La navaja (Microcuento)

En un noche clara por la luna llena, en la cama de la única habitación con lámparas encendidas posaba la apreciada y valiosa navaja de Bonfak. Él se bañaba. Su primo, Juanco, siempre ha estado obsesionado con la navaja por tan brillantes piedras preciosas encastradas en sus cachas. Todavía el agua de la ducha se escuchaba caer como esa enérgica lluvia sanjuanera. Bonfak bajo la ducha tarareaba su música preferida, la sonata ‘El trino del Diablo’ de Giuseppe Tartini. Juanco, al igual que un felino, se adentra silenciosamente al cuarto de su primo, mira el arma adornando la cama, deleita su mirada, suavemente la toma entre sus dedos, su mirada cambia, su corazón se acelera, se aleja de la cama, se detiene tras la puerta del baño… La ducha deja de escucharse. Bonfak continuaba tarareando a Tartini. Suavemente accede a salir del baño, pero cuando pone el pie en la alfombra de la puerta del mismo siente la humedad que no provenía de él. Observa la cama, no ve la navaja. Corre a colocarse su jeans. Cuando voltea su mirada al baño, tirado tras la puerta estaba Juanco con navaja en mano encastrada en medio del tórax, aún susurrando: “¡Diablos! ¡Diablos!”