(Escena: Sala de una vivienda en una barriada popular. Al lado izquierdo de la habitación se observa un juego de recibo. Al lado derecho, en la esquina, una repisa adosada a la pared, funge de altar doméstico. Un paño blanco cubre el altar. Una imagen del Sagrado Corazón de Jesús sirve de fondo, frente a ella, flanqueada por dos pequeños adornos florales, la fotografía ampliada de una mujer sonriente. Al frente de la fotografía una vela sin usar y una caja de cerillos. La casa está en silencio.
Desde un pasillo, desde el interior de la casa, se acerca Juan, viene cabizbajo, se mueve lentamente. En su mano izquierda hay un papel, la mano derecha aparece crispada. Se acerca al altar se detiene y queda en silencio algunos segundos, como buscando las palabras. Intenta tocar la fotografía pero se detiene, da un paso atrás, sonríe con sarcasmo, muy tristemente. Gira su cara hacia el cuadro y habla)

Juan: No se qué decirte, no sé qué decir porque no sé que pensar, es increíble, vuelves a morir después de cuatro meses. Después de tantos años de rechazo, de tanto desamor, de tanto aislamiento, hoy lo único que se me ocurre pensar es que ahora necesitas que te mantenga el amor, hoy me necesitas, más que nunca. ¡Qué ironía! Necesitas de mí, del incompetente, del conformista, del último plato de tu mesa.

(Hace una pausa, como si esperara recibir una respuesta)

¡Cómo quisiera que pudieras responderme!, como quisiera que estuvieras viva y cargaras tu propia cruz. ¿Por qué tenía que encontrar esto, escondido entre tus cosas? tus cosas tan secretas para mí, entre tus libretas de banco, entre tus facturas, los documentos de propiedad de tus bienes, de tus aparatos… ¡Cómo quisiera que pudieras usar el iFone, ese que me lucías, con el que te mantenías en línea, sin que yo recibiera de él un solo mensaje, ojalá pudieras usarlo para que, aunque fuera una sola vez , me dijeras que sí, que es cierto, que definitivamente debíamos separarnos porque ya yo no era suficiente para ti! Que me dijeras abiertamente que preferías vestirte con esas prendas caras, para lucirlas en los ambientes de los hoteles en los que te gustaba hacerte selfies. Esos ambientes en los que no calzaba yo, con mi vestuario sin marcas, mis zapatos sin marcas, con mis conversaciones aburridas… tan diferente de la gente con la que últimamente te rodeabas. ¡Cómo hubiera querido recibir ese mensaje!

(Juan hace un largo silencio, parece recordar, parece hacer responder a la mujer, mueve la cabeza negando y afirmando alternativamente; el dolor hace cambiar el tono de su voz a uno más bajo)

Imagino tu cara de fastidio mientras me oyes, el mismo fastidio que sentiste durante todo el día de nuestro aniversario, este año. Mientras yo te esperaba en casa, con los niños, tu tardabas y tardabas; supuestamente estabas trabajando, supuestamente vendrías en un momento. Un momento que se convirtió, en horas…apareciste a las tres de la mañana, borracha, para darme el regalo de una relación sin sentimiento. Ese día me fui al trabajo con la sensación de que todo había terminado, pero en mi próxima salida estaba tan ilusionado de verte como siempre, como un adolescente… Qué estupidez la mía que no pudo convertir tantos años de tristeza en rabia, que estupidez la mía que convierte la rabia de hoy solo en tristeza.

(Se aleja un par de pasos, levanta la voz, la casa continúa en silencio)

Te miro aquí, hermosa como siempre lo fuiste, sonriente como siempre estuviste frente a los demás, te miro allí, gentil, en ese momento tan bonito para ti, para nosotros, y no comprendo como pudiste estar tan feliz y, a la vez, ser tan mezquina, tan malvada, tan inmoral. Hoy termino de entender de dónde vino la bala que acabó con tu vida. Hoy, revisando tus cosas, comprendo tu cuerpo ensangrentado, tirado como un despojo en la parte trasera de aquella camioneta. Hoy entiendo cuán ignorantes fueron las voces que llevaron por las calles las noticias de tu muerte. Hoy me siento más vacío y más aislado que en aquel momento, corriendo desolado, descalzo y sin camisa intentando entrar al lugar donde los médicos no pudieron salvar tu vida. Hoy sé que fui un payaso, todos por aquí conocían tus pasos, todos menos yo. Hoy sé que las miradas, los abrazos, que me daban no significaban lo que yo creía.

