Ocho estudios sobre el campo y otros sistemas rurales

in #spanish8 years ago

 El día y la noche. Rufino Tamayo, 1954.



   I   


Érase allá POR MI DOLOR que habitaba en la casucha; blancas puertas, paredes de adobe TIN TAN tañen. Quién es el hijo de puta éste, me tiene el revolver y la cara le parece demonio y dice que nos conocimos en la cantina YEVA–El Infierno. Dícese, en el pueblo de a lado, que yo moraba cuando joven, que la viejecita envenenó al perro que ladraba al pozo. Girasoles y algunos pinos que se alzan al etéreo musgo y helechos en mi cara de muerto o responsable de todo POR AMOR solo; y tengo los bolsos en las manos y el coraje en el pecho por no decir de mi madre que cargo con ahínco en la espalda para no perderla y que luego se me aparezca como llorona y me dé un susto. “¡MAMÁ! Perdóname el chínguere. No sabía que el culo de la botella podía romper la duramadre y no sabía que el hijo de puta aquél era por ti correspondido.” 

Érase por allá. Y la leña del leñador ya no calienta el lecho y yo frío y la luna que no ilumina mi rostro ensangrentado; QUÉ digo que una vez tuve un padre y que fuimos de caza al bosque… –y no te echo en cara que no me lo hayas dicho, no te reprocho los años que me dijeron huérfano y que yo creyendo por padre al Espíritu Santo resultara que fuera el fracasado aquél. No te echo en cara, mamá. Perdóname el pique de aguardiente, que yo no sabía–; decía que fuimos de caza al bosque: me dio una paliza a voces y regresamos con un conejo e historias de padre e hijo PARA EMBORRACHARME y tirarme de las faldas a la sobriedad POR AMOR NUEVAMENTE del cortejo fúnebre o un poco más arriba del muslo de la mesonera. Pero el muy cabrón me dio con el puñal en el cuarto lumbar que para sacarme el veneno ASÍ ME REVOLQUÉ y, con espuma, el mezcal azoté contra su cráneo duro y miré desmayado Y HASTA TÚ ESCUCHASTE y llegaron. Y no es que me espante la oscuridad o la soledad, que tengo el infinito para conocer todos mis agujeros que no son muchos y no son pocos sino que son míos, desde el nutricio del pie hasta el redondo de la calavera, pero me espanta mi madre que yace en su tumba ALGO DE AQUÉL desconsolada y mira la mía con rencor de mujer arrepentida pensando que PARIR HUMANOS ES COSA DE TARÁNTULAS. Y la culpa no me deja pues hubiera sido fácil decirle que no era un mariguano y que tenía el mundo por delante aún cuando sólo le veía la escopeta entre la boca; DECIRLE que fue mi padre y que al conejo lo maté yo ÉL ZOPILOTE porque mi sangre en todo se la debía –su águila su temperamento mi decadencia– y que extrañaba su cariño, aunque siempre fue la partenogénesis HUBIESE SIDO NIÑA más atractiva para mí. Pero mi orgullo –que no es ninguno– y las tetas de la morena de la cantina pudieron clavarme la navaja o el puñal que para la Historia es lo mismo MI CUERPO SE LO TRAGAN LOS GUSANOS y mi irreflexión y sus bizcos NI AL FANTASMA RESPETAN no midieron la razón, que al final de cuentas yo fui para él una cogida de juventud y él para mí un fantasma en mi larvario. 

La anciana loca dice que la hierba mala nunca muere pero él murió siete días después de todo y yo traspongo mi alma al infierno en este meritito momento. 

–DÉJAME ANTES CIEGO PARA NO VER ALLÁ AL ROSTRO A MI PADRE que el hijo de puta éste me ha de volar los sesos. 

–AMARÁS A MAMÁ el uno judicial de pueblo y el otro marigüano y asalta caminos fracasado. 

–YO LOS CONOZCO, TÍO, JALA EL GATILLO yo ya degollé los gallos NO QUERRÁ QUE EL SOL LE INHIBA LA PINEAL: en el infierno con suerte y canten para que pueda, un par de horas, descansar. 

