirtió sus barrigas en ollas hirvientes. Con los años, reflexionando respecto de esa anécdota, Gueso concluiría que quizás eso explicaba su mala suerte. Se había convertido en una deuda pendiente con los dioses de la muerte. Su vida era una afrenta y los mantenía en ofensiva con formas de humillación cada vez más extravagantes, solo que estas afectaban todo el país, reclamando vidas a diestra y siniestra, menos la suya. Hasta Chávez había caído en uno de esos guadañazos, y miren que él tenía todo el poder, las “brujas rojas” y los recursos para durar unos mil años. Luego, cuando todos pensaban que Chávez era lo peor que le podía pasar a un país, vino Maduro. Gueso estaba más que dispuesto a ofrendar su vida si eso ponía coto al sádico juego de los dioses.

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Gueso estaba seguro que estaba maldito. No obstante, él no pensaba mucho al respecto. No andaba por ahí invocando pestilencias; simplemente le pasaban vainas a él y a la gente que le rodeaba. Por eso hubiera preferido haber sido estéril y permanecer soltero. En lugar de eso, los dioses lo hicieron casarse tres veces y engendrar media docena de hijos, todos, excepto su única hija, ya exiliados, justo a tiempo para salvarse del apocalipsis que estaban viviendo.

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Tantas cosas habían cambiado en tan corto tiempo. La casa estaba cayéndoles encima precipitadamente, pero los trabajos de carpintería, plomería, electricidad y albañilería podían esperar; no así sus estómagos. La puerta de su cuarto se había desplomado luego que las hormigas devoraran el marco. Yacía recostada ahora en el patio apoyando unas láminas de zinc contra una pared. En esta nueva era de sofocante oscuridad no necesitaban puertas, especialmente de noche. Si algunos saqueadores decidían visitarlos, una puerta no iba a detenerlos y Gueso ya había canjeado su machete. Nada de valor real quedaba.

Su hija no salió de su habitación, que estaba a mitad del largo pasillo, entre la segunda sala y el comedor. Tampoco lo hizo su esposa. Gueso no se molestó en asomarse al cuarto de la niña. Probablemente dormía. Mejor ignorarla que decepcionarla, pensó. Su esposa seguía en la cama, quizás muy débil para levantarse.

“¿Pudiste…?” Murmuró desde la cama sin darse vuelta.
“Lo siento. Trataré mañana, otra vez.”

El ruido estridente de las láminas los sobresaltó. Los perros de nuevo tirando de ellas y pisoteándolas. Un ratón, de seguro. Los ratones solían usar el espacio entre las láminas y la pared como un túnel para llegar a la cocina. Los perros siempre enloquecían tratando de atraparlos. Se les pasó la mano esta vez y la puerta de madera terminó desparramada en medio del patio. No importaba cuantas veces los regañara por esto, repetían la misma desastrosa operación. Raras veces capturaban un ratón, pero eso en nada mermaba su entusiasmo. No había nada que buscar en la cocina ya que hacía semanas que no cocinaban nada, pero eso tampoco impedía que los ratones siguieran arriesgándose a través del peligroso túnel.

Como ya era costumbre en estos casos, Gueso recogía lentamente la desquiciada puerta de madera, reacomodaba las laminas contra la pared y las volvía a represar con esta. Solo que esta vez estaba probablemente muy cansado, distraído o débil para hacerlo. La puerta se le resbaló y una afilada astilla suelta le talló un corte en la mano izquierda. Cuando de manera instintiva jaló el brazo hacia atrás, la puerta cayó con todo su peso sobre su pierna derecha haciendo que su borde dentado dibujara un tajo de la rodilla al tobillo.

“¡Coño ‘e la madre!” Gritó.

Sabía que era grave. Su esposa corrió hasta él, apretando su pierna sangrante mientras él presionaba la mano herida con la otra. Los perros empezaron a ladrar en un patético coro de impotencia espeluznante.

“Agárrame aguja y hilo. Me voy a remendar.”

Hubiera sido inútil ir al hospital. Esos lugares dejaron de serlo hace tiempo. Lo único que podría recibir en esos muladares sería una infección fatal. A menos que se tuviera dólares o algo realmente valioso que negociar, como armas o chocolate, no había forma de recibir una atención médica decente.

“Azul o rojo?” le preguntó, mientras le mostraba los dos carretes de hilo que les quedaban.
“¿En serio?”
Le dio el azul y lo ayudo a sentarse en la cama.
La sangre seguía brotando copiosamente aún después de que su esposa atara un pedazo de trapo encima de la rodilla. Los perros empezaron a lamer la sangre del piso. Por lo menos dejaron de ladrar, pensó.

“¿Cómo está la mano?”
“Puede esperar,” le aseguró con fingida tranquilidad.
“¿Quieres que…?”
“No. Yo lo hago. Me lo gané.”
Comenzó a coserse. Los tres perros se movían nerviosamente a su alrededor lanzándole miradas lastimeras.
“¡Pa’ fuera!” les gritó.

Regresaron a lamer la sangre que se había derramado en el patio. Ella trataba de espantarlos. Se alejaban por un segundo y al menor descuido volvían.

“¿Qué vamos a hacer?” le preguntó.
“Creo que es hora de que toques la puerta E.”

Los Enchufados, como les decían eran la nueva élite sobreviviente. Estaban bien conectados antes del gran levantamiento popular y se las arreglaron para mantenerse enchufados al poder después que los cuerpos de sus benefactores fueran arrastrados por las calles. Aun tenían los medios para proveerle a la nueva clase dominante todos los lujos que disfrutaron quienes los dominaron.

“¿Estas seguro? Yo puedo salir por ahí y tratar de encontrar algo de comida y agua.”
“Estas muy débil para andar por ahí al garete. Ve con tu Turkito. Dale lo que quiere.”

Continuará…

Gracias por tu visita

Fuente de Imágenes:

1. Archivo personal. Modificado en fotoram.io

2. https://elcomercio.pe/mundo/actualidad/venezuela-parece-pueblo-fantasma-panorama-deja-paquetazo-nicolas-maduro-noticia-548600?foto=9 (Modificado en fotoram.io).

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Saludos @hlezama

Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.

Así es. La realidad supera la ficción.

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Tu relato ficcionaliza, con un realismo crudo e irónico, la situación que puede configurar la cotidianidad de una familia común del entorno venezolano sometido a la peor de su crisis contemporánea. Atento a su continuación, @hlezama.

Gracias por tu lectura, @josemalavem.

Así es. Es difícil plantear, aún en la ficción, escenarios más alentadores. Hemos sido todos arrojados a ese saco común, incluso aquellos que aún poseen cierto poder económico ya que de una u otra manera experimentan angustias y ansiedades (me atrevería a decir que hasta peores al tener más que perder y ser blanco fácil de la delincuencia).

No obstante eso. Espero poder publicar pronto historias menos desgarradoras porque internamente todos también albergamos visiones esperanzadoras que la historia ha demostrado posibles.

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