Confesiones de un seductor arrepentido

Voy a ser sincero, como nunca lo fui.

Voy hablar, ahora sí, consciente de mi perfil, consciente de lo que soy y seré, y que hoy he decido abrazar como mi mayor verdad, mi única verdad.

Pero antes, debo pedir disculpas sinceras, genuinas y honestas, a todas aquellas personas a las que sin querer utilicé y que alimentaron y elevaron mi condición, cautivadas y hechizadas por alguien que no sólo dominó la comunicación a su antojo para acaparar la atención, sino que aprendió a descubrir en tiempo récord una estrategia para alimentar el deseo de ser atendido, acercándose a las necesidades más primigenias del otro, para obtener placer.

¡Gracias!

Ahora sí, llegó el momento. Lo que soy conecta con una sexualidad que apenas disfruto, que no encuentra en ella el verdadero accionar de las motivaciones pero sí alimenta el imaginario. Y es que no es sexual lo que principalmente me impulse a ser como soy, ni el fin último de mis claros objetivos. De allí, que mi perfil psiquiátrico sea muy diferente al del común denominador en estos casos: ése que logra el éxtasis cuando la presa cae rendida ante él en su cama, tras controlar sus emociones, y que luego la desecha por no representar un reto. Yo, con una mirada, el deseo de acercamiento y algo de comunicación ya me doy por bien servido.

Recuerdo cuando la médico me vio por primera vez. Como a todos y todas, le costó mucho desprenderse e incluso se imaginó en un plano más íntimo. Tras largas conversaciones y sesiones, determinó que los arquetipos que me representaban eran bastante evidentes.

Dijo: "tienes mucho de El sireno, cuyo atractivo proviene mas allá del físico, con el que obviamente cuentas, pero tú fortaleza radica en que te mantienes cercano y distante al mismo tiempo. Una nunca sabe lo que puede esperar de ti. También tienes mucho de El cándido ese que coquetea con su lado infantil sin sentirse inferior, conquistando a partir de su picardía y logrando inconscientemente el magnetismo. De El carismático, cuyo control absoluto del discurso logra mantener la atención, disparar constantemente las risas e inspirar. La primera vez que te vi ni siquiera tenía ganas de hablar porque todas tus historias de conquista me envolvieron. Y de El coqueto, que cuando te consigue ya no te quiere".

La forma como dijo esto último demostraba que en el fondo ella también habría querido construir una historia conjunta. Incluso llegó a decir que para no hacerse daño debía irse, separase al menos físicamente porque ni con todos sus estudios, ni con todos sus casos, había encontrado una forma de blindarse emocionalmente.

Y esa fue, precisamente, la motivación que me llevó a escribir la historia que hoy les cuento. Porque sabía que la mejor forma de hacer algo por ella y por cualquiera, era precisamente revelando las claves de mi condición. Alertando a otras, víctimas vulnerables, de cualquiera que como yo o más allá se cruzara en sus vidas para caotizarlas.

Develada la motivación, contaré que la primera aproximación, como en cualquier relación, nace de una mirada con la que se logra el primer contacto. Insistente y directa, atrae y desconcierta, genera incertidumbre, como si la seguridad se proyectara a través de unos ojos que no dan tregua. Hay mucho de acoso en ello. Años de ensayo y error han aportado sus frutos.

Al contacto visual se suma la sonrisa, que no es tan espontánea como parece. Estudiada frente al espejo, se sirve de ángulos e intensidades para, ahora sí, reflejarse en el objetivo que a esta alturas se siente atractivo y especial. ¿No es eso lo que todos queremos?

Con la malicia en efervescencia, se van desmontando una a una barreras personales de la víctima. Como hojas de un árbol en otoño, cae la primera: la desconfianza, empujada por la inseguridad de sentirnos poco atractivos; atendidos por alguien que nos genera incluso el dilema de creernos afortunados exponiendo nuestra esencia. El resultado: un inevitable deseo de proximidad que se vuelve palpable, acompañado por un hormigueo en el cuerpo que no responde a control alguno. Un impulso que lleva las riendas del si. La prueba más contundente de lo que nos ocurre es que las sonrisas se multiplican, la mirada se vuelve directa y hay una búsqueda desesperada por mantener el intercambio, por garantizar el acercamiento.

Hay que tener en cuenta que el seductor recibe lo que da y partir de eso determina sus triunfos. Mirada, mirada, sonrisa, sonrisa y sexo si lo que busca es eso. Pero cuidado pues, satisfecha su meta, su personalidad dará un giro de 180 grados, y saciado su deseo, apelará ahora al desinterés. ¿Quién quiere ser deseado y en un minuto despreciado? De golpe y porrazo la ausencia de atención y deseo atenta contra el autoestima de la víctima que, vulnerable y expuesta, no tardará en desmoronarse.

Hablando con total franqueza y sinceridad, para mí y para muchos con mi condición, la vida son pasillos, por los que caminamos una y otra vez, cruzando miradas, a veces una palabra, sin llegar a otra cosa para distanciarme del resto. Quizás producto del miedo a herir a alguien, resultado del desinterés que condiciona lo que soy, o a la ausencia de fe en que pueda cambiar, no lo sé. Lo que sí es seguro es que al final mis sueños son como los de muchos de ustedes, lo mismo que mis expectativas y mis ganas de hacer del mundo un mejor lugar para vivir. Un espacio de felicidad plena en el que ganar o perder no debería ser decisión de uno solo, y me refiero a ése que controla las herramientas.