Dice la viejecita, que mató al perro porque vio cómo se comía a su pobre madre flaca, que ni las arañas hacen eso; y que le ladraba al pozo porque escuchaba por ahí los ladridos de la difunta perra. Dice que le curó el dolor, que porque los perros no van a ningún lado y nada más son alimento de gusanos SÓLO LA SAÑA ES DE ULTRATUMBA y que va a rezar por mí ahora que el hijo de puta éste me tire en el bosque. 

–CUÍDAMELA BIEN TÍO, NO VAYA A SER QUE NI SEA PERRO NI SEA LARVA, sino que sólo sea yo y la tenga en los oídos con cuchillo de carnicero y voz de madre traicionada, por el resto de mis muertos días.   


II   


Gira del amor, la que siempre fue mi sostén en este mundo sin principios ni finales. Tiene la inercia colgada al pescuezo y nadie dice nada sino que todos se hacen los pendejos y dejan que el cuerpo se pudra y la cuerda se resquebraje. Yo quise tocar a la puerta para que me abriera, porque en el pie de la Malinche asan elotes y los lechones casi están listos y todos teníamos que llevar una cosa, ya sea una salsa o una olla con agua fresca de sabor. Yo quise tocar pero un frío en la pulpa de las vértebras me evitó hacerlo y mejor corrí hacia el río a lavar mis manos que algo presentían, pero al final sólo lloré en la roca donde había pintado su nombre y el mío y la besé en la boca y le dije mujer. 

Si yo pudiera pensar con claridad, con la claridad de esto que nace de la Malinche; pensaría entonces que no es un fantasma o que yo soy el muerto o que nada tiene sentido y las cosas ocurren solamente para que yo pueda llorar y no se tapen mis glándulas lagrimales. Pero mis vísceras sólo sienten y el calor de su voz arde en mis entrañas, que si soy un niño que si soy un anciano no importa SÓLO SIENTO, y me hacen pensar locuras como para tomar un alambre de púas y matar a su padre que siempre fue un necio, siempre un borracho estúpido, y pienso que fue su culpa y que ahorita maldice a Dios en su catre pero debería maldecir su sangre espesa, su sangre torva y no a Dios que estaba en banquete con los ángeles cuando todo sucedió. 

Regresaría en el tiempo para ver la ópera en la Capital, con su mano Blanca en mi mano Morena; regresaría con ella vestida de telas finas y zapatos de Diseñador de Modas para ir a la Capital en mi Camioneta de Ganadero al mejor hotel de la Capital y beber con Champaña hasta que mi próstata se hipertrofiara y su vientre convaleciera de goce. Pero ahora entiendo que sólo fueron –QUÉ ES EL AMOR–, sólo las mucosas y los sueños de éstas que ya estaban cansadas de trabajar veinticuatro horas al día y escuchar los mismos pretextos de siempre para ir a cagar y después a comer y después a cagar, siempre a los pies de la Malinche, con el cura y el presidente municipal y el maestro y el doctorcito que su puta madre debió ser muy puta para haberlos parido en este mundo tan enfermo y tan informe. 

¡Ah!, regresaría mi Historia hasta los principios de esta piedra para pedirle que se case conmigo, que huyamos a la Capital, que me entregue su corazón y su confianza; la regresaría para convencerla de que el futuro y la prosperidad están en el Norte, que huyamos solos, que corramos despavoridos de aquí donde sólo hay muerte y sequía y que construyamos un hogar y colmarlo de las bendiciones que sólo otorga la libertad. Pero habiendo alcohol, habiendo sueños, habiendo raíces, quién desea huir, Norte o Capital, Belleza o Miseria, quién que conoce la vida hubiera podido dejarlo todo –que no es nada– si sabe que el Tiempo es el que todo lo da y lo quita todo. Y si yo pudiera pensar con claridad así pensaría para no tener que estrellar mi puño fracturado contra la piedra ensangrentada y gritar su nombre al viento que se lo traga este hoyo de inmundicia o lo avienta a las faldas de la Malinche cómplice de mi enfermedad y la enfermedad de mi Raza.   