¡Ah! Ahora comprendo por qué se corrió el rumor de que yo mandé a matarte, por qué, en aquella borrachera los amigos me denunciaron a la policía, comprendo la golpiza y las torturas que recibí. Ahora entiendo. Yo tenía que haberlo hecho. Le doy la razón a los rumores, si tan solo no hubiera sido tan necio….(Juan respira profundamente)

Ahora que todo estaba más en calma, ahora que el tiempo ha alejado la tristeza y las lágrimas de nuestros hijos, ahora que el consuelo llegaba, encuentro esto: Esta noticia que me causa pavor como si fuera la sentencia de mi muerte. Te imagino en el pasillo el mismo hospital donde agonizaste, paralizada de miedo, con este resultado en las manos, con este diagnóstico fatal. Sí, paralizada de miedo, porque al fin y al cabo eras una niña malcriada. ¿Podía ser de otra manera? ¿Como pudiste vivir siete meses con este resultado escondido? ¿Morías lentamente?
Seguramente, avispada como eras, buscaste la manera de medicarte, a escondidas, mientras yo me contagiaba, cada vez más, pero muy de vez en cuando. Ni tu madre conocía de esto. Tu madre me lo hubiera dicho, tu madre me hubiera protegido. Nadie lo sabía, me asegura ella, pero seguramente tus amigas estaban al corriente. Esas, las que ahora, en veces, con esas caras de “yo no fui” les traen caramelos a tus niños. ¡Como me gustaría partirles el rostro, sabiendo cuánto se habrán burlado de mí!

¿Sabes que más quisiera? ¡Quisiera morirme, encontrarte, hablar contigo en el infierno en el que estás, obligarte a responderme y luego regresar a casa! Te estarás riendo…jajajaja, claro yo también me río, eso no es posible.
Ya sé que eso no es posible, que ya no puedo alcanzarte, que estas pruebas con las que te despedirían mil veces del trabajo, con las que podrían encerrarte en un calabozo, ya no sirven para nada. ¡Tenías una gran deuda y con tu vida solo alcanzaste a pagar una pequeña parte!

No puedes darme una respuesta. No puedo vivir y revivir. Como eso no es posible solo queda esta salida: ¡hoy te mueres por segunda vez!

De los muertos no se habla. Hoy bajarás de este altar, hoy bajarás de este altar. Si los niños preguntan, si tu familia pregunta, si tus amigas preguntan, si la calle entera pregunta solo diré eso: De los muertos no se habla.

Agradece el balazo que te quitó la vida. ¡La muerte te salva la honra, y la de tu familia, no yo!
Yo tengo, en este papel, que me amenaza la vida y que, a la vez, me ayuda a defenderla, la respuesta que necesito para seguir viviendo. Gracias por no quemarlo, ahora lo haré yo. Su llama será la última luz que recibirás de mí.
Mucha gente guardará tu imagen sonriente. En esta casa, aquí adentro (se toca el pecho), serás solo un silencio en la memoria, por fin…afortunadamente para mí.

(Juan enciende un cerillo, con él prende el papel que tiene en las manos. Lo observa hasta que se convierte completamente en cenizas, las cenizas caen al piso. Juan toma las puntas del paño que cubre el altar, las levanta, adentro quedan, sin haberlas tocado, la fotografía, las flores y la vela. Con el atado en mano, Juan sale de la escena por el pasillo por donde entró, va al interior de su casa, su cuerpo se ha erguido, parece más alto.)

Fin de la escena.