III   


Querida amiga, EL TIEMPO te ha llevado hasta mis ojos, un tiempo en que florecientes se desprenden de su estéril embargo éstos, para nacer en la belleza de tu dicha. Mi corazón CREPITANTE se vuelve claro en su sonido, como un hálito de vida pletórica y pura que surge de las cenizas DE LA DESOLACIÓN en que me encontraba sumido, un renacer pulcro y sensual que se debe a la magia de nuestro encuentro. Dejo los bosques oscuros, ¡dejo la soledad hermana! Y me acojo en tu lecho. En tus besos encuentro el brebaje cristalino para mi alma atormentada y mi corazón gastado, consumido; en tus caricias veo por fin la débil luz que siempre angustiado buscaba, y crece, y se expresa, fluye. Mi ser HA DEJADO la tosca materia de LA MELANCOLÍA; mi cuerpo, en la dicha, A TU CONTEMPLACIÓN se dedica. Amada, ahora entre este efervescente jardín de esperanza… MI AMOR POR TI, MI DOLOR POR TI. 

PRÉSTAME UNA CUERDA PARA ACORTAR MI TRÁGICA HISTORIA y besar tus muslos para conocer tu historia y no ahogarme en la desesperación de saberte mía sólo en los SUEÑOS.   


IV   


Golpéame con la cafetera en la cabeza mientras yo le rompo la cara a tu hermoso novio NOVIEMBRE blanco que me entretengo con el dolor y disipo mis temores. AYER SOÑÉ QUE CORRÍA POR LAS CALLES y tú me gritabas: ¡MUERTE COBARDE! Pero yo sólo lloraba sobándome la cabeza y riendo de dolor y de locura. Prepárame una taza bien cargada y sin azúcar que tus besos son más que suficientes para entrar al cine y ver una película de gorra que no hay dinero ni hay tiempo y el coito está en mi cerebro con la profunda del pene palpitante. ¿QUIÉN DIJO QUE EL OXIDO NÍTRICO ERA SÓLO UN NEUROTRANSMISOR? Porque ahora tengo elevado el cetro hacia tus manos y espero que abras la boca para MATARME A VOCES no tengo el tímpano no tengo el corazón tengo la llaga para decirte que te AMO QUE TE QUIERO préstame el prestamista del Monte de Piedad que mi corazón vale el peso, vale el centavo la quimera vale TUTIFRUTI amor de mil maneras, ya sea con mi puño en el rostro de tu novio, ya sea con el dolor en el cuero cabelludo, ya sea una taza o cien gramos de nescafé o la cafetera DÉJAME DECIRTE te quiero te amo te deseo te necesito. Corte de cuello. novia. Cariño sinceridad cariño para tenerte a mis brazos y que me prestes tus labios tu pantalón tus comisuras querida. 

El barco ha zarpado dejando toda la escoria en el muelle. Quijotesco, y sepultura, mi amada, soñada como el boleto de lotería como que te quiero más que a mí y cómo sería capaz de cometer un error al estilo de Antígona, que Creonte, si bien recuerdo, hizo que muriera su hijo y por una golfa por un amor infame. Bah. Sería ridículo suponerlo, mejor te amo, mejor te beso EN MIS SUEÑOS y te elevo al coito de la sensualidad onírica para que seamos felices: yo madreando a tu novio, tú rompiéndome la cabeza. 

FUIMOS AL CINE EN HUMO DE MOTA callandito en fila para mear en el baño y que nos viera el dueño a mi amigo y a mí tener la sepultura y no me ama esa mujer sino que ama al puto aquél que le tintinea pajarraco sepultado. Deseamos suerte al entrar y tú eras un indiscreto diciendo que íbamos, al dueño, que íbamos a ver una película gratis porque los de aquí son tontos y nosotros inteligentes eventuales para poder evadir la seguridad y la taquilla que veinticinco pesos son muchos mejor me voy al motel EN SUEÑOS con ella para follar toda la noche viendo una porno en la televisión cable antena parabólica y el coito de mil horas hasta que me duela todo y el follaje esté espeso duro cornudo jamás.   


V   


Dejemos que los perros digan lo que quieran, que al final de cuentas es de noche y la locura avanza en las alcobas; porque si te he de ver llorando por la infamia o la calumnia y que el resplandor de la luna ya no haga encanto en tu sonrisa, mejor la muerte o la renunciación o el pecado y me pongo de rodillas. Déjalos que se coman los pedazos de carne infectada que al final de cuentas sólo son bestias; y tú y yo somos lo que el ermitaño a dicho y lo que el loco predica. Avancemos por el camino más oscuro y besemos nuestras manos, que si de papeles se trata, echamos la moneda al aire: quién es el santo y quién el condenado y después fingimos que no existe la consciencia o que existe el perdón, que frente a la almohada y entre todos estos villanos es lo mismo y no afectaría que tú cargaras la cruz y yo los pecados del mundo. Dejemos que ladren y que la espuma fluya entre sus dientes y que la garganta se les seque. Amémonos tú y yo en este jardín de silencio y que ellos ladren a sus vaticinios, su envidia o su decoro o su dolor o su sarcasmo. ¿A quién le importa? El beso inmaculado y la fuente o las pulgas que con ardor devoran sus pellejos insanos. Vistámonos para ir a la casa de Dios, sacudamos el polvo de la fusca manzana y tirémonos al tiempo sin demora, tragados de vista y mostrando las vísceras a las huestes irritadas. Saltemos en la espesa hierba y que el candor de nuestras almas se aleje de las sardónicas limosnas de los piadosos y virtuosos asesinos que con pintura celestial figuran en el manto del etéreo globo inflado. Pudrámonos en coito y presentémonos sin hoja y sin árbol y con la serpiente hecha petaca de cuero y de ahí saquemos al ídolo y la nuez y el crucifijo para detonar las sonrisas y cagarnos en nuestros miedos.   


VI   


Érase en el ****, nubes de polvo de estrellas, que terminado de comer y con unas cervezas en la cabeza, que por amor al párroco no desusé sino que, dejando las botellas en la barda, como buen muchacho, metí en mi joven garganta para no desanimar al que tenía tanto velo y tanta muerte y tanta desolación, corrí por el caminujo de piedras amarillas hasta sudar profusamente y tropecé con tremenda roca que despellejó mi calavera y más allá, dentro, entre mis sesos y la tierra, que la sangre que fluía casi me hace desmayarme sino es porque es tan parecida a la pintura que preparaba con mi hermano a partir de los polvos de mamá. Y me metí el dedo por algún área de la corteza cerebral y el giro era liso y me hacía ver luces de colores fosforescentes que me senté en la misma roca, amiga mía, a morir de risa, desangrado, con la cabeza rota.   


VII   


Vivía allá, vívido y transeúnte, como carraspeo de perro, mi último gargajo, epístola a los olvidados del desierto éste, tirano y paramuno. Vivía allá fusilado, disparado, fútil, pendido del árbol ése pútrido y malandrín que cubría a mi sombra, augusta y charladora, por no poder marcharse como alma que lleva el diablo, que yo soy como cadenas atadas a él, mi último, mi seco, mi mucoso, mi yo mismo amigo. Porque él es la nota del recuerdo de la gloria matinal de un riachuelo que nos hacía no perdernos en el camino más próximo a mi, tú, civilización. Pero la vejez nos estorba a mí y a mi último gargajo, tan paradójico y tan venial éste, que no me devoro por pulcritud y excelentes costumbres, como para iniciar la huida –haciendo caso de mi sombra, tan histérica ya, antes tan jovial ella– hacia cualquier otro punto de esta esfera homogénea. Vivía allá, cual un péndulo, mórbido y ridículo, seco un día, fresco el otro, tiritando un día de frío y perdiendo el otro sus pedazos por el calor, silencioso un día y chillador el otro, por acción del viento o del aire o de mi respiración, que también extrañaba mi epiglotis así como mi sombra extrañaba al sol que el burdo árbol, el vesánico árbol, el cruel árbol, el enajenado árbol… Nada qué ver. Si vivía allá y me cuidaba, todos refulgían y yo era como el viejo en la duna, mirando caer y subir las estrellas y perecer los insectos y satisfacer la saciedad y el decoro. Y es que mi último gargajo nació de mi último sorbo de agua y mi último escupitajo, que se unieron para hacer nacer –plenilunio– al verde, al pastoso, al mi yo mismo que pende estoico, pletórico sobre la rama roída por el implacable estar siendo de las fuerzas de la naturaleza. Naturaleza simple pero maquiavélica. Así, mi sombra, irritada, confundida, fastidiada y horrorizada, deprimida, dice tanto y habla tanto y se queja tanto que ya es como mi mismo último gargajo allá arriba, sólo que aquí abajo, frente a mí, absorbida por el árbol, triste, jadeante, acompasada, culpable, arrepentida, silenciosa.   


VIII   


¿Tendría yo la culpa por ser, de mis amores –soy el primero en reconocerlo–, siempre tirado a sus pies, pidiendo un poco de pan u otro poco de cariño, siempre extrañando y anhelándolos, el que los haya buscado? Ahora se necesitaría toda una escuela de fanfarrias y notas musicales para revivir aquel nombre, el que ellas susurraban por las noches, en sus cuartos, con el seguro puesto, perturbadas. Y no faltaba más que el sonido de mis puños golpeando la madera para que su pecho palpitara fuerte y escondieran sus cabezas bajo las cobijas. Y entonces, mujeres arrepentidas, corrían y abrían la puerta para que, así, nos deslizáramos ambos bajo las sábanas a jugar con las manos y las bocas y las cabezas. Era un niño, hambriento y deseoso; y ellas mujeres hechas y derechas de bustos turgentes y caderas fértiles, que al igual que yo sentían el cariño y ansiaban el pecado. ¿Tendrían ellas la culpa, mujeres ignorantes, de mis instintos? Si el cura hubiese venido dos años antes, con Biblia en mano, y nos hubiese leído el Antiguo Testamento, que en aquél libro lo dice, que en él se condena: actos viles, actos ignominiosos. Pero no vino y mis padres nunca estuvieron, entre pacientes y hospitales, y cirugías y cuentas pendientes, que yo crecí con ellas, tan serviciales, tan lindas, tan estoicas ante la vida, sin saber que hacíamos mal y que todo ello era abominable y pecaminoso. ¿Cómo podría no haberlas amado, ellas dulces, ellas cuidadosas, ellas cariñosas? ¿Cómo? Si ellas me vistieron, me enseñaron a ser un hombrecito e incluso ellas llegaron a bañarme; si me daban de comer todos los días y me obligaban a portarme correctamente y jugaban conmigo y me enseñaban sus piernas, tan grandes ellas y yo tan pequeño, tan grandes sus chamorros y sus cuerpos y sus figuras tan representativas de mi sueño de mujer. Hoy sé que el hombre –el que como yo, crece solo– empieza por amar a aquellas mujeres, a las verdaderas mujeres, a la fertilidad del campo, de la vida simple y orgullosa de las manos y los labios y las sonrisas. Y se enamora de ellas y de su historia y con ellas crece en algún lugar oscuro del corazón o del cerebro, donde quiera que se sienta y se guarde. Pero también sé que lo profundo se olvida o no se recuerda sino que yace mórbido en su misma profundidad. Hoy entiendo su perfección –justamente porque no la comprendo– y mi grandeza de infancia, bajo sus sábanas, sintiendo sus cuerpos y escuchando sus voces angustiadas y mi corazón aún más asustado que el de ellas. Y daría mi historia, toda ella sin remilgo ni reparo, no por volver a ellas, que mujeres como ellas sólo existen una vez en la vida y se van con la infancia para nunca regresar, sino para tener una fotografía, siempre cambiantes mis mujeres, que se iban con las estaciones y llegaban con el cambio de los días para cuidarme de la soledad; y mirar la foto, sin memoria, sin idea, sin escuela, y amarlas como se ama a un dios o a un hijo o a un padre, nunca comprendidos y siempre unido a ellos. 